E L miércoles 9, la ciudad de Monterrey fue prácticamente tomada por la delincuencia organizada, capaz de realizar 28 bloqueos callejeros según cifras oficiales (o hasta 40 según versiones de los vecinos afectados), acción que todas las autoridades pasaron por alto no obstante su magnitud y gravedad. La omisión del alcalde Fernando Larrazábal se explica por su ausencia. Volaba con su familia hacia Johannesburgo, donde asistirá al juego inaugural de la Copa del Mundo, entre el equipo de México y el del país anfitrión.
Dos homicidios graves en que las víctimas fueron mexicanos asesinados por agentes policiales norteamericanos han generado una gran tensión fronteriza, especialmente porque uno de los casos ocurrió en la dolida Ciudad Juárez. Los cónsules de ese lugar y el de San Diego se ocupan de las secuelas de esos delitos. Pero si de pronto fuera necesaria la intervención de la secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, no será posible contar con ella porque también viajó intempestivamente a Sudáfrica.
No cesa y ni siquiera disminuye la inseguridad en todo el país: la delincuencia organizada ha tomado un pozo en la cuenca de Burgos, para su explotación particular; bandoleros enfrentan a marinos, recién llegados a la lucha contra el crimen organizado; hoy hace cuatro semanas que Diego Fernández desapareció; el conflicto en Cananea no ha sido resuelto; miembros de su gabinete están en entredicho ante la Suprema Corte de Justicia. Nada de eso, y muchos otros sucesos y fenómenos estorban el buen ánimo del presidente Calderón, que junto con el presidente Jacob Zuma y el padre de la nación sudafricana, Nelson Mandela, asiste al juego inaugural de la Copa del Mundo.
Para evitar que sea ostensible la frivolidad de cruzar en diagonal el Atlántico, con escalas en Brasil y Costa de Marfil, la cancillería sacó de la manga una artificiosa explicación a un viaje oficial con actividades protocolarias que no incluyen la asistencia al Estadio Soccer City. La Secretaría de Relaciones Exteriores ha de creer posible que los legisladores a quienes informó en esos términos del viaje presidencial y el público en general, somos imbéciles y que el Presidente, ya entrado en gastos, aprovechó su esperada y promisoria visita al país que superó el apartheid para darse una vueltecita por el coso donde el Tri defiende los colores patrios.
Convertida en visita oficial la gana presidencial de ver triunfar a la oncena de Javier Aguirre -contratado por la Federación Mexicana de Futbol por sugerencia de Calderón-, se justifica la comitiva que lo rodea: desde luego, sus guardias del Estado Mayor, algunos siempre con él, otros que se adelantan para recibirlo; su señora esposa Margarita Zavala, la canciller Espinosa, el jefe del mencionado Estado Mayor, la secretaria particular del Presidente. La fatua pretensión de que todo momento del día presidencial debe quedar registrado, y eventualmente inscrito en los bronces, hace que la comitiva se complete con un camarógrafo, un fotógrafo y la jefa de la sala de prensa de Los Pinos. Y es que con su anfitrión, que se anticipó a comunicar la visita del Presidente de México, antes de que lo supiéramos aquí, debe entablar pláticas para acrecentar los intercambios de todo tipo entre las dos naciones y para actuar de consuno en los escenarios internacionales.
En el programa de relleno apresuradamente confeccionado para que parezca que el viaje cobró rango de diplomacia en la cumbre, amén del encuentro con su anfitrión (no sólo en el palco donde cada uno fingirá que le da lo mismo el resultado), Calderón hablará con estadistas como el príncipe Alberto de Mónaco, si bien dedicará unos minutos a conversar con el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, y con el vicepresidente norteamericano Joseph Biden. ¡Y tendrá el privilegio de imponer el Águila Azteca al legendario Nelson Mandela!, acto ese sí justificador del presuroso y apresurado viaje.
Se dirá que es mezquino objetar que el Presidente de la República distraiga unas horas -a la postre no más de 72- en un viaje de recreo que, además, lo pondrá en sintonía con una abundante porción de la sociedad mexicana. Pero es que el primer mandatario de un país atribulado debe concentrar su atención de modo permanente al curso de los acontecimientos tanto como a la aplicación de sus proyectos. Éstos pueden preverse y ajustarse los tiempos que implican si algún ingrediente no previsto altera su desarrollo. Pero la velocidad de los hechos sociales, su impredectibilidad obliga a no deponer la tensión que el cargo impone.
Ya es grave que el presidente municipal de Monterrey se desentienda de la creciente inseguridad de la ciudad que gobierna y donde la prepotencia delincuencial apresa y devuelve a los responsables de la seguridad pública. Ya es grave que la canciller Espinosa proteste ante Washington por el asesinato de Sergio Adrián Hernández y se ausente sin esperar la respuesta que debería ser inmediata. Con mayor razón es grave que el Presidente de la República no parezca estar consciente de la profunda exigencia de su cargo. No es todavía una posición oficial de la Suprema Corte, pero Calderón hará bien en leer el proyecto de dictamen sobre la violación a garantías individuales en torno al crimen de la guardería ABC, amén del caso en particular, fija con amplitud de miras las responsabilidades de los altos funcionarios de la República. La política no es ocasión de aprovechar privilegios sino oportunidad de servir.