Humanidad. Francisco Miguel Cargas Gámiz, Luis Alfonso Espinosa y Alejandro González, voluntarios en Haití.
PRIMERA DE DOS PARTES
El silencio y la mirada de tres socorristas duranguenses delataron la triste situación de los niños de Haití, tras el desastre natural que devastó su país.
COLABORACIÓN
Francisco Miguel Cargas Gámiz, Luis Alfonso Espinosa y Alejandro González fueron los primeros socorristas de la delegación Durango de Cruz Roja en participar en una misión internacional.
El 11 de marzo partieron del puerto de Santa Lucía hacia Haití, isla que fue devastada por un terremoto y allá estuvieron por 32 días.
Su función fue la formación de despensas y posteriormente repartirlas entre la comunidad.
Los paquetes debían cumplir con requisitos nutrimentales y cantidades apropiadas. Se contactaba a los líderes de colonias y se entregaban a quienes presentaban un folio y después una pulsera con código de barras.
Son 29 delegaciones de Cruz Roja las que prestan ayuda humanitaria y la mexicana es la más numerosa con 46 elementos.
VIVENCIAS
Cuando llegaron a Puerto Príncipe sus compañeros que regresaron a México les dijeron "cuídate... sólo eso".
"La realidad supera la ficción", dijo Miguel Ángel. Habían visto en televisión cómo estaba el país más pobre de América; estar en él les mostró un país donde "no existe el gobierno".
El país carece de infraestructura, autoridad y poder, no hay hospitales y "la ayuda nunca es suficiente".
"No sé cómo describirlo", susurró Luis Alfonso mientras encogía los brazos cuando se le preguntó su sentimiento al pisar suelo haitiano por primera vez.
El aeropuerto estaba dañado y fue hasta dos o tres días después cuando tuvieron contacto con las víctimas. En la Federación de Cruz Roja en Haití trabajaron con 20 nativos en la formación de despensas, seis personas brindaban seguridad y contaban con el apoyo de cuatro traductores.
Durante el día la temperatura alcanzaba de 30 a 40 grados centígrados y las últimas semanas llovía mucho. Miles de personas estaban en las calles.
"¿Y cómo estaban los niños?" Tras la pregunta un profundo y prolongado silencio saturó el cuarto donde se encontraban los tres jóvenes; se miraron entre ellos y pareciera que sólo en su mente estaban las imágenes de lo que vieron. Un suspiro, tristeza, y una leve sonrisa delataron el dolor de los menores, la mayoría sin padres, sin acompañantes.
En una ocasión llevaron alimento hasta un albergue de niños y ancianos. Los tres recordaron el peculiar detalle que tuvieron los pequeños, "nos hicieron llorar... nos compusieron una canción de agradecimiento", luego les daban la mano y se la llevaban al corazón.
Los mexicanos son llamados en Haití "blanco". "También decían que parecíamos hormiguitas", por la manera de trabajar.
Phanés, Saintamour Elimemme, Junior Seva y Marc Ducléron son los haitianos traductores y amigos de la delegación mexicana.
Hasta un día antes del desastre natural Marc estudiaba Ciencias Políticas; pocos jóvenes cursaban una carrera. Dos de ellos están en busca de la posibilidad de salir de Haití; Marc quiere dar clases de francés en México y, junto con su otro compañero, continuar con sus estudios y reconstruir su vida.
Los haitianos son inteligentes, cultos y respetuosos, siempre eran corteses y daban muestras de amistad por el servicio, era latente el deseo de aprender. "Mési bocu", muchas gracias, y "Bondýe", Dios, eran las palabras que más les decían. "Dios te bendiga", la fe sigue en pie.
No fue fácil la estadía en Haití. Los voluntarios de los 29 países dormían en el suelo, en casas de campaña, no había lugar en pie para alojarse, "lo volvería a vivir, todo, con lo bueno y lo malo".
El martes 13 de abril regresaron a Durango. Cuando sintieron que el riel del avión tocó la pista pensaron "se acabó Haití".
Pasarán muchos años para que vuelva a ser como era.
