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Un gober piadoso

GILBERTO SERNA

El título correcto debió ser el de gober dipsómano, muy entregado a la disipación y a una vida de desenfreno, dispuesto a gozar de un libertinaje en que se han perdido los valores y el respeto que son partes fundamentales de una convivencia pacífica. Ser un mandatario sin la menor pizca de sensatez, que no cuida ni sus modos ni su lenguaje, no es lo que una ciudadanía podría esperar de quien ostenta un cargo de autoridad. Desde que Luis XIV, Rey de Francia y Navarra pronunció su célebre frase L'Etat, c'est moi, (El Estado soy yo) no se había dado el caso de que un gobernante, supuestamente elegido por el pueblo, expresara su ideario político con tanto desparpajo como lo hizo el actual gobernador del Estado de Jalisco, diciendo "¿Saben qué? La gente voto por mí, la gente en su mayoría votó porque yo hago realidad lo que me comprometí en campaña y me vale madre si a algunos periódicos no les gusta, la gente votó por mí y en ese votar por mí debe tener el compromiso que yo he asumido de apoyar a los que trabajan por que no haya hambre en nuestro estado".

Aquí y en la Mesopotamia eso no significa otra cosa que un gobernante absolutista, en que la ausencia de poderes alternativos da lugar a que el mandatario se arrogue el derecho ilimitado a gobernar como mejor le acomode, en un centralismo abierto y sin constreñimientos legales. Hay en su quehacer el convencimiento pleno de que puede ignorar la existencia de los poderes judicial y legislativo. Interpreta a su modo la victoria en los comicios que le otorgó el voto ciudadano. Y es que no tendría que ser de otra manera, el pueblo se supone habla en las ánforas y a partir de ahí se le calla. Los poderes que comparten el gobierno están sujetos a lo que su partido político disponga, por lo que se someten a una obediencia pasiva. Estas reflexiones tienen su origen en el donativo que de manera personal y sin seguir procedimiento alguno, realizó el ejecutivo jaliciense a favor de la Fundación Pro Construcción del Santuario de los Mártires, allá en el estado de Jalisco y que le fue devuelto por el comité de finanzas de ese grupo religioso. No, no conozco al gobernador Emilio González Márquez, quien ha desbarrado influenciado, se dice, por empinar el codo.

Me imagino, fantasioso que es uno, al político que trabaja como gobernador, con un atuendo de charro, imitando el estilo bronco del actor Jorge Negrete, con un gallo colorado en los brazos, en un palenque tapatío, retador y pendenciero, con una botella de tequila en la mano y un sarape de Saltillo en el hombro, montado en un alazán, un par de revólveres al cinto y sombrero de charro, acompañado del trío Los Calaveras. Quizá, al igual que el charro-cantor, cuente con un Armando Soto La Marina, quien hacía de comparsa con Jorge, el que era más conocido con el remoquete de "El Chicote", simpático personaje de la farándula de aquellos años, los cuarenta de la centuria pasada. Aunque el papel no le queda nada bien pues un gobernador es un servidor público que debe su cargo al poder que en teoría le delega el pueblo en las urnas electorales, pero que en realidad representa, como la mayoría de los gobernadores mexicanos, los intereses de una poderosa élite que nada tiene que ver con el ciudadano común, que todos los días del año lucha a brazo partido por siquiera sobrevivir a la pesadilla de inseguridad y falta de empleo que asuela a este país.

Hace pocos días, aseveran testigos, pasado de copas, irrumpió en la entrada de la casa del ex rector, Raúl Padilla López, allá en Guadalajara, golpeando la puerta para que lo dejara entrar, "Saca las llaves y ábreme la puerta, cabrón", dicen le dijo al dueño de la casa, quien se quedó callado con gran respeto "es el gobernador". Después sostendrían un enconado diálogo ex rector y ex gobernador acusándose uno y otro de estar bebidos. "N'ombre, yo así opero", dijo el mandatario.

Este gobernador es el ejemplo clásico de una persona que, sabiendo dónde se origina su designación, no cuida en la vida diaria el uso de palabrotas que denigran su investidura. El mareo del poder ilimitado que en su entidad le otorga el cargo de gobernador hace que no se detenga en nimiedades como el de mostrarse en público en un estado inconveniente. El pueblo lo ha bautizado con el sobrenombre del Gober Piadoso. En fin, se dice que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Un poco de urbanidad no le vendría mal.

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