"Desde la academia Norteamericana, el profesor Ramón Eduardo Ruiz hizo una defensa de nuestro país, tan o más apasionada que muchos mexicanos".
Lorenzo Meyer
"La historia de México -si se toma como norma la felicidad y bienestar de los desvalidos- es en su mayor parte una tragedia". Esta afirmación, hecha en este año de conmemoración de la independencia y la revolución, va a contrapelo del discurso oficial en materia de juicio histórico. Finalmente, lo importante del juicio no es que contradiga la visión oficial, sino la verdad que encierra.
Un examen de la historia mexicana de los últimos quinientos años que se titula México. Por qué unos cuantos son ricos y la población es pobre, (Océano, 2010, 233 pp.), no es otra cosa que el fundamento pormenorizado de lo afirmado en el párrafo anterior: la descripción y explicación de la gran tragedia histórica de México. La cuestión fundamental es simple de formular y difícil de responder: ¿Cuál es la raíz del subdesarrollo mexicano y por qué ha sido imposible superarlo?
Antes de continuar conviene otra cita: "Cuanto más estudio el subdesarrollo de ese país [México], más me convenzo de que no tiene solución, desde luego no una solución simple. Pasaron cinco siglos para que México se convirtiera en una sociedad distorsionada, dependiente y disfuncional, y se necesitará un milagro para anular ese legado". El autor de esta visión de México es un historiador profesional que durante más de medio siglo se dedicó con pasión a "reescribir" partes de la historia mexicana. Al retirarse de la vida académica como emérito, con 15 libros en su haber, ochenta años a cuestas y varios reconocimientos -entre ellos la National Humanities Medal, que recibió en 1998 en la Casa Blanca-, decidió escribir como gran final el ensayo que ahora nos ocupa. La muerte le alcanzó antes de ver la aparición en español de su última obra.
Al plasmar una gran mirada a México, el autor no buscó ni pretendió ser imparcial, sino reafirmar su posición al lado de las clases y grupos explotados, que en el caso de México invariablemente han sido la inmensa mayoría.
El autor de este ensayo fue el profesor Ramón Eduardo Ruiz, que nació en Estados Unidos en 1921. Su abuelo y su padre habían sido oficiales en la Armada mexicana, pero los avatares de la revolución hicieron que él naciera en San Diego, Estados Unidos. De su padre, el joven Ruiz heredó y asumió un fuerte nacionalismo mexicano que, superando la contradicción, compaginó con su ser norteamericano. Durante la II Guerra Mundial, el joven Ruiz fue uno de los pocos mexicano-americanos que sirvió como oficial de la fuerza aérea de Estados Unidos. Se doctoró en Berkeley en 1954, pero justamente su origen mexicano le hizo difícil conseguir un puesto adecuado a un historiador especializado en México. Al final hizo una carrera brillante en la Universidad de California, aunque siempre estuvo un tanto aislado del mundo académico norteamericano.
El punto de partida del ensayo que aquí se comenta es claro: "la historia nunca está quieta, el tiempo lo cambia casi todo" y a México, como a muchas ex colonias europeas, simplemente no le fue dado seguir por la ruta que llevó al éxito a las potencias capitalistas originales. Para llegar a superar el subdesarrollo heredado, nuestro país hubiera tenido que descubrir -inventar- en los dos últimos siglos un camino propio. Eso sólo lo intentó tras la Revolución y no persistió: a partir de los 1980 volvió a tomar la ruta que ya había probado conducir al fracaso... y en ella sigue.
El profesor Ruiz sostiene juicios muy duros en torno al legado colonial. La sociedad prehispánica dominante, los aztecas, desarrollaron una actitud propia de una teología donde "un universo tempestuoso y hostil [estaba] presidido por deidades caprichosas, a las que se debía aplacar" y que además les inculcó una "hábito de la obediencia a sacerdotes y señores militares". Ese México, donde la derrota de la conquista produjo un trauma profundo en la población indígena, fue dominado por una España que, dentro de ella misma, siguió una mala política económica que terminaría por asfixiar lo que hubiera podido ser una burguesía emprendedora -en Cataluña se tiene un ejemplo de eso que pudo ser y no fue-, lo que a la larga le impidió competir con éxito frente a Inglaterra, Francia y Holanda. Con ello perdió el papel de nación central que tuvo en el los siglos XV y XVI.
El profesor Ruiz sostiene que, a la larga, la relación económica entre España y la Nueva España resultó muy dañina para ambas. Al combinar la mano de obra dominada -la indígena- con la relativa abundancia de plata -la minería de la Nueva España fue una actividad monopólica, donde en el siglo XVIII el 5% de las minas producían el 90% del metal- la Nueva España se ligó a un mercado mundial en expansión, pero no se le permitió desarrollar un mercado interno significativo. Ahí está la razón inicial y principal del atraso material que caracterizó al México colonial. Por otra parte, al proporcionarle tanta plata, la colonia alentó a la metrópoli a consumir sin producir, es decir, importar de las otras potencias los bienes de consumo más elaborados, seguir con sus absurdas guerras en Europa y, finalmente, quedar relegada y desperdiciar una oportunidad histórica irrepetible.
Cuando en 1821 se produjo la separación política de México respecto de España, afirma el profesor Ruiz, la nuestra era ya una sociedad perfectamente disfuncional. Y justamente por eso su unidad nacional tardó tanto en cuajar, lo que fue una nueva pérdida de tiempo histórico.
Para nuestro autor, la insistencia de la élite liberal en el siglo XIX en seguir una política de libre comercio en una situación tan desbalanceada como fue la que México estableció, primero con Inglaterra y más tarde con Estados Unidos, hizo que en su etapa independiente el país preservara el antiguo orden, tanto en lo económico como en lo social. La falta de apoyo a un mercado interno, posibilidad que si existió, mantuvo a México dependiente de sus exportaciones de minerales y de otras materias primas y con una única y muy débil industria local. México se sacudió el dominio de España para caer bajo el dominio indirecto, pero igualmente férreo del capital europeo y norteamericano. Desde la perspectiva económica y social, concluye el autor: "La Reforma fue tanto un clamoroso éxito como un fracaso colosal".
. El profesor Ruiz sostiene la tesis de que lo ocurrido entre 1910 y 1924 fue una gran rebelión, no una revolución, (The great rebellion: Mexico, 1905-1924, Norton, 1980). Como sea, el cardenismo resultó ser el mejor momento mexicano. El general michoacano -"un nacionalista con conciencia social que quería un capitalismo con rostro humano"- al expropiar tierras y petróleo dio un gran paso -el primero- para reorientar las energías de México e iniciar un desarrollo basado en sus propias demandas e intereses.
El cardenismo y la II Guerra Mundial dieron pie a que México intentara basar su desarrollo en el mercado interno. Fue el momento del "milagro mexicano" de treinta años. Finalmente fue un falso milagro económico -el crecimiento del 6% anual promedio del PIB basado en la industrialización acabó en 1982-, pues un "capitalismo salvaje" autóctono impidió aprovechar la oportunidad para hacer de México una sociedad más justa, lo que hubiera podido ensanchar ese muy reducido mercado interno original.
Con la crisis de 1982 y el salinismo se "tiró por la ventana a la bañera junto al niño", es decir, se desechó lo fallido junto a lo exitoso del proteccionismo y se volvió a lo de siglos atrás: a orientar de nuevo a México a la exportación, pero esta vez a través del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, aunque manteniendo -acrecentando- un puñado de grandes monopolios nacionales. La etapa neoliberal de México que ya se ha prolongado por un cuarto de siglo sin que tenga éxito -el crecimiento promedio del producto per cápita de menor al medio por ciento- y su consecuencia es clara: aumento de la naturaleza oligárquica de la sociedad, de la pobreza, de la marginalidad, de la migración indocumentada, de la dependencia de Estados Unidos, de la violencia.
El subdesarrollo, dice el profesor Ruiz, tarda mucho tiempo en incubar, pero en México dispuso de tres siglos para hacerlo. En los dos siglos siguientes, los de la vida independiente, sólo hubo un intento serio de echar las bases para erradicarlo, pero al final el esfuerzo se malogró, por la combinación de clase gobernante corrupta y el peso del coloso del norte. Hoy, concluye Ruiz, sólo un milagro salvaría a México de continuar como el país de unos cuantos ricos y una población pobre.
El autor de esta columna dejará descansar a sus lectores por dos semanas, pues se va a una reunión a académica a Nueva Delhi.