Concluyó una edición del Masters de Augusta, el torneo que más espectadores tiene tanto en el campo como en la comodidad de los hogares. En gran medida las grandes expectativas se crearon luego de que Tiger Woods, quien después de problemas de su matrimonio y sus infidelidades, regresaba luego de cinco meses de retirarse para recuperar un poco lo que quedaba de su grandeza.
Mediáticamente era uno de esos manjares para productores y jefes de información, porque luego de la cobertura que se le dio a Tiger tanto en espacios deportivos como de chismes, hacía que todos los reflectores se situaran en el paso del golfista número uno del mundo.
Pero poco a poco se fue diluyendo el espectáculo, y no tanto porque Tiger Woods no fuera competitivo, sino porque otros jugadores que no tenían ni la presión ni las miradas empezaron a desarrollar su golf.
Woods demostró que es humano, erró en más de una ocasión e hizo tiros de fantasía, algo que siempre se le agradece por la reacción que genera en todos los amantes del golf.
Sin embargo pasaban las jornadas y la pelea final se iba a desarrollar en dos golfistas de gran nivel: el inglés Lee Westwood y el estadounidense Phil Mickelson.
El golfista de San Diego, California, venía de un año complicado, ya que tuvo que dejar algunos torneos para estar acompañando a su mujer que da la pelea por un cáncer de mama.
Mickelson en cierta manera ha sido la "antitesis" de Tiger. Aunque no es tan explosivo como Woods, el graduado en psicología de la Universidad de Arizona siempre ha estado a un gran nivel para competirle de tu a tu al número uno.
Llegó el domingo y con ello la magia. Si bien el sábado Mickelson mostró su gran calidad al conseguir dos "eagles" consecutivos y estar a punto de lograr un tercero en línea, empezó ayer a atraer las miradas que ya no buscaban el escándalo sino el buen golf.
Y así fue, con un recorrido de ensueño, en donde demostró la madurez, así como su capacidad para salir de situaciones nada fáciles, Mickelson fue ganando confianza, ganando golpes y dejando atrás a sus competidores.
Al llegar al hoyo 18 Tiger ya había concluido su recorrido y su presencia para darle paso a Phil. Se sabía campeón, se dirigió para meter el último birdie y coronarse. Pero su celebración fue ecuánime, no hubo el salto que dio en ese mismo campo en 2004, sino que se abrazó con su caddie para después enfilarse a darle un abrazo a su mujer Amy y decirle que ambos cumplieron su objetivo. Mickelson dio un gran paso para convertirse en otro de los más grandes del golf mundial.
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