"ESPERANDO"
Sentada en un banco de la vieja estación mientras veía el pasar de los vagones, se encontraba "la abuela", con la piel del rostro marcada por los surcos que como huella inconfundible deja el paso de los años, pero aún con un brillo en la mirada producto de la esperanza y la fe que no se pierde nunca y añorando el regreso de su nieto, vio transcurrir la tarde hasta que el sol se fue ocultando en el horizonte.
Hacía ya más 5 años en esos tiempos aciagos y amargos de lucha revolucionaria en que Casimiro el grande como todos le decían, había sido reclutado de levita por las fuerzas federales que luchaban contra Fco. Villa, en ese pequeño pueblo incrustado en el Estado de Chihuahua. Recordaba con tristeza aquella madrugada en que habían descendido del tren fuerzas federales que inmediatamente habían tomado a la población sin encontrar prácticamente ninguna resistencia, pues sólo el viejo Federico quien creía en los ideales revolucionarios les había hecho frente con un viejo fusil de los tiempos de Reforma ya que él había sido soldado del extinto presidente Juárez, prácticamente nada pudo hacer el pobre anciano ante la potencia de fuego de los federales y aunque logró herir de muerte a un viejo sargento federal, él cayó abatido ante las múltiples descargas de los máuser de los federales.
Como respuesta violenta el coronel que comandaba a aquel batallón mandó sacar por la fuerza a todos los habitantes y formaron a los hombres del pueblo, principalmente a los más jóvenes y si alguno no era de su parecer o se resistía a ponerse en formación era ejecutado en el instante. Poco pudo hacer la abuela quien colgándose literalmente de la camisa del coronel trataba de impedir que se llevaran a su nieto Casimiro el grande, a quien llamaban así porque el padre de los muchachos (que se llamaba igual), al nacer el niño lo bautizó con su mismo nombre y como al parecer se sentía orgulloso de eso, también bautizó con el mismo nombre a su segundo hijo, a quien le decían Casimiro el chico, la madre de ambos niños murió días después de tener a este pequeño, víctima de una fiebre puerperal, quedándose ambos niños a cargo de su abuela quien los crió como sus propios hijos. Desgraciadamente a los pocos años el padre de ambos también murió en un accidente en una mina de Parral, donde se encontraba trabajando como minero. ¡Por su santa madre! Le decía la abuela al coronel,¡ no se lleve a mi muchacho!, agarrándola de ambas manos el inconmovible militar la arrojó hacia un lado, para acto seguido ponerle su pistola en la sien al muchacho diciendo; ¡mire vieja... sí quiero se lo dejo, pero muerto! La pobre anciana cayó de hinojos al suelo sollozando y con voz suplicante dijo; ¡No, no, mejor lléveselo pero no me lo mate!, golpeándolo en la cabeza con la cacha de la pistola conmino al muchacho a subirse al vagón del tren, partiendo tiempo después rumbo al sur, dejando en la estación a mucha gente desolada en su mayoría mujeres, y algunos muertos tirados en el piso. Antes de esto; cuando Casimiro el chico escuchó los disparos y la llegada de los federales, salió corriendo por la puerta que daba al corral, y en medio de la oscuridad de la madrugada sintiendo el zumbido de las balas que le dispararon los soldados quienes trataban de impedir su huida, tomó rumbo al monte y se perdió entre los matorrales.
Desolada y abatida quedó la abuela aquel día, pues en un momento había perdido a sus dos hijos aunque con el tiempo se alegró un poco cuando le llegaron rumores de que Casimiro el chico, se había unido a las fuerzas rebeldes del General Fco. Villa y después de tomar Chihuahua se dirigían hacia Torreón a continuar la lucha armada. Aunque la abuela siempre había querido a los dos por igual, su preferido siempre había sido Casimiro el grande. Víctima de la tristeza la abuela cayó enferma días después de la llegada de los soldados, pero conservando la esperanza de volver a ver a sus nietos y sin tener un ingreso que la sostuviera, se dedicó a hacer tejidos, los cuales vendía entre los pasajeros del tren que llegaba a abastecerse de agua en la estación del pequeño pueblo.
Pasaron más de 4 años pero ella no perdía la esperanza de volver a ver a sus muchachos, la lucha armada continuaba y en ocasiones se veían trenes llenos de militares o de revolucionarios que corrían de norte a sur o viceversa, según se iban dando los acontecimientos de la lucha armada. Un día al descender de un vagón, perdió el equilibrio dando con toda su humanidad contra el suelo, sintiendo un chasquido y un agudo dolor en su antebrazo derecho que la hizo lanzar gemidos de dolor, varias personas corrieron a auxiliarla y a ponerse de pie y cuando al fin lo consiguieron, se dieron cuenta de cómo se encontraba deformado el antebrazo por encima de la muñeca, pues éste se había fracturado y la mano prácticamente le colgaba del mismo. Presa de gran dolor, la abuela acudió a ver a un indio curandero que vivía cerca de la población y éste le colocó un emplasto hecho de hierbas y con unas varas y un vendaje hecho con lienzos, inmovilizó la fractura. La lesión fue sanando con el tiempo, pero el antebrazo le quedó chueco y ya no le era posible seguir tejiendo pues el sólo intentarlo le provocaba dolor e hinchazón, aparte de que a su mano le faltaba fuerza, por lo que tuvo que dejarse un cabestrillo en forma permanente hecho de manta.
Al darse cuenta los vecinos de que a ella ya no le era posible sostenerse, algunas almas caritativas acudían en su auxilio dejándole alimentos ya elaborados que en esos tiempos eran escasos por la difícil situación que atravesaba el país, esto provocó que la anciana mujer fuera perdiendo kilos, quedando hecha prácticamente una hebra. Más sin embargo el recuerdo de sus nietos la mantenía con ánimos y con la esperanza de volver a verlos. No había día que la cansada mujer no acudiera a la estación a esperar los trenes, sin perder la fe en que algún día se encontraría con sus nietos. Pasó más de un año después de su accidente y aunque con paso lento se dirigía y se sentaba en la banca próxima al andén. Un frío día de invierno, el viento frío y seco estuvo a punto de hacerla desistir de acudir a su sitio de espera, pero haciendo un esfuerzo supremo de todos modos volvió a la vieja banca de cada día, apenas distinguió con sus cansados ojos a una mujer que se aproximaba hacia ella quien venía en compañía de un pequeño de aprox. 2 años de edad, ambos se dirigieron hacia su banca, y la dama en cuestión se paro frente a ella y la abuela al observar al pequeño, creyó ver en la cara del niño a su amado Casimiro el grande como cuando era pequeño, la mujer que acompañaba al niño le sonrió al instante que; el pequeño balbuceaba tímidamente ¿abelita? De pronto sintió una mano cálida y fuerte que tomaba la suya, al volver la mirada hacia su lado vio el rostro de Casimiro el grande quien vestido de paisano era quien tomaba su mano. Su espera había terminado y la familia había crecido.