Las autoridades de Estados Unidos (EU) están sumamente preocupadas por la pérdida de vigor de su economía. Así lo han expresado en varias ocasiones diferentes funcionarios del gobierno del presidente Obama y algunos miembros del Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal (Fed).
Los mercados financieros esperan, en consecuencia, que la Fed anuncie al fin de su reunión del próximo 2 y 3 de noviembre la extensión y ampliación de su política de relajamiento monetario.
Esta decisión no se limitará a dejar casi en cero por un "período prolongado" su tasa de interés de referencia, sino que la expectativa es que los miembros de la Fed opten además, si bien no de manera unánime, por aumentar la inyección de dinero en la economía.
La impresión de circulante se destinaría, a su vez, a la compra de bonos gubernamentales y, quizá, hasta instrumentos de deuda privados, con el fin de disminuir las tasas de interés de largo plazo.
El objetivo sería revivir la demanda de crédito de las familias estadounidenses y las empresas, para que sean éstas y no el gasto público y los estímulos gubernamentales los que sostengan la recuperación en el mediano y largo plazo.
Lo cierto es, sin embargo, que las autoridades monetarias de EU no están seguras de que esa medicina funcione. Están, para todo fin práctico, moviéndose en terrenos inexplorados, sin saber cuáles políticas públicas funcionan, ni tampoco los efectos colaterales adversos que pudieran ocasionar en el proceso. En efecto, los consumidores no gastan porque están abrumados por sus deudas, en particular las hipotecarias, y por el alto nivel de desempleo, que se mantiene tercamente cerca del 10 por ciento. No es seguro, por tanto, que una disminución de tasas se traduzca en un mayor gasto de las familias.
Las empresas, por su parte, tampoco invierten, puesto que si bien la recuperación les permitió la acumulación de cantidades récord de efectivo, todavía tienen mucha capacidad ociosa y una perspectiva pesimista de sus ventas en vista de la debilidad del gasto familiar.
La expectativa es, por tanto, que las empresas repartan cantidades extraordinarias de dividendos, en vez de destinar esos recursos a nuevos proyectos de inversión. En ese contexto, se ve difícil que las menores tasas sean un aliciente importante para la inversión en los próximos meses.
No obstante, la posición de Ben Bernanke, presidente de la Fed, así como la de la mayoría de sus colegas es que aún en esas condiciones es mejor hacer algo que nada. Se trata, a fin de cuentas, de dar un baño de liquidez para sanar a la economía de Estados Unidos, que es su única preocupación, sin importar que en el intento pudieran afectar negativamente a otras economías.
Y ello es precisamente lo que está pasando. Una mayor liquidez en EU no necesariamente se queda en ese país. Los inversionistas están haciendo un importante arbitraje financiero, aprovechando el exceso de liquidez para pedir prestado a tasas muy bajas y comprar activos en países emergentes.
Ello explica por qué los mercados bursátiles alrededor del mundo, incluyendo al de nuestro país, así como los instrumentos gubernamentales de deuda, han mostrado una gran demanda en meses recientes.
Lo mismo sucede con las monedas de la gran mayoría de los países, que se han fortalecido de manera significativa frente al dólar. El peso, por supuesto, no ha sido la excepción.
Es importante, por consiguiente, estar conscientes de que este auge en las economías emergentes no se debe a que estemos en la antesala de un repunte vigoroso y sostenido de la producción y el empleo.
Es resultado, en esencia, de un baño de liquidez que amenaza con crear burbujas nocivas en el precio de los activos en las economías emergentes. Y esa historia ya la conocemos.
Como cualquier burbuja, las que se están gestando en los mercados bursátiles, de deuda y de divisas en países como el nuestro, reventarán tarde o temprano.
Es por ese temor que algunos gobiernos ya han tomado medidas para tratar de amortiguar el golpe, como son los impuestos a la entrada de capital externo.
En México todavía las autoridades no anuncian alguna política en ese sentido, pero no nos extrañe que si el peso sigue fortaleciéndose y los precios de los activos siguen al alza, se opte por reducir las tasas de interés, aumentar la compra de divisas por parte de Banco de México y, quizá, hasta gravar la entrada de dinero del exterior.
El desenlace, sin embargo, no será placentero. En algún momento se revertirán esos flujos de capital, y cuando suceda, las economías emergentes, incluyendo la nuestra, tendrán que hacer múltiples malabares de políticas públicas para contener los daños que ello ocasionará en sus mercados financieros y de divisas.