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Vértigo y marasmo

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Cuanto mayor es el vértigo, más cae el país en el marasmo. Un problema encubre a otro y, así, la solución del anterior se pierde en el arcón de los pendientes.

Discernir lo importante de lo urgente cada vez es más complejo. Una tragedia sucede a otra y, lo peor, más allá de los fervientes discursos sobre la unidad nacional, la élite política se apresta a poner todo su empeño y esfuerzo... en la próxima elección. A volar la urgencia de rescatar al país que se desbarata.

Esa élite ve la ruina nacional, pero del cascajo también sabe hacer negocio.

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¿Qué pasó esta semana? El Diario de Juárez recibió una reprimenda por andar preguntándole al crimen qué quiere. El portavoz oficial, Alejandro Poiré -bueno para las justificaciones-, dejó bien claro que nadie debe hablar o pactar con el crimen, y para acallar el malestar por el asesinato del fotógrafo Luis Carlos Santiago hizo suya la versión, sin aportar un solo dato, del homicidio por motivos personales. Se le pasó, sin embargo, un detalle: ¿pues qué no pactó el Gobierno con los secuestradores de Diego Fernández de Cevallos, al dejar de perseguir el delito?

Ese crimen sepultó otro suceso. La ceremonia de El Grito en Ciudad Juárez, donde el alcalde José Reyes Ferriz encabezó el acto frente a nadie. En la plaza desolada no hubo quien, a la mención de los héroes, respondiera: ¡Viva! O sea, pese a los mil y un operativos de seguridad, la plaza pública es privada o bajo dominio del crimen.

Por lo demás, ese asesinato acarreó una ventaja: aplacó la discusión sobre la identidad de El Coloso así como el debate sobre el fiestorronón del Bicentenario. De paso, desvaneció la molesta situación generada por el camarógrafo malagradecido que pidió asilo en Estados Unidos nomás porque se sintió utilizado por el narco y luego por la Policía Federal.

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Eso no fue todo. El presidente Felipe Calderón recibió a miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa así como del Comité para la Protección de los Periodistas, que le manifestaron inquietud por el efecto de la violencia sobre la libertad de expresión y la vida de los periodistas. Respuesta: se va a elaborar un programa de protección destinado a ese gremio. ¡Uf!

La respuesta es comprensible: si a la cúpula del Gobierno vinculada con la seguridad se le da un bono de riesgo por hacer su chamba, pues que a los periodistas se les dé un programa. Si algún otro gremio o sector se queja por la violencia, ya se verá qué hacer. Como quien dice, ante la imposibilidad de hacer valer un derecho general vengan los privilegios particulares.

Ese trajinar poco favoreció la difusión del libro de Florence Cassez, sentenciada por secuestro, pero necia en denunciar el montaje de su detención, firme en cuestionar su enjuiciamiento y decidida, sin querer, a exhibir las producciones mediáticas de las hazañas del secretario Genaro García Luna, quien por fortuna cuenta con un coro de defensores de oficio.

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¿Algo más? Pues sí, el medio hermano del gobernador de Michoacán, Julio Godoy, con o sin razón, desnudó la podredumbre de los Poderes de la Unión.

Con un amparo concedido por un juez que pone a salvo sus derechos políticos y con una orden de aprehensión concedida por otro juez para detenerlo por presuntos vínculos con el crimen, Godoy burló el cerco tendido por 120 elementos de la Policía Federal en torno al Palacio Legislativo y rindió protesta como diputado. Ahora, con fuero, ni con el pétalo de un citatorio se le podrá molestar.

Lo interesante del galimatías que deja mal parados a los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo será ver si abre públicamente el famoso michoacanazo que, por sus resultados, pone en duda si aquella detención de munícipes y funcionarios estatales fue una operación policial o electoral, si la lucha contra el crimen se usa como ariete político del gobierno contra el adversario en turno.

Y vale decir adversario en turno porque la reaparición de Julio Godoy despide un tufo de arreglo bajo cuerda entre panistas y perredistas en aras de la alianza contra el PRI.

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Ese asunto, quizá el más importante de la semana, fue cubierto por otro: la noche del jueves mataron a Prisciliano Rodríguez, el alcalde de Doctor González, en Nuevo León.

Con toda prestancia, el presidente de la República y el gobernador de la entidad expresaron su pésame y la consabida condena que, de seguro, obran en un fólder repleto de fotocopias.

Desde luego, ese nuevo crimen no tiene por qué generar preocupación. Apenas es el segundo alcalde que asesinan en Nuevo León y el décimo en el país, pero habiendo un total de 2 mil 435 qué son diez.

Todo esto sin mencionar el ataque contra Ricardo Solís Manríquez, edil electo de Gran Morelos, Chihuahua, pero, bueno, no hay por qué contarlo ya que aún no entra en funciones.

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En todo caso, la noticia constante de la semana nada tuvo que ver con la violencia.

Versó sobre la tragedia de los damnificados por las lluvias, gente acostumbrada a ver cómo tal o cual desastre arrastra su patrimonio cuando no, sus vidas. Por fortuna, para ellos hay despensas y visitas de altísimas personalidades de los gobiernos federal y estatal, con enorme capacidad histriónica para poner cara de congoja.

En esta materia, se registró una novedad, arte de insuperable imaginación política. Los funcionarios federales resolvieron usar gorras azules para distinguirse de las gorras rojas de los fieles de Fidel Herrera.

La cosa es que no se distinguen, se igualan.

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Visto que esta semana fue tan rutinaria y ordinaria como las anteriores, lo rescatable es la decisión de la élite política de precipitar el juego sucesorio, campo -ése sí- donde se siente a sus anchas.

De los informes de gobierno, se hicieron plataformas de lanzamiento o taller de redacción con el tema: el país que yo quiero. De la divulgación del estado que guarda la situación, se hicieron spots de promoción personal. Qué bien lucieron Enrique Peña y Marcelo Ebrard.

Del aniversario del PAN con la imagen de Diego Fernández de Cevallos dispuesta con la de Manuel Clouthier y Carlos Castillo Peraza -¿fue un mensaje funeral o subliminal?-, se hizo el arrancadero de la sucesión y, ahí, el mismísimo presidente Felipe Calderón dijo: "vamos nuevamente a la conquista del poder y de la voluntad de los ciudadanos". ¿Pues cuándo lo conquistaron?

Qué bueno que, fuera del vértigo y el marasmo que hunden al país, nada grave esté ocurriendo y que, entonces, sin perder tiempo, la élite política se apreste a devorar las migajas del poder... que se le está yendo de la manos.

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Sobreaviso@latinmail.com

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