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UNAM: un apunte de memoria

ALFONSO ZÁRATE

Ingresé a la UNAM en 1962 como estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria en su plantel número 3, ubicado en lo que fuera el antiguo Colegio de San Ildefonso, ese edificio magnífico, joya del barroco mexicano, cuyos patios adquirían por las tardes una tonalidad conventual propicia para el estudio y cuyos muros habían sido pintados algunas décadas atrás por los grandes maestros del muralismo mexicano: Rivera, Orozco y Siqueiros. En 1921, desde Barcelona, Siqueiros había llamado a construir "un arte monumental y heroico, un arte humano, un arte público"; eso era el muralismo, la forma más desinteresada de las artes plásticas porque no podía ser escondida para el beneficio de unos cuantos privilegiados, como argumentaba Orozco.

Mis profesores de la Preparatoria, casi sin excepción, eran maestros que amaban enseñar a alumnos que amaban aprender: María de la Paz Caso, Francisco Javier Amezcua, Humberto Briseño Sierra, Arnulfo Moreno Bello...

En 1964 ingresé a la Facultad de Derecho, y unos años después tuve el privilegio de conocer al ingeniero Javier Barros Sierra, el digno rector de 1968 que, frente a la dureza y el autoritarismo de Díaz Ordaz, encarnó los valores de la mayor institución de educación superior del país.

Sé que en la UNAM hay algunos, quizás demasiados, malos maestros, pero también que allí enseñan e investigan algunos de los mejores de México. En Derecho enseñaban personajes como Mario de la Cueva, Jorge Gabriel García Rojas, José Campillo Sáinz, Francisco Javier González Díaz Lombardo, Aurora Arnaiz, Jesús Castañón, entre otros profesores que formaron generaciones de profesionales con amor a la patria.

La actividad extra curricular era y sigue siendo intensa: conferencias, recitales, cineclubes, conciertos...

La UNAM ha ofrecido espacios en los que caben la universalidad del pensamiento, el debate y la reflexión, la libertad de cátedra. Cursé Teoría del Estado con el sacerdote jesuita Héctor González Uribe y Sociología y Filosofía del Derecho con el doctor Leandro Azuara. Aunque, en cierta forma, los alumnos que estudiaban en el turno matutino provenían de familias de clase media o alta, y en la tarde predominábamos trabajadores e hijos de trabajadores, había una sana mixtura.

No tengo duda, pues, de que la UNAM ha sido clave en el desarrollo social y productivo del país, en la investigación científica y la creación cultural. Su contribución a la República laica es esencial. Sin embargo, todo ello no impide reconocer que nuestra universidad no ha sabido acompasar, bien y a tiempo, la inserción de México a la complejidad del mundo globalizado.

El país de mis años de estudiante fue el del "milagro mexicano", cuando la economía crecía al doble de la población y la educación pública era el instrumento privilegiado para la movilidad social ascendente. Luego, los excesos de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, generaron severos desarreglos económicos y sociales.

Casi tres décadas después, cuando el tejido socioproductivo del país es radicalmente distinto, enfrentamos la paradoja de que cientos de miles de egresados de las instituciones de educación superior no encuentren una posibilidad digna de desarrollo profesional. Las universidades públicas, con la UNAM a la cabeza, no han sabido actualizar su propio diseño institucional y perfilar los centros de enseñanza, investigación e innovación que demanda la sociedad del siglo XXI.

Entiendo que la suerte y destino de estas instituciones no se define, en sentido estricto, según la voluntad de los sectores académicos y las mentes más lúcidas. La autonomía tiene límites precisos que, en nuestro caso, han respondido a los vaivenes de la política y a intereses que nada tiene que ver con el espíritu universitario o el interés general. De ahí que el rezago de la universidad pública pueda entenderse, en buena medida, como expresión de la crisis del antiguo régimen y las turbulencias de la transición. Porque no podemos olvidar que después de la "docena trágica", último suspiro del populismo priista, llegarían los tecnócratas: clase gobernante insensible, conducida por élites formadas en el exterior, cuyo fundamentalismo explica el estancamiento económico y sus funestas consecuencias en todos los órdenes. Pero esa es otra historia...

Por lo pronto, en este centenario de su fundación, me sumo al "¡Goya...!" de quienes nos sabemos en deuda permanente con nuestra querida Universidad Nacional Autónoma de México.

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