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Violencias

JULIO FAESLER

Suenan una vez más los tambores de guerra precisamente en donde hace más de 60 años se produjo una de las más empecinadas confrontaciones entre los dos bloques políticos en que entonces se dividía el mundo.

El ataque con bombas y cañones norcoreanos a la pequeña isla Yeonpyeong en el Mar Amarillo, ha sacudido el precario equilibrio entre los dos países que comparten por mitades la Península vecina de Japón y fronteriza con China, ha puesto de nuevo en vilo a la comunidad internacional. La alianza entre Estados Unidos y Corea del Sur, ambos de regímenes capitalistas, se revive apareciendo como el viejo eje anticomunista.

La ironía está en que ahora es cuando menos se requiere desperdiciar energías y recursos en estériles combates ideológicos. La guerra que hoy requerimos los más de seis mil millones de habitantes de la tierra es combatir la pobreza y la ignorancia para acabar con los desequilibrios. Lucha que solamente es posible realizar cuando se cuenta con un escenario de paz.

Corea del Norte, sin embargo, escogió insistir en la confrontación con el mundo desafiándolo con programas nucleares igual como lo hace Irán, envolviéndonos en el contexto de una cruda amenaza a la tranquilidad mundial.

La coyuntura actual es de ángulos contrastantes, poliedros caprichosos, que impiden un avance armónico hacia la prosperidad. El progreso material y los altos niveles de vida son la excepción, mientras que el grueso del mundo entero vive en desempleo y miseria.

La experiencia después de la Segunda Guerra Mundial nos enseña que los viejos cartabones capitalistas y comunistas no fueron eficaces para traer los frutos anunciados de bienestar y de justicia. Los esquemas ideológicos ceñidos ya no funcionan. A medida que han avanzado los últimos años se constata la falta de equidad y de solidaridad que da origen a múltiples escenas de violencia y de rencor social.

Prácticamente en todo el mundo se presentan intolerancias y choques callejeros que brotan con el pretexto más pasajero. Se insiste en cambios y reformas de las estructuras como si de ellas dependiera la solución de fondo a la violencia que invade a la mayoría de los países. Todos sabemos de antemano que las metas de prosperidad y de justicia nunca podrán lograrse plenamente, pero es precisamente el estar consciente de ello, que hace que la llama del optimismo nunca se apague. Perseguir los ideales es la energía misma del progreso que hace que los obstáculos se venzan aunque jamás completamente. La humanidad avanza afinando sus pasiones evitando así perder la esperanza, cualidad intrínseca al ser humano.

La lucha por los ideales puede estar atrás de muchas de las violencias que presenciamos en tantos lugares del Planeta. Cada caso tiene su propia validez y justificación. Hay sin embargo, violencias que jamás pueden ser aceptadas o convalidadas. Por ejemplo, la violencia insensata inspirada no por ideales por remotamente fantásticos que sean, son muy diferentes a la agresión ciega y brutal del que por su ignorancia, no tiene concepto alguno de los fines de la justicia y solidaridad social. Nuestro país está viviendo a diario este caso donde la muerte desencadenada por la absoluta inconsciencia destruye toda posibilidad de razonamiento.

Es patente la diferencia entre la violencia ligada a metas sociales por equivocados que sus métodos sean, ésta sea y la que es simplemente criminal. Los gobiernos tienen la obligación de hacer valer las reglas de la racionalidad para que sus pueblos puedan resolver sus propios problemas de desarrollo. Si criticamos a Corea del Norte por utilizar armas que rompen la estructura internacional de los pueblos empezando por el propio, y por carecer de los elementos para avanzar hacia la democracia y la prosperidad, también podríamos criticar a los gobiernos que no utilizan todos los recursos a su disposición para frenar la irracionalidad de la violencia.

A diferencia de la inútil guerra que se propone Corea del Norte por razones de estériles ideologías, la guerra que actualmente está emprendiendo México para combatir el narcotráfico constituye un claro contraste. Lo que hoy está haciendo nuestro Gobierno tiene una validez indiscutible. La lucha contra el narcotráfico es la defensa contundente de la libertad y de la dignidad.

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