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Y así fue que el sueño terminó...

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Después de la fiesta, que venga la siesta; pasado el gusto, sobrevendrán el susto y el disgusto. Desde antes de la derrota mexicana en el campeonato 2010 de futbol, el país suspendió su reflexivo tránsito por la bicentenaria historia para dar tiempo y espacio al congojoso duelo de la afición futbolera.

¿Hubo mucho deporte, acaso?... Ni tanto malo ni tanto bueno; aunque sí hubo negocio, se hicieron gastos extraordinarios, resultaron fantásticas utilidades para unos y otros, y los mexicanos nos forjamos muchas e infundadas expectativas, triunfalistas obviamente, sobre nuestra gran selección nacional; mismas que fueron previa y golosamente alimentadas por los organizadores del evento y los medios impresos y electrónicos de comunicación social.

Estos últimos nos suspendieron, de pronto, ante el umbral de la gloria futbolística, más lejos que cerca de ser campeones mundiales; lo que sería probable siempre que al buen desempeño de los jugadores se le emparejara alguna coyuntura adventicia. "Si aquel pierde, si el otro gana, si un tercero falla". O bajo la condición de que nuestros seleccionados obtuvieran otros triunfos más, de seguidito; entonces hubiéramos sido los dueños del "top", lo más alto u hubiéramos sido "los no hay más" a pesar de que muchos sagaces comentaristas de este deporte estaban conscientes de que ganar todo era sólo una eventualidad, afianzada con las lánguidas anclas del recuerdo. Sí, lo que sucedió hace cuatro, ocho, doce o dieciséis años, aparecía como un apetitoso deja vú que convenció a todos de que nuestra selección nunca había llegado a tal altura, ni había ofrecido esperar lo deseado.

Los viejos periodistas, conocedores colmilludos de este deporte, no se atrevieron a pronunciar pronósticos felices, y menos los comentaristas sustentados en los compromisos publicitarios de sus respectivos medios. Los 'ratoncitos verdes', que dijera el viejo implacable Manuel Seyde, en su amado Excelsior, reaparecerían, contundidos y apesadumbrados, en el meollo de nuestras pesadillas, para luego tornar como realidad apabullante.

Muchos meses antes, la afición y los medios ya exprimían y sorbían los chisguetes de aguamiel que siempre tiene el balompié; ahora sin saborearlo, pues la pretérita realidad calzaba justo en el ominoso presente que aconsejaba no agotar nuestro optimismo sólo en simples y lejanas esperanzas, antes desvanecidas por la dolorosa e inexplicable realidad. Después de todo, todo concluía siempre en las mismas cosas, idénticas excusas o muy parecidas: "es que aquel...es que los árbitros...es que la cancha y es que el pasto...". Para concluir acusando al entrenador y los desangelados desempeños de los seleccionados que habían asumido la carga de conquistar el triunfo, y luego se echaron para atrás.

Los genios de las finanzas y del turismo deportivo acarrearon multitudes que formaron tumultos ante las taquillas, desde el señor presidente de México, quien poco hizo pues nada tenía que hacer en Johannesburgo, aparte de observar y unirse a la variopinta asistencia de fanáticos gritones, casi todos mal disfrazados y bien enloquecidos. Se enriquecieron, es cierto, los que fabricaron y vendieron las camisetas verdes, hogaño ofrecidas en cincuenta pesos o mucho menos, porque ya se habían devaluado; en las tribunas abundaron los tipos fachendosos, los hubo por decenas de miles; de otros tantos vimos centenas y centenas de miles igual hicieron presencia como fanfarrones extralógicos, "hooligans" exacerbados por el chupe nocturno y el crudo despertar diurno.

Además estuvieron los que connotados funcionarios mexicanos, marca PAN de origen, que dieron la vergonzosa nota "urbi et orbi" disfrazados de protagonistas de la historia. Unos como padre Hidalgo, otros cuales capitanes Allende, muchas señoras con el chongo de doña Josefa Ortiz, no faltaron los adustos Benito Juárez, las desconcertadas Carlotas y los barbilindos Maximilianos. Otros saltaban entre los del siglo XX. En el tumulto aparecían tipos cargando más medallas que las del propio don Porfirio; o con barbas de candado, como la de don Francisco Ignacio Madero; o barbiespesos como don Venustiano Carranza; y en tropel los Tolanos de apellido Huerta, y entre éstos a innumerables Obregones, incontables Panchos Villa, etc., etc.

En México los de la sociedad rural y las clases populares se quedaron en sus casas, en jacales, en corrales, cerca de los abrevaderos, echando ojo a las escuetas tierras con sus inútiles 'por qué no' a punta de lengua: porque no tuvieron jolas para ir, porque no tenían a qué ir, porque si no podían pronunciar 'yo..ja ..nnes...burgo' tampoco hubieran podido ir a tan lejano continente y menos viajando en avión sólo para ver cómo perdían los prometedores seleccionados de nuestra Patria.

Mucha de esta gente esperó arremolinada en torno a las gigantescas televisiones de HD que ubicó el Gobierno en zócalos, plazas, escuelas, parques y calles, como una multiplicada réplica electrónica del vetusto circo romano; al verlo se quedaron ansiosas ganosas de comer un taco de algo, aunque fuera de goles, bajo el desamparo de nuestra geografía desértica, entre cardos y espinas, siempre inmersos en los tiempos reales de otras mismas rudezas, y sin saber por qué ellos no, para responderse "porque no disfrutamos los salarios de los políticos y de las altas burócracias".

Esta pobre gente rememoraba las acumuladas tragedias de cada tiempo histórico. Sin disfraz alguno y con mostachos postizos vivieron días de holganza improductiva y hambreada, no en el futbol, sino en la propia vida que les tocó vivir. Y así, señoras y señores, fue que el sueño terminó; ya nos veremos dentro de cuatro, ocho, doce o dieciséis años...

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