Una sonrisa desarrugó el curtido rostro de su interlocutor.
-De ningún modo. Todo está bien.
-Y entonces, ¿por qué está cerrando su quiosco de palomitas?
-Para irme a casa, sentarme en el portal, y tomar el té con mi esposa.
El comerciante le objetó.
- Pero el día aún es joven. Todavía puede seguir vendiendo.
-No lo necesito,- replicó el dueño del quiosco-. Por hoy he hecho suficiente dinero.
-¿Suficiente? Eso es un disparate. Usted debe seguir trabajando.
El anciano le echó una mirada inquisitiva a su bien vestido visitante.
- ¿Y por qué debería seguir trabajando?
- Para vender más palomitas.
-¿Y para qué debería vender más palomitas?
Porque mientras más palomitas venda, más dinero hará. Mientras más dinero haga, más rico será. Mientras más rico sea más quioscos de palomitas podrá comprar. Mientras más quioscos de palomitas compre, más vendedores expenderán su producto, y más rico será usted. Y cuando tenga suficiente, puede dejar de trabajar, vender sus quioscos de palomitas, quedarse en casa, y sentarse en el portal con su esposa a tomar el té.
-Puedo hacerlo hoy mismo. Creo que tengo lo suficiente.
Nuestra obsesión por las cosas materiales tiene un alto precio.
El 80 por ciento de nosotros debe lidiar con la presión de las cuentas no pagadas. Invertimos el 110 por ciento de nuestros ingresos disponibles tratando de controlar las deudas. Pero, ¿acaso alguien puede? Ya nuestra unidad de medida no son los vecinos sino las estrellas de la pantalla de televisión o del cine.
Por lo tanto guárdate de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.
Epicuro observaba: Nada basta al hombre para quien lo bastante es muy poco.
Un día le preguntaron a John Rockefeller, ¿Cuánto dinero se necesita para satisfacer a un hombre? Su respuesta fue -Sólo un poco más.
La avaricia tiene un estómago rugiente. Aliméntelo, y se arriesgará a algo más que padecer estrechez por sus deudas. Se arriesga a perder su propósito. La avaricia puede seducirle a abandonar su punto óptimo.
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