Sólo hay algo peor que la falta de capacidad de un gobierno para hacer frente a los problemas que aquejan a la sociedad y es el haber creado antes una gran expectativa en torno a un objetivo y mostrar señales claras de ir en sentido contrario a la consecución del mismo. Eso es lo que le pasa hoy al alcalde priista de Torreón, Eduardo Olmos Castro, luego de siete meses de gestión al frente del Ayuntamiento. Siete meses en los que no sólo ha hecho patente su falta de liderazgo fuera de la Presidencia, sino, sobre todo, dentro de ella. Nadie, ni siquiera sus colaboradores cercanos, sabe hoy hacia dónde se dirige la ciudad.
En campaña y luego de ganar las elecciones, el político empresario pregonó que su administración sería la administración del "rescate" de Torreón. Su discurso iba dirigido al amplio sector de la población que desaprobaba la accidentada y deficiente gestión del panista José Ángel Pérez como munícipe. Olmos planteaba entonces que la ciudad estaba al borde del "desastre" y que por eso era necesario "rescatarla".
La estrategia para los primeros días de gobierno parecía clara: enfocar los esfuerzos en mostrar una "nueva cara" de la ciudad y su gobierno, con cuadrillas de limpieza y repintado de calles, principalmente. Para ello, de vital importancia sería el apoyo del gobernador de Coahuila, el también priista Humberto Moreira Valdés, quien además de respaldar las acciones de su protegido, anunciaría "grandes obras" para Torreón.
Pero el cálculo falló. La presencia casi permanente del mandatario estatal durante los primeros días de la administración municipal terminó por empequeñecer la figura del alcalde, quien lejos de fortalecerse y asumirse como cabeza política de un municipio, quedó reducido al rango de funcionario de segundo nivel completamente subordinado a un gobernador que no tiene empacho por mostrar su gusto por sentirse omnipotente. La figura del presidente municipal se devaluó.
Pero un día, como era de esperarse, Moreira tuvo que irse a atender a otros municipios del estado. Y el alcalde, quien hasta el momento no había tomado una decisión de peso, se vio de pronto tratando de asir las riendas de una administración con funcionarios cuya eficiencia y lealtad estuvieron desde un principio en duda. Demasiadas manos habían participado en la selección del gabinete municipal. Los resultados negativos son hoy evidentes.
La falta de claridad en el manejo de la nómina, la inmovilidad de diversas áreas del Ayuntamiento, las pifias cometidas en varias direcciones municipales y los roces entre funcionarios de distinta facción, son las constantes del gobierno olmista. Los ejemplos sobran.
La opacidad y la polémica han sido el tenor de la administración en cuanto a la nómina se refiere. Luego de seis meses de insistentes críticas y constantes señalamientos, el Municipio hizo pública la relación de gastos por servicios personales, siendo el DIF, a cargo de Carlos Caballero, el último organismo descentralizado en hacerlo.
Pero de la falta de transparencia se pasó a la falta de claridad. Pese a los despidos de personal, la nómina ha seguido creciendo. Mientras que la administración anterior cerró pagando al mes 21 millones de pesos de sueldos y salarios, la actual erogó en marzo, por ejemplo, 36 millones de pesos, es decir, casi el doble. Las críticas por este desaseado manejo de la nómina alcanzaron su clímax el fin de semana que recién pasó cuando los regidores de la fracción panista del Ayuntamiento solicitaron la destitución de Xavier Herrera, director de Servicios Administrativos, por no poder integrar debidamente el gasto de servicios personales a la cuenta pública.
En contraste, el creciente gasto de la nómina, que consume la totalidad de los ingresos reportados por pago de impuestos de Predial y de Adquisición de Inmuebles, los dos principales gravámenes locales, la obra pública municipal es prácticamente nula. Los proyectos que se encuentran en marcha actualmente son financiados y coordinados por el Gobierno Estatal. Por lo que no pocos se cuestionan qué es lo que hace la oficina que dirige Arturo Lozano.
Otras dependencias cuyo trabajo deja mucho a desear son Fomento Económico, a cargo de Fernando Félix, la cual ninguna inversión ha concretado hasta ahora; Atención Ciudadana, cuyo encargado es Armando Cobián, se encuentra entre las dependencias con más quejas (93, en lo que va del año) por su desempeño, situación que no tiene precedente; Seguridad Pública, bajo el mando de Bibiano Villa, que no ha podido reclutar a la cantidad de policías necesarios para patrullar la ciudad y frenar así el creciente índice delictivo; Servicios Públicos, a cargo de David Fernández, la cual no ha logrado hacer frente al enorme reclamo acerca de fallas en el alumbrado público, principalmente, y Urbanismo, cuya cabeza es Esteban Favela, que ha motivado la molestia de las empresas constructoras por retrasar los trámites de licencias, incluso más allá del tiempo establecido en la norma.
A la inoperancia y la incapacidad hay que sumar las fricciones entre funcionarios del gabinete de Olmos y que se han ventilado en medios de comunicación, sobre todo en las que ha participado el tesorero Pablo Chávez, quien se ha ganado la animadversión de otros "colaboradores" del alcalde por el manejo que hasta ahora ha hecho de los recursos municipales.
Así, en tan sólo siete meses, la administración de Eduardo Olmos ha pasado de la expectativa por la promesa de un ambiguo "rescate" al desencanto por la falta de rumbo que se percibe. Sin duda, el alcalde está a tiempo apretar las tuercas y de sustituir las piezas que no funcionen, en aras de enmendar el camino. Pero saltan dos preguntas: ¿será capaz de hacerlo? ¿Lo dejarán hacerlo? La experiencia que se ha tenido hasta ahorita no deja lugar al optimismo. Parece que Torreón se dirige una vez más al naufragio.