La foto de la portada de Proceso que los captores de Diego Fernández de Cevallos pusieron en manos del cautivo -para tomarle esa otra foto con que acompañaron su mensaje más reciente- es igual o muy parecida a la foto que aparece en esa especie de tilma de Juan Diego que desenrolla AMLO en sus mítines, como prueba del milagro anunciado o denunciado de Peña Nieto en viaje a la Presidencia, al lado del ex presidente Salinas.
Y ahora que se debate en estas páginas sobre la inminente liberación o no del político secuestrado, vale la pena detenerse en el análisis de los usos de la imagen puesta en sus manos como un mensaje más de sus secuestradores.
Se trata, por supuesto, de una foto de campaña; de una tenaz campaña periodística con propósitos negativos -en el caso de la portada de la revista fundada por Julio Scherer- y de una no menos tenaz campaña política en paralelo, también de contenido negativo, del otra vez ya prácticamente candidato presidencial, López Obrador. Pero no hay que olvidar que es la misma imagen que, metida en otra foto, sirve a los fines delictivos de la campaña mediática, digamos, de recaudación de fondos por concepto de rescate a cargo de los secuestradores de Fernández de Cevallos.
Una misma imagen para tres campañas, pero con muchos más que tres mensajes cruzados. La puesta entre las manos del secuestrado de esa portada de Proceso parece enviar una señal de ajuste de cuentas a las relaciones del líder parlamentario panista en cautiverio y el presidente priista de la foto, coautores en los noventa del siglo pasado del más importante ciclo de reformas modernizadoras; sin embargo satanizadas en los años siguientes. Pero el mensaje de la foto también podría estar recogiendo la especie de que el abogado bajo secuestro, distanciado del PAN del presidente Calderón, habría dado antes de su captura muestras de acercamiento con el PRI que, en los hechos, encabeza el gobernador mexiquense (también en la foto dentro de la foto) en la marcha de regreso a la Presidencia del antiguo partido hegemónico.
Hasta allí quedaría registrada una coincidencia entre las señales que mandan las imágenes de la composición fotográfica tomada por los secuestradores al secuestrado, y el discurso explícito de López Obrador tendiente a satanizar tanto al ex presidente, como al prospecto presidencial, como al político panista cautivo: los tres dentro de la misma imagen. Pero también está la coincidencia de las señales de los secuestradores y del discurso de AMLO con las murmuraciones del panismo del grupo de Calderón sobre los entendimientos del secuestrado con los priistas.
LA CELEBRACIÓN DEL DELITO Nada más ajeno de estas exploraciones a toda teoría conspirativa que pretenda traducir estas coincidencias de mensajes, señales y discursos en pruebas de acciones concertadas entre la revista, los secuestradores, AMLO y alguna facción del panismo. Pero lo que sí importaría subrayar, desde la perspectiva de la comunicación política, es la relación entre el envenenamiento de los discursos políticos y mediáticos dominantes desde la segunda mitad de los noventa y la descomposición de las relaciones sociales. Porque en esta correlación se ha hecho más propicio el terreno para el desbordamiento de la criminalidad como práctica social extendida y, en el caso del secuestro de Fernández de Cevallos, como práctica aceptada e incluso celebrada por una parte de las audiencias y los lectores formados en estos tres lustros de envenenada violencia verbal.
Esto quedó evidenciado por un sinnúmero de mensajes recibidos en el sitio electrónico de este diario en los días de la captura del político, y probablemente se volverá a evidenciar en algunos de los mensajes de los que se harán merecedoras estas líneas. Pero eso es inevitable en un clima de postración del debate público en que no hay más prédica que la del exterminio del contrario, ni más propuestas que la negación de las propuestas y proyectos del competidor.