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Más no es igual a mejor

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Sergio Sarmiento

Los estudiantes mexicanos tienen seis semanas de vacaciones. Los de Estados Unidos, Canadá o Europa gozan de entre ocho y 12. Esto no significa, por supuesto, que en México la instrucción sea mejor. Los estudiantes de aquellos países obtienen de manera habitual mejores calificaciones en las pruebas comparativas internacionales de educación, como Pisa, que mide el desempeño en ciencias y matemáticas.

En los años noventa las autoridades educativas nacionales decidieron aumentar el número de semanas en el año que los niños mexicanos debían estar en la escuela. Con ello buscaron copiar el sistema educativo japonés, que como otros sistemas asiáticos es de una gran intensidad. El entonces presidente Carlos Salinas de Gortari le tenía una gran admiración a Japón y había incluso ingresado a sus hijos al Liceo Japonés de la Ciudad de México. La verdad, sin embargo, es que la expansión del calendario escolar no trajo beneficios concretos a nuestro país. Los resultados de los alumnos en los exámenes siguieron siendo tan mediocres como antes.

Los factores que afectan negativamente la calidad de la educación en México son otros y muy diversos. De nada sirve, por ejemplo, tener muchos días de clases en el año, cuando cada uno de estos días dura solamente cuatro horas y media. Efectivamente, las escuelas públicas de nivel primario en nuestro país dan clases de ocho de la mañana a 12:30 del mediodía. Cuentan además con media hora de recreo por lo que la jornada real es de cuatro horas. En otros países las jornadas de seis horas y media -de ocho a tres con media hora de descanso- son comunes.

Más importante que el tiempo en el aula, sin embargo, es la calidad de los maestros. Muchos de quienes tienen la responsabilidad de dar clases en nuestro país tienen un bajo nivel de conocimiento y poco o ningún adiestramiento en técnicas pedagógicas. Un maestro que sólo puede escribir con dificultades no podrá enseñar a sus alumnos a redactar de una manera aceptable.

En otros países las vacaciones pueden ser un tiempo de reflexión e incluso de aprendizaje. La experiencia nos dice que el ocio, cuando se aprovecha bien, permite el surgimiento de ideas y la adquisición de conocimientos a través de la lectura y actividades de todo tipo. Los educadores más prestigiados han defendido siempre la idea de contar con un periodo de ocio suficientemente prolongado pero estructurado. Quizá por eso los cursos de verano suelen ser tan beneficiosos desde el punto de vista del aprendizaje.

Alargar el calendario escolar, como se hizo en México en los años noventa, es una medida que ya demostró su ineficacia. Quizá deberíamos regresar a un calendario que nos permita por lo menos ocho semanas de vacaciones, en vez de las seis actuales, pero que aumente la jornada diaria de clases y, sobre todo, mejore el nivel de los maestros. Claro que esto difícilmente se podrá lograr mientras no haya mejores evaluaciones de maestros y escuelas y no establezcamos incentivos para mejorar el desempeño de unos y otras.

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