¿Por qué somos tan dados a ocultar lo que está permitido legalmente? Si no queremos que la maledicencia caiga encima de nuestra cansada espalda no escondamos debajo de la alfombra de la sala lo que sabemos no es basura, suciedad o fiemo; será cierto de que "más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico llegue a entrar en el reino de los cielos" o también allá, sin ánimo de ser sacrílego ¿podrá darse la maiceada, a que hace referencia el cardenal, claro está, camuflada como indulgencia? Bien, el periódico The Wall Street Journal neoyorquino levantó la alfombra persa que cubre el piso informando a sus lectores de la compra de un primoroso inmueble neoyorquino. Diremos que son unos chismosos que si, en efecto, pudo pagarlo sin tener que pedir prestado. Es cierto, desembolsar 44 millones de dólares, tal cual dice la nota periodística, muestra que no adquirió una bagatela, lo que la gran mayoría de los mexicanos no imaginamos cuánto abulta en una bolsa del pantalón una cartera con tal suma.
Claro está que es pura envidia lo que nos corroe. Mas eso no deja de ser una compra que sólo el dueño de un emirato puede darse el lujo de hacer. Más tarde, un alto funcionario de Teléfonos de México desmintió la versión, asegurando que Carlos Slim no tiene propiedades fuera de México. Aunque aclaró que el poderoso hombre de negocios era uno de los socios de la empresa que se dedica a hacer inversiones inmobiliarias; empresa que fue la que en realidad adquirió la mansión a que se refirió el influyente diario que se edita en la urbe de hierro. Diario que ignoró la aclaración, publicando que un abogado del Grupo Financiero Inbursa firmó los papeles notariales, asegurando que el utilizar una empresa dedicada a adquirir propiedades es un recurso muy frecuente entre compradores millonarios. Luego, preguntada la oficina de prensa de Teléfonos de México, sobre el nombre de la empresa adquirente así como el porcentaje que le correspondía a Slim, se dijo con sequedad que no se tenía la información solicitada.
Es conocido el gusto del magnate de las comunicaciones por los sitios y monumentos históricos que queda comprobado con su interés en el remozamiento del Centro Histórico de la Ciudad de México. Su fortuna, como lo señalábamos en pasada colaboración, está calculada en 53 mil 500 millones de dólares, lo que lo convierte en uno de los hombres más ricos del planeta. Estamos relacionándolo ahora con una propiedad que se encuentra en la ciudad de los rascacielos. Es un edificio cuya belleza no pasa desapercibida para cualquier transeúnte que pasea por la Quinta Avenida, de la ciudad de Nueva York sin conocer la arquitectura francesa de finales del siglo XIX, se enamora a simple vista, quedando extasiado al sólo contemplar sus paredes exteriores admirando "sus exuberantes ornamentos esculpidos de manera tridimensional". La casa es una sobreviviente del período en que la Quinta Avenida estaba casi llena de casas ocupadas por familias ricas.
En fin, hay una gran miseria que abarca más de la mitad de los que habitan en estas tierras aztecas. A propósito, en estos días, un joven alto, flaco, con unos brazos tan largos que las manos le llegaban hasta las rodillas, parado en el cruce de las avenidas El Siglo de Torreón y Juárez, el semáforo en rojo, vestido con un traje raído, sucio de polvo y grasa con corbatín, deleitaba a los que viajaban en auto, un Paganini en ciernes, violín Stradivarius, quizá sí quizá no, de cuyas cuerdas brotaban arpegios maravillosos. Todo parecía indicar que bien podía ser hijo de Carlos Slim, gente de familia venida a menos, de delicadas facciones, larga cabellera que revoloteaba como si estuviera incendiándose, cuya situación económica lo tenía ahí, en plena calle, aceptando las dádivas que le entregaban hombres más afortunados. En fin, las dos caras de una misma moneda, el potentado en Nueva York y el hijo del pueblo ganándose la vida.