Siglo Nuevo

Un poema celestial

CINE

Pese a sus evidentes cualidades la cinta ha pasado inadvertida en muchos países desde su estreno en 2002 y algunos críticos la han vilipendiado por considerarla pretenciosa y poco verosímil.

Pese a sus evidentes cualidades la cinta ha pasado inadvertida en muchos países desde su estreno en 2002 y algunos críticos la han vilipendiado por considerarla pretenciosa y poco verosímil.

Arturo González González

Antes de morir, el respetado cineasta polaco Krzysztof Kieslowski, recordado por Decálogo (Dekalog, 1989-1990) y Tres colores (Trois couleurs, 1993-1994), dejó en ciernes un ambicioso proyecto -como todos los que él emprendía- el cual fue concebido como una trilogía: Heaven, Purgatory y Hell. El primer guión cayó en manos del director y músico alemán Tom Tykwer, el mismo realizador de Corre Lola, corre (Run Lola Run, 1998), quien no dudó en llevarlo a la pantalla grande para hacer de En el cielo (Heaven, 2002) una película que a nadie puede dejar indiferente y en donde la culpa, el amor y la redención son los temas recurrentes en toda su extensión poética, moral y religiosa.

EL DILEMA COMO TRAMA

La cinta narra la historia de Philippa Paccard (Cate Blanchett), una viuda británica que da clases de inglés en una escuela de Turín, Italia. La adicción a las drogas en la que han caído varios de sus alumnos la lleva a investigar la venta de estupefacientes a menores de edad. Cuando descubre que el responsable de ese turbio negocio es el capitalista Vendice (Stefano Santospago), viejo amigo de su esposo -quien falleció de una sobredosis- y dueño de una gran corporación de productos electrónicos, comienza a escribir y llamar a la oficina de los carabinieri -la policía italiana- para que hagan algo al respecto. Pero su reclamo no encuentra eco.

La dramática muerte de una de sus estudiantes, cuyo cuerpo es encontrado junto a un mensaje que dice: Tírenme con la basura, la obliga a tomar la justicia por su propia mano. Convencida de que no existe otra solución que acabar con el mafioso empresario, planea un atentado contra éste. Pero todo sale mal: Vendice sobrevive y en su lugar fallecen cuatro personas inocentes, entre ellas dos niñas. Philippa es arrestada y sometida a proceso, acusada de pertenecer a una organización terrorista. En los interrogatorios conoce a Filippo (Giovanni Ribisi), un joven carabiniere que hace las veces de traductor y enamorándose de ella la ayuda no sólo a escapar sino también a alcanzar su único objetivo: matar a Vendice.

La fuga de ambos se convierte en un sinuoso camino hacia la redención, a través del cual descubren que sus vidas están entrelazadas desde el momento de nacer. Al final sólo el amor logrará elevarlos hasta alcanzar el perdón... y el cielo.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Fiel a sus inquietudes religiosas y a su obsesión por las disyuntivas morales, Kieslowski concibió una historia que es posible leer como una interpretación moderna del antiguo mito de Adán y Eva... pero contado al revés. En vez de ser expulsada del edén por sus pecados, la pareja protagonista encuentra la redención en el amor incondicional que se profesa para retornar al lugar donde pertenece, es decir el paraíso.

Philippa es la Eva pecadora que decide actuar por su propia cuenta y se rebela frente a un (des)orden que no acepta. Lo común es reconocer que la realidad es inmutable, que Vendice continuará envenenando niños porque las autoridades se lo permiten. Nada se puede hacer, diría la mayoría. Pero no la señora Paccard, quien cae en la tentación de lo único posible dadas las circunstancias: la venganza. Se equivoca y lo sabe. Y se arrepiente... pero no desiste de alcanzar su objetivo. Y para eso tiene a su Adán, Filippo, cuya candidez contrasta con su seguridad e ingenio.

Bajo esta perspectiva muy poco hay que cuestionarle a un guión en el que nada sobra y nada falta: cada diálogo está estructurado como una serie de preguntas, cuyas respuestas a veces son literales, a veces metafóricas. “¿Donde estoy?”, cuestiona Philippa esbozando una sonrisa luego del desmayo sufrido en la sala de interrogatorios al saber que ha asesinado a cuatro personas inocentes. “En la oficina de los carabinieri”, contesta Filippo mientras sostiene con ternura la mano de la mujer que yace frente a él. “¿Y quién eres tú?”, vuelve a preguntarle ella. “Un carabiniere”, responde él. Y Philippa vuelve al llanto y a su realidad.

Otro pasaje que ilustra lo dicho arriba: una vez prófugos y con toda la policía buscándolos, el padre de Filippo (Remo Girone), quien también pertenece a los carabinieri, se encuentra con ellos en la iglesia de San Biagio, en Montepulciano. El perdón hacia su hijo queda implícito al ofrecerle un sobre con dinero y una posibilidad de salvación huyendo del país. “Filippo te ama”, dice el viejo a la mujer. “Lo sé”, asiente Philippa. “¿Y tú, lo amas?”, pregunta el hombre. Ella agacha la mirada y con la cabeza dice que no mientras de sus ojos brotan lágrimas y de sus labios una demorada afirmación: “Sí”. Antes de despedirse, luego de la negativa de su hijo a continuar con él la fuga, el padre lo abraza y lanza una pregunta retórica: “¿Por qué nunca podemos hacer nada en los momentos importantes?”. Después se da la vuelta para dejar a los amantes a su suerte.

Pero la interrogante más importante se plantea en la secuencia inicial de la película. “¿Qué tan alto puedo volar?”, pregunta Filippo al final de su entrenamiento en un simulador de vuelo. El cuestionamiento trasciende las connotaciones físicas para adentrarse en el terreno de lo filosófico. ¿Hasta dónde es posible llegar? La respuesta, que llega hasta el final, es: hasta donde quieras.

LA MIRADA DEL DEMIURGO

La dirección de Tykwer es por demás acertada. El respeto hacia la esencia de la obra de Kieslowski en nada demerita el genio creativo del alemán, quien despliega razonada y racionadamente sus recursos técnicos y humanos para generar asombro y empatía en el espectador. Aunque los protagonistas rompen las normas humanas y divinas, es imposible pensar que no están haciendo sino lo que deben hacer. Sin duda, un gran mérito del cineasta.

Sobresalientes son también las actuaciones. La fenomenal Cate Blanchett logra condensar la rabia y la pasión incontenibles que le exige su personaje. Por su parte, el coprotagonista Giovanni Ribisi se muestra a la altura del desafío que le plantea el duelo con la australiana, sabiendo explotar su expresivo rostro con pasmosa sobriedad.

La inmejorable fotografía, a cargo de Frank Griebe, dota al filme de un aire poético a la vez que refuerza la sensación de estar en medio de una experiencia metafísica que raya en la fantasía. Los cuidados encuadres, casi perfectos sobre todo en las escenas de la campiña de la Toscana italiana, y los sorprendentes planos secuencia como el de la colina en la que Filippo y Philippa se desnudan uno frente a la otra para entregarse en cuerpo y alma debajo de un árbol con el atardecer como telón de fondo, son de una belleza exquisita.

Las reiterativas tomas cenitales desde el inicio del filme, incluyendo las de la ciudad de Turín que evocan la mirada del Dios omnipresente que observa silencioso y a distancia el devenir de sus criaturas. La sutil edición de Mathilde Bonnefoy y la inquietante música de Arvo Pärt, Marco Schiavone y del propio Tykwer, terminan por redondear esta hipnótica película.

Pese a sus evidentes cualidades la cinta ha pasado inadvertida en muchos países desde su estreno en 2002 y algunos críticos la han vilipendiado por considerarla pretenciosa y poco verosímil. Pero lo cierto es que En el cielo es hoy una pieza clave para entender el universo kieslowskiano, universo que, aunque la mano de su creador ya no lo mueva, no deja de expandirse.

Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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