Se necesitaron muchas horas frente a la pantalla casera -que es una pésima escuela, pero siempre abierta y con alumnos cautivos- para convertir la violencia en la pesadilla que cuando despertamos aún sigue ahí.
Basta "zapear" unos minutos para ver una considerable cantidad de muertes por bala, edificios que estallan, autos que se embisten, encapuchados, metralletas, tanquetas, motines, golpes.
¿Han constatado la violencia de las caricaturas que ven nuestros niños? La descomposición social que sufrimos en este momento, no es más que el resultado de la apuesta que hicimos en el siglo pasado al progreso científico, al éxito tasado únicamente en términos económicos, y al olvido en que dejamos la ética, la moral y hasta el arte que es el alma de un pueblo.
La violencia y la irritación social en que estamos inmersos es el precio que estamos pagando por nuestra apuesta equivocada. Siempre hemos sabido que hay guerra en alguna parte del mundo, y aquí tuvimos una revolución que cobró muchas vidas, pero el terrorismo por sí mismo como lo estamos experimentando; era impensable.
El dinero, el confort, el consumo al que habíamos apostado todo, está demostrando su incapacidad de hacernos felices o siquiera de proveernos seguridad.
Los virus de la violencia, la corrupción y la avaricia contaminaron hasta instituciones tan nobles como la educativa y la eclesiástica. "Ráfagas, tiros, bombazos... no recuerdo haber vivido algo parecido en mi ex-tranquila ciudad.
La intensidad del ruido provocado por las armas de alto poder le da una similitud a lo que se podría escuchar en un país en guerra civil"; me escribe un padre de familia de Torreón, vecino de la discoteca recientemente atacada.
Lo único que puedo decirle al amable corresponsal, es que realmente estamos en una guerra civil en la que de algún modo participamos todos; aunque el protagonismo corra por cuenta de narcos, policías, militares, e inevitablemente de los civiles que tenemos la desgracia de atravesarnos en su camino.
¡Que horror! ¡Vámonos de aquí! decimos en esta capital, pero también en Morelia, en Colima, en Acapulco... Todos queremos huir del conflicto ¿pero a dónde?
Pues a Torreón que es tierra de valientes, diría yo. Basta con recordar los difíciles momentos que se vivieron en La Revolución en los que la población lagunera sacó siempre la casta.
Seguridad no hay en ninguna parte, todos estamos expuestos a la violencia y según lo veo yo, de momento lo único que podemos hacer es conservar la fe en nuestro país que es por cierto el único que tenemos, y apoyar a nuestro presidente.
Lo otro sería bajar las armas y ¿qué? ¿Permitir que los delincuentes tomen el país y nos gobiernen? Estoy convencida -con mucha rabia- de que no ganaremos esta guerra, pero de momento las armas son lo único que tenemos para mantener a raya a los empoderados delincuentes. Lo que toca es reconocer que los tiempos son peligrosos y advertir a nuestros hijos que no se puede seguir viviendo como si esta guerra no existiera.
Lo que toca es encontrar alternativas, y apostar a la educación para que las nuevas generaciones cuenten con las herramientas que les permitan hacer buenas elecciones.
Sir Winston Churchill decía: "Un optimista es el que ve una oportunidad en toda calamidad; y un pesimista el que ve una calamidad en toda oportunidad".
Yo quiero creer que de esta horrible experiencia aprenderemos a ser más responsables y mejores ciudadanos. ¡Que Dios me oiga!
Adelace2@prodigy.net.mxs