Me parece que lo tuvieron que empujar para que se subiera al convoy de la política. Es un hombre inteligente, ni duda cabe. Se veía a las claras que no era lo suyo. Evidentemente en lo interno renegaba de estar encerrado en las galeras del edificio de Bucareli. A lo lejos se advertía que esa camisa le quedaba muy ajustada, la sentía como camisa de fuerza, con las mangas largas hebillas a la espalda, no acostumbrado a la vida palaciega, ni era su temple el de cortesano. Aunque, ni él lo sabía, estaba fuera de lugar. Un abogado cuya dedicación por abolengo es el estudio de las leyes, no lo entrenaron en la falacia, ni en el engaño, ni en la trápala ni menos en calumnias ni enredos, que se requieren como herramientas de uso cotidiano para navegar con cierto éxito en un mar infestado de tiburones. Es posible que su próxima parada sea la Suprema Corte de la Nación. Ahí sí, con el solideo de Minerva podrá respirar a plenitud entregándose al estudio de los infolios que no serán para él una carga molesta sino el curso natural de su tendencia a descifrar cuál de las partes tiene la razón y merece protección.
Que era neófito en las triquiñuelas, de esas que hasta ahora han tenido éxito en Durango, lo demostró muy pronto. El día treinta de octubre de 2009 estampó su firma en un documento que si bien lo comprometía al actuar sólo como testigo de honor tenía todos los visos de una tela que a poco lo atrapó, como lo hace la pérfida araña con sus presas, en el que los dirigentes del PRI y el del PAN se obligan a no formar coaliciones electorales con otros partidos políticos en las elecciones que se celebrasen en el Estado de México con una vigencia hasta el 31 de julio de 2011. Con el paso del tiempo se deshizo el pacto y se rompió su clandestinidad. El que no dio la cara fue Enrique Peña Nieto, beneficiario del acuerdo, compareciendo a cambio su secretario de Gobierno. La presidenta del PRI, Beatriz Paredes Rangel, y José César Nava Vázquez, su similar en el PAN, estamparon su rúbrica al calce. Igual hizo Fernando Francisco Gómez Mont Urueta mostrando su lado áulico al caer en el garlito montado por el aún gobernador mexiquense.
Luego, desde el jueves 8 de julio pasado se empezó a hablar de que había caído de la gracia de su jefe, por lo que pronto sería removido.
El detonante, es de suponer, fue el resultado de los comicios para renovar los gobiernos de Puebla, Oaxaca y Sinaloa, quedando pendientes Veracruz y Durango. El líder de la mayoría de la Cámara de Senadores y la encargada del PRI pidieron el cambio de interlocutores en el diálogo que sostendrán o sostienen con el gobierno de Felipe Calderón. Todo se derrumbó a partir del día de los comicios de mitad de sexenio. Las alianzas entre partidos tuvieron sus consecuencias. Me recuerda la letra de la canción que interpretaba Emmanuel que decía: todo se derrumbó dentro de mí, hasta mi aliento ya me sabe a hiel. Mira mi cuerpo cómo se quiebra, mira mis lágrimas cómo no cesan. Fernando Gómez Mont Urueta, se despidió. Desde tiempo atrás sentía que irse era lo conveniente. No le habían perdido la confianza, él era el que desconfiaba ahora del nido de víboras chirrioneras que, en un momento de debilidad, había aceptado.
Después de un fuerte apretón de manos con el presidente, se despidió no como alguien a quien hayan dejado solo con la espada desenvainada después de que el torete se le fuera vivo al corral, sino con ese dejo del que se retira de un salón, cuya atmósfera le era ya insoportable, exhalando una fuerte bocanada de alivio. La misma que Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo, lanzó al ser arrojado al mar desde la parte alta del Castillo de If suspirando a dos pulmones con la fuerza del que se libra de un trance atenazante. Se sentía libre de ataduras, contento de haber cruzado aquel pantano sin mancharse. Satisfecho de ser como era. Igual que Úlises había salido indemne de haber bajado a los infiernos de la intriga, de las maquinaciones, de las trapisondas y asechanzas. De pronto, el abogado se sorprendió al retroceder en el espacio y en el tiempo, caminaba en la antigua casona familiar, con sus pantalones cortos, brincando como suelen hacer los rapazuelos, chapoteando en los charcos que el agua de lluvia había formado. Entonces no lo analizaba, no hay nada en este mundo comparable a la libertad del ser humano.