Primero que nada, una aclaración: soy perfectamente consciente que aún no termina la primera década del siglo XXI. Ello ocurrirá el 31 de diciembre de este año, por una razón muy sencilla: que la presente centuria (y su primera década) empezó el 1º de enero de 2001. Las numeraciones tienen la cochina costumbre de empezar en el uno, se trate de siglos, décadas o puntos en la tabla de posiciones. Así que el siglo XX inició en el 1901 y terminó al agotarse el 2000, no al iniciar ese año. Pero para efectos prácticos, dado que todo el mundo considera que está arrancando la segunda década de este siglo, haremos esa concesión. Resulta muy cansado ponerse a discutir con las masas. Especialmente si se trata de sutilezas aritméticas que, como lo indican las pruebas internacionales, y gracias a las ineptas y corruptísimas huestes de Elba Esther, no son el fuerte de las tribus de Anáhuac.
Lo cual nos deja con un problema; no muy grande, ciertamente, pero que puede suscitar alguna desazón para los ociosos que, como un servidor, tienen que hacer referencias históricas como parte de la chamba. Y es el cómo vamos a llamar a la década que (no se) acaba de terminar.
Precisamente en el año 2000, una sección de la revista Newsweek se hizo la misma pregunta. Aventuraron algunas propuestas, creo que ninguna muy luminosa: "Los cero-algo"; "Los cortos dos-mil"; "Los dos-miles". A fin de cuentas no supe si se decidieron oficialmente por alguna, dado que por entonces suspendí mi suscripción a la revista, en vista de que me llegaba como con quince días de retraso... lo cual tratándose de un semanario no resulta muy útil que digamos. Napoleón decía que el grado de civilización de un país se manifiesta en la eficiencia de su sistema postal. De lo que puede deducirse que el principio de la decadencia de la civilización mexicana empezó hace diez años. O hace diez siglos, cuando la invasión de las hordas de Xólotl a Mesoamérica. Vaya uno a saber. El caso es que ahí quedó la cosa.
Hace unos días, en su columna del New York Times, el flamante Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, hacía una reflexión similar: que habíamos sobrevivido a la década sin ponernos de acuerdo en cómo llamarla: ¿Los "lo-que-sea" (aught)? ¿Los "nadita-de-nada" (naughties)? (El día 31, CNN la llamó los "ceritos", noughties; sí, los juegos de palabras suenan bofos).
Como tenía que ser tratándose de un economista, Krugman propone un nombre que tiene que ver con su oficio. Y dice que a la primera década del XXI deberíamos llamarla El Gran Cero.
Ciertamente cada año tuvo al menos dos ceros en su guarismo. Pero Krugman apunta al hecho de que hubo cero crecimiento real, cero ahorro interno (en los Estados Unidos), cero ganancias para los propietarios de casa (si la conservaron), cero rendimiento en acciones y valores. En fin, que plantea un panorama desolador de lo ocurrido en los últimos diez años. Claro, referidos a la Unión Americana; pero digamos que la situación no fue mucho más risueña para el resto del mundo.
No conformes con esa propuesta, quizá deberíamos repasar cómo fueron bautizadas otras décadas (o épocas), para darnos un norte.
(Que no, no está en Coahuila: más bien en el Océano Ártico, cerca de la Isla de Baffin. Como que al clan Moreira no se le da muy bien la geografía; y menos la geopolítica: siguen creyendo que Cuba pertenece al mundo desarrollado y es digna de servir como ejemplo. En fin).
Volviendo al tema: la primera década del siglo XX fue llamada la Época Eduardiana por razones obvias: abarcó casi exactamente el período de reinado de Eduardo VII de Inglaterra. El obeso Lalo ocupó el Trono de San Jorge del 22 de enero de 1901 al 6 de mayo de 1910. ¿Y por qué se habría de bautizar una década con el nombre de un monarca trasatlántico con sobrepeso? Pues porque en esos entonces la Gran Bretaña controlaba una quinta parte de la superficie terrestre y a una cuarta parte de la Humanidad. Nada más por eso. Además, todo hay que decirlo, fue para lo único que sirvió el buen Eduardo. El cual estuvo en la banca, esperando su turno, durante casi toda su vida: nada más sesenta años. A su mamá, la gorda Victoria, no se le ocurrió morirse sino después de haber reinado por más de seis décadas. Durante todo ese lapso de ocio, Eduardo cultivó la buena vida, las malas muchachas y un abdomen considerable. Digo, no se la pasó mal mientras esperaba aquello de "La reina ha muerto, ¡viva el rey!". Así que el actual Príncipe de Gales, Carlos de Windsor "El Orejón", ni siquiera tiene ese récord.
Otra década bien bautizada fue la tercera, llamada "Los Locos Veintes". Fueron (para quienes podían darse el gusto) diez años de reventón, de gastar a puños y de romper con las convenciones sociales, culturales y sexuales. Tras la matanza insensata e inaudita de la Primera Guerra Mundial (y de la Revolución Mexicana, contemporánea de la misma), la gente quería vivir al tope, disfrutar como fuera de las delicias de la vida y pasarse por el Arco del Triunfo a la moral y las buenas costumbres. Es la época del Charleston, las flappers, la irrupción del jazz fuera de los antros negros, de Josephine Baker y su faldita de plátanos deleitando a París y, en Estados Unidos, de la Ley Seca o Época de la Prohibición, nombre que no puede tomarse muy en serio. Sí, esa década fue muy loca, y terminó más locamente cuando la Bolsa de Valores de Nueva York se desplomó cual piano desde rascacielos en octubre de 1929.
Ninguna otra década tuvo apelativo popularmente reconocido hasta la llegada de los Rebeldes Sesentas. Quienes vivieron su juventud entre 1961 (cuando Kennedy ocupó la Presidencia) y 1971 (cuando Echeverría nos asestó la primera espiral inflacionaria de nuestra vida) se la pasaron bomba desafiando todo tipo de autoridades... y luego nos han puesto bombas a las otras generaciones, contándonos una y otra vez, hasta el vómito, sus hazañas de aquellos años. Ah, y todos fueron hippies, se hallaron a un tris de unirse a la guerrilla, comieron hongos con María Sabina y estuvieron en Tlatelolco (y sobrevivieron, ¡bah!).
En Estados Unidos la era de Reagan es llamada los Atronadores Ochentas (Roaring Eighties), por el desenfrenado afán de lucro, la forma en que la especulación se hizo una forma de vida y la manera de gastar de Gobierno y pueblo. Acá en Latinoamérica la llamamos la Década Perdida. Quizá habría que matizar las cosas, y decir que ésa fue la Primera Década Perdida. Me late que hubo una Segunda, y la acabamos de pasar.
En fin. Se aceptan sugerencias para ver cómo bautizamos a los diez años que acaban de terminar. Me temo que los nombres no serán muy benévolos que digamos.
Consejo no pedido para convencer a su mujer que usted es el avatar de Richard Gere (o de William Levy, si su cónyuge es de gustos más charros): Vea "Wall Street" (1987), en la que Gordon Gekko, el personaje interpretado por Michael Douglas, pasó a simbolizar todo lo que estaba mal en aquella época... y en ésta, mucho me temo. Provecho.