¿Q Ué vamos a celebrar en esta épica centenaria y bicentenaria? Obviamente lo que no debemos olvidar jamás: nuestros orígenes, nuestro desarrollo, nuestras contradicciones, nuestras luchas para ser y por crecer, el devenir de causas y efectos que aún no acabamos de entender, así como las imperfectas y dolorosas condiciones políticas, económicas y sociales de nuestra actualidad.
No será el caso rescatar lo sucedido y revisar la historia sólo para la celebración, la curiosidad y el olvido: ¿acaso fueron necesarios tantos sufrimientos, tantas cóleras internas, tantas muertes y tantas desilusiones?
¿Fue imprescindible, inevitable y oportuno que nos lanzáramos a la lucha independentista, después de haber sufrido con cansina paciencia los primeros 300 años de dominación ibérica, cuando ya habíamos experimentado, a un gran costo en vidas aborígenes y extranjeras, aquella conquista impuesta por "hombres blancos y barbados" que asesinaban poblaciones enteras, destruían su organización social, derrumbaron su culto religioso y sus altares teológicos, imponían su propia religión monoteísta. Diezmaron poblaciones completas, expoliaron a los indígenas y se lanzaron, (objetivo matriz de la conquista) a repetir estas crueles "hazañas" a lo largo y ancho de todo nuestro territorio para explotarlo durante tres centurias y la vida entera en busca de las míticas poblaciones ricas en oro, plata y piedras preciosas?
Tres largos siglos discurrieron lentos para los expoliados y muy deprisa para los forasteros beneficiados, quienes lejos de su país, descubrieron finalmente a un pueblo fácil de ser sometido, aguantador cual más, al que hicieron su víctima más que tricentenaria. Después de todo el borbónico rey opresor dormía lejos de América, pues acá tenía virreyes crueles y obsequiosos, como él mismo, y miles de esbirros que le enviaban barcos cargados con los manjares y riquezas gastronómicas que acá se producían, sin faltar los esclavos indígenas, la mano de obra que realizó el rudo trabajo de sus vanidosas construcciones monárquicas y religiosas. Indios ingenuos y pacíficos que extraían el oro y la plata de entre las minas y los campos para satisfacer sus delicados gustos y ornar los palacios y otros sitios del culto católico.
La base de la dominación ibérica fue la brutal fuerza humana, el uso de la desconocida caballería y la magia destructiva de los mosquetones del ejército invasor, que sin parar eran apuntados contra ellos por los soldados de la llamada "madre patria". El sistema monárquico contaba además con la ayuda simbólica de un segundo ejército: las corporaciones misioneras de dominicos, franciscanos y jesuitas que soportaban en silencio la violencia ejercida contra los indios adormecidos por las promesas de una vida mejor. Era el reclutamiento que ponía a los naturales de esta región al servicio de la Iglesia Católica, de los ricos hacendados y otros adinerados protectores, que obligaban a "la indiada" a dejar la piel y el lomo en un trabajo impago en las grandes y numerosas haciendas.
Quizá resulte odioso y ocioso este prolegómeno para el ciclo de revisión histórica que se propone conmemorar y analizar nuestro pasado histórico, que siempre será motivo de divergencias y discusiones sobre usos, costumbres y cambios, dolorosos y difíciles de superar; hechos trascendidos en luchas sangrientas, cuyos resultados dividieron a nuestro país.
No atrevemos a pensar que lo que se diga en estas jornadas culturales sólo sirva de insana memoria ante algunos acontecimientos que la actual sociedad mexicana quisiera olvidar, apoltronada en modernas comodidades. Y sin embargo cargamos una deuda ante nuestros pasados: concretar los ideales que criollos, mestizos, aborígenes y soñadores insurgentes registraron en la agenda de los pendientes históricos. Todos sin cumplir.
¿De qué sirvieron las inteligentes propuestas de don Miguel Ramos Arizpe, inquebrantable chantre del Valle de las Labores y diputado a las Cortes de Cádiz, si sus conceptos sobre el federalismo han reposado, durante 200 años, sobre aquel su viejo escritorio, en el fondo de su tintero, a pesar de fueron y son valorados como soportes esenciales y fundamentos obligatorios constitucionales para los países latinoamericanos.
En nuestro México, tales principios rectores quedaron establecidos en las cartas magnas de 1857 y 1917, pero varios inconsecuentes y sucesivos gobiernos los transformaron en pretexto para ejercer acciones centralistas y autoritarias. Escuchemos pues lo que podrán aportar la historia y su hermenéutica en los coloquios que organicen el gobierno del Estado, los municipios de Coahuila, y las instituciones de estudios históricos de nuestra entidad durante los próximos meses.
De aquí a diciembre de 2010, estaremos atentos, como ya lo hemos hecho en el primer semestre del año, a los puntos de vista de los estudiosos del pasado, para lo que ha sido y será una prometedora revisión de las luchas épicas de la patria mexicana, pues tales temas no sólo deben servir para inútiles celebraciones, y sí para reflexionar sobre el ayer, el hoy y el mañana de la Patria.