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Unión homosexual

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

La semana pasada la Suprema Corte de Justicia de la Nación, emitió una resolución que declara que los llamados matrimonios entre personas de un mismo sexo recién legalizadas en el Distrito Federal, no son violatorias de la Constitución de la República, lo que implica un reconocimiento formal del orden jurídico mexicano a ese respecto.

En estos días la Corte discute otros alcances sobre el tema, relativos a la validez de las uniones gay celebradas en el Distrito Federal en cuanto a sus efectos en los Estados de la República y la posibilidad legal de que tales parejas puedan adoptar hijos.

Lo anterior plantea un debate público sobre el particular, que deriva de la dicotomía entre el concepto del derecho natural que es el que resulta válido en sí mismo conforme a la naturaleza humana y el derecho vigente, que es el que el poder público declara obligatorio, para una época y un lugar determinados.

Como cada cabeza es un mundo porque existen diversas formas de pensar en cuanto a la índole de la naturaleza humana, y el sistema jurídico suele pervertirse como elemento de manipulación y dominio, es una constante la tensión entre el derecho natural y el derecho vigente y eventualmente ambos entran en conflicto.

Marco Tulio Cicerón (106 a 43 a. C.) en su Tratado de los Deberes, enseña que el derecho es un conjunto de normas de conducta para regular la vida del hombre en sociedad, como herramienta que lleva el instinto básico de conservación al nivel racional. Lo anterior implica que el hombre animal es un depredador, que como ser pensante dotado de inteligencia y voluntad, impone límites a su propia conducta.

Esta regulación de la conducta humana implica una lucha permanente a nivel de conciencia individual y convivencia colectiva, que se debate entre el acierto y el extravío.

Un lamentable ejemplo ofrece el degenerado emperador Calígula (12 a 41 d.C.), que designó Cónsul del Imperio Romano a su caballo favorito, sentando un precedente clásico de contraste entre el derecho natural ultrajado, y el derecho vigente sostenido por el capricho y la espada del autócrata.

En el caso del mundo que nos ha tocado vivir, el despotismo está encubierto por una democracia mal entendida y peor aplicada. Parece que ante el fracaso de los sistemas políticos que se muestran incapaces de establecer condiciones elementales para el desarrollo humano integral en un marco de libertad, no queda otra a los gobiernos que alentar todas las formas de evasión de la realidad. Ayer legalizamos el aborto y los casinos de apuestas, hoy llevamos las uniones homosexuales al rango de institución y mañana luz verde para las drogas. ¿Qué sigue?

Pocas son las voces que se alzan en contra de esta dinámica de descomposición social y decadencia cultural entre las cuales se encuentra la Iglesia Católica, la cual asume su deber de anunciar el Evangelio consciente de la diversidad de los intereses de Dios y del César es decir, de la separación entre Iglesia y Estado.

Es notable a este respecto la propuesta del predicador franciscano Raniero Cantalamessa, que ante el fracaso apologético en los parlamentos políticos o en los medios de comunicación, llama a la comunidad cristiana a predicar con el ejemplo, para ser levadura que fermente y luz que guíe a la sociedad de nuestro tiempo. En el caso concreto, corresponde sostener en la realidad el discurso de la familia fundada en el matrimonio indisoluble, entre un solo hombre y una sola mujer.

El paradigma ofrecido por un grupo de pescadores sin armas, que en los primeros siglos de la era cristiana fue capaz de conquistar el imperio más poderoso de la Tierra, sigue siendo el camino.

Correo electrónico:

Lfsalazarw@prodigy.net.mx

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