El aniversario número cien de la Universidad Nacional Autónoma de México, es una excelente oportunidad para escribir sobre lo que significa para miles de nosotros el haber estudiado en una universidad pública.
Por definición propia, la universidad pública tiene funciones bien definidas en sus leyes orgánicas. Entre otras la formación de profesionales, la investigación científica, la difusión de la cultura y como resultado de su actividad académica, la crítica de su entorno social.
Por ello, la UNAM no es sólo la institución de educación superior más importante del país, sino también la mayor formadora de profesionistas y la punta de lanza en lo que a crítica social se refiere.
De ahí que no nos deba de extrañar el tono del discurso usado por el rector José Narro Robles en la Cámara de Diputados, que dicho sea de paso, no es sino reflejo de lo que puede estimar cualquier ser pensante.
"Establecer un gran acuerdo nacional para el rescate social de México", es fundamental si queremos que el país salga adelante.
Pero los pasos que se dan en ese sentido son tibios o indefinidos y hasta tramposos. Se necesita actuar con apertura de mente pensando en el bienestar del país, no de un partido o de un gobierno.
Se debe mostrar verdadera voluntad política de avanzar, apertura de mente y flexibilidad para aceptar los puntos de vista de los otros, los opositores.
La búsqueda del poder por el poder conduce al fracaso; la conservación del poder mediante la renuncia a los principios ideológicos es traición a lo fundamental.
Yo me regocijo de estos cien años de la UNAM, porque en ella nos reflejamos todos los que hemos pasado por las aulas públicas.
Quienes no tuvimos para más, optamos por estudiar una carrera en la universidad pública. Pero ahí adquirimos además de conocimientos profesionales, conciencia social y sentido de solidaridad.
En nuestro caso privó además, la circunstancia de que, cuando decidí estudiar la carrera de derecho, no había otra escuela que la de la U.A. de C.; pero ahí estaban los mejores maestros que jamás se pudieron conjuntar.
Y es posible que aunque hubiera existido otra, yo hubiera ido a parar a ésta, porque recursos no había para pagar una universidad privada.
La universidad pública identifica. No importa cuáles sean los colores que defiendas, siempre existirá un vínculo que nos conecta a todos y casi podría decir, que el azul y oro nos hermana.
Varios han sido los intentos por acotar la actividad de la universidad; en algunos casos recortando su ingreso, en otros negándole recursos para su subsistencia. Pero ella siempre ha seguido adelante.
Las luchas que se han dado en el campus universitario en defensa de su autonomía y de su subsistencia, han sido muchas y a veces exageradas o desbordadas e incongruentes, pero otras, las más, con justificada razón y con trascendencia social importante.
Por ello la universidad siempre se vincula con el pueblo y se compromete con sus mejores causas.
Sin embargo, y a pesar de ser la juventud la etapa más impulsiva del hombre, como dijo el doctor Salvador Allende, "La revolución no pasa por las aulas universitarias", y es cierto; no pasa como lucha armada, pero pasa como lucha de ideas, como crisol de ideologías y como formadora de una conciencia social.
¿Qué sería de miles de jóvenes, sin recursos para estudiar una carrera profesional, si no existiera la universidad pública?
En la mayoría de los países la educación universitaria cuesta y cuesta mucho.
Los que tuvimos el privilegio de egresar de una universidad pública, debemos sentirnos orgullosos de que nuestra Máxima Casa de Estudios del país, haya cumplido cien años de existencia.
Y por ello en todo el país debe resonar el grito de: "¡Goya, goya, goya!", en honor de la UNAM.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".