Verdadera independencia
Los mexicanos estamos dispuestos a todo, incluso a cambiar la Historia, para mantener los mitos del pasado.
Un ejemplo claro lo hemos visto en los festejos del ‘bicentenario de la Independencia’. No es malo celebrar el ‘inicio’ de una guerra que 11 años después habría de desembocar en la independencia, pero no podemos cerrar los ojos a lo que realmente ocurrió.
El Grito de Dolores del 16 de septiembre de 1810 no fue el momento de la independencia. No sólo no consiguió México separarse de la corona española, sino que el levantamiento no se hizo con ese objetivo en mente.
Hasta donde sabemos, puesto que no hay un registro real de lo que se dijo en la madrugada del 16 de septiembre en el pueblo de Dolores, Miguel Hidalgo no llamó a la independencia sino a combatir al mal gobierno virreinal y a preservar la corona de España para el monarca legítimo, Fernando VII, quien había sido obligado a abdicar junto con su padre por las tropas francesas de Napoleón Bonaparte.
Es posible que Hidalgo ya tuviera la idea de buscar la independencia, aunque ésta no era compartida por todos los líderes de la rebelión. De hecho, poco después expresaría que éste era uno de los objetivos de la rebelión. Esto lo hizo en la carta en la que pidió la rendición de Juan Antonio de Riaño, intendente de Guanajuato y defensor de la alhóndiga de Granaditas. Sin embargo, considerar el 16 de septiembre como el día de la Independencia de México es un error histórico.
La fecha real de la Independencia fue el 28 de septiembre de 1821. Ese día se firmó el Acta de la Independencia y Agustín de Iturbide asumió formalmente el poder, primero como presidente de la Junta Provisional Gubernativa y después como presidente de la Regencia. Es común que se considere también como fecha de consumación de la Independencia el 27 de septiembre, cumpleaños de Iturbide y el día en que éste entró a la Ciudad de México a la cabeza del Ejército Trigarante que incluía tropas anteriormente realistas y los restos del Ejército del Sur del insurgente Vicente Guerrero.
Los políticos mexicanos, sin embargo, nunca han querido reconocer el papel de Iturbide. Les cuesta trabajo aceptar que un conservador que quiso erigirse en emperador de México haya sido el verdadero padre de la patria. Pero la Historia no puede reescribirse por no ser políticamente correcta. Por algo los restos de Iturbide permanecieron en la catedral de México mientras los de Hidalgo, Allende y Aldama, entre otros, han sido paseados periódicamente desde 1823 hasta ser depositados en la Columna de la Independencia en 1925. Es lamentable, a propósito, que hayan sido sacados nuevamente en este 2010 para exhibirlos morbosamente en Palacio Nacional.
En este ‘bicentenario’ del Grito de Dolores los mexicanos perdimos la oportunidad de revisar la Historia críticamente. Pudimos haber entendido por fin lo que sucedió en nuestro país en la primera mitad del siglo XIX, un periodo en el que obtuvimos nuestra independencia pero en el que se sembraron las semillas de errores que harían que esta independencia, en contraste con la de Estados Unidos, no se reflejara en un aumento de la prosperidad del país.
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