Un mundo desechable
¿Cuántas veces puede el hombre volver la cabeza y fingir que no ve?
Bob Dylan. Blowin’ In The Wind.
Fieles a la copia, adheridos al modernismo y jugando con el destino incierto, estamos ahora sumidos en un mundo postizo; todo se tira, nada es para siempre, desechamos a los familiares y amigos como si fueran pañales o toallas sanitarias, a los alimentos les llamamos chatarra y entre que son orgánicos, artificiales o transgénicos, los etiquetamos.
Como relámpagos vemos pasar las canciones, las películas que ayer estrenaron ahora son viejas, no hay memoria ni siquiera en la política, el deporte ni en los espectáculos. Los deportistas se inundaron de dinero y sus proezas no son imitadas por nadie, no hay iconos en los espectáculos, los músculos, senos y nalgas de quienes se dicen grandes en ciertas disciplinas son postizos e implantados. En la actualidad los datos nos los dan los medios de comunicación, ellos mandan y nos recuerdan los juegos, las películas y los personajes que quieren que veamos, no lo que en verdad interesa o al menos la media mentira o verdad trunca de las noticias o la Historia.
Antes (entre los setenta y los ochenta) al visitar un callejón de Houston, de Nueva York o Los Ángeles era común ver tirados televisores blanco y negro aún en buen estado, encontrar neumáticos con los dibujos conservados y otros productos que el mexicano recogía en aquellos lugares. Ahora la basura sigue inundando callejones de la mano de Dios en esas regiones, sólo que los viejos armatostes electrónicos son un estorbo hasta para la gente que vive recolectando cosas viejas, incluso prefieren una lata de cerveza o refresco vacía que esos viejos muebles.
Pero más allá de desechar trapos, vasijas o plástico, ese material que dicen los ‘todólogos’ que tarda hasta 150 años en degradarse, hay algo más que hemos desechado y son las buenas costumbres, los valores, los rasgos éticos, la actitud y otros símbolos propios de la raza humana y pensante. Por ejemplo la capacidad de asombro, ahora no vemos novedades en las noticias, sólo escuchamos con enfado información tamizada que nos hace ser clientes subyugados a la voluntad del mercado, y que para variar convierte nuestra mente también en desechable, ya que ellos (los grupos de poder) piensan por nosotros.
Parece que a nadie le asaltan las razones del pensamiento humano, todos usamos el instinto de conservación para salvaguardar el trabajo tedioso, preservar la pareja en un amor aburrido, mantener el estatus social aunque tengamos que achicharrarnos en la hoguera de la vanidad y quemar las tarjetas de plástico en el afán de convivir en un mundo desechable (quemar naves y no regresar jamás). Es un vaivén de navegación a sotavento, viendo con displicencia e indolencia cómo otros nos marcan el ritmo a su voluntad -y lo peor, parece gustarnos. Y más allá de ser cautivos de los caprichos ajenos, caemos en un destino testamentario perverso y virtual, y sobre todo en una crisis en todos los rasgos y valores, que a estas alturas de la humanidad es una vertiginosa rodada cuesta abajo, convertida en avalancha, rosario de penas y cascada de desilusiones en la sociedad desechable que nos tocó vivir.
Estamos tirando al arroyo las buenas costumbres, desconfiamos de todos, la nación creyente y con fe que era México desaparece en un país sin compasión, sin rumbo, escupimos sobre la tumba de los héroes, resulta mejor apostarle al olvido que tomar sus ejemplos. Se nos fue el mundo simple y común, ahora a caminar y ser libre se le llama ridículo y la otrora gloria de la patria nuestra clase política la ha pisoteado, desde luego con nuestra ayuda, cosa que también se está haciendo desechable.
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