Los atentados terroristas de 2001 contraWashington DC y Nueva York, impactaron la dinámica de gobernar de GeorgeW. Bush. Tras haber sido elegido en uno de los más polémicos procesos electorales de la historia estadounidense, George Bush había prometido inicialmente gobernar para todos en su país, unir y no dividir, e iniciar un proceso que sanara las heridas que había dejado su elección a la Presidencia.
El 11 de septiembre de 2001 derrumbó las torres gemelas y el ánimo de buscar acuerdos de Bush. De la noche a la mañana, una emergencia activó el papel constitucional de comandante en jefe del presidente estadounidense, rol acostumbrado a la verticalidad en la toma de decisiones, a la ausencia del debate y la falta de cuestionamientos. Apoyado y obsesionado por las encuestas, que durante los meses posteriores a los atentados de septiembre le daban hasta un 80% de popularidad, Bush encontró en el rol de comandante en jefe, su zona de confort y ahí se quedaría durante la mayor parte de sus ocho años de gobierno.
En buena parte de esos ocho años, la sociedad civil estadounidense, tan acostumbrada a la protesta, a la incidencia y disidencia, se paralizó. Los medios de comunicación, que particularmente desde los sesenta y tras el escándalo deWatergate, se han convertido en un cuarto poder que vigila el actuar gubernamental, decidieron acallar las críticas, no publicar imágenes de soldados estadounidenses muertos en batalla y casi reproducir los primeros comunicados de la Casa Blanca. Las voces de intelectuales, como Susan Sontag y Noam Chomsky, que osaron criticar el tufo de presidencia imperial de George Bush, fueron censuradas. Canciones y videos de artistas y grupos que se referían a la guerra, como Madonna y las Dixie Chicks, no llegaban a las radiodifusoras ni a los canales de televisión.
Un Congreso temeroso se compró el argumento de “o están conmigo o son enemigos de Estados Unidos” y aprobó sin cuestionamientos la agenda bélica de Bush y la llamada Ley PATRIOTA DE 2001
Tuvieron que pasar las elecciones intermedias de 2002 y la presidencial de 2004 para que las voces críticas que ofrecían alternativas a la guerra contra el terrorismo empezaran a hacer eco en la opinión pública. Barack Obama llegó al Senado estadounidense en enero de 2005, precisamente posicionándose en contra de la guerra contra el terrorismo, tal y como la conducía Bush. Con un discurso bien armado antiguerra, de salida de las tropas estadounidenses de Irak y de un Estados Unidos post Bush, Obama ganó la Presidencia en 2008.
Aquí, en México, tenemos a un Presidente que se siente cómodo en su rol de comandante en jefe. Casi cuatro años después y casi 30 mil muertos después, el Gobierno de Felipe Calderón sigue enfocado en el mensaje: “La batalla será larga, pero vale la pena para que la droga no llegue a tus hijos”. “Al final derrotaremos a los enemigos del Estado”. “Necesitamos la unidad de todos los mexicanos en esta batalla que es de todos”.
Y en paralelo, la mayor parte de la clase política mexicana respalda la guerra del Presidente. Los y las suspirantes presidenciales para 2012 de los tres partidos principales han optado por no ser claros aún en proponer una alternativa a la forma en la que se conduce la guerra contra el narco. Ni Peña Nieto, ni Beltrones, pero tampoco López Obrador ni Ebrard, y mucho menos VázquezMota, Lujambio o Cordero, han articulado un discurso alternativo todavía.
En contraste a la “lucha frontal contra el narco”, en Estados Unidos, principal mercado de las drogas mexicanas y colombianas, 14 estados han legalizado el uso de la marihuana para fines terapéuticos. El escenario que se avecina en California con la llamada propuesta 19, que legalizaría el uso recreativo de la marihuana en noviembre próximo, podría redefinir el posicionamiento de los aspirantes a Los Pinos en México y obligarlos a proponer alternativas. Un grupo de académicos e intelectuales mexicanos se ha sumado ya a debatir la legalización, o regulación del mercado de las drogas.
El número más reciente de la revista Nexos incorpora algunos argumentos en ese sentido y se suma a los argumentos ofrecidos por ex presidentes latinoamericanos como Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso, quienes desde hace ya unos años impulsan el tema de la legalización. En los próximos meses, conforme nos vayamos acercando a la elección de 2012, serán necesarias las voces, los posicionamientos y las propuestas de los aspirantes presidenciales, pero sobre todo la imaginación de un México post Calderón. En México ya tenemos a un Bush, nos falta todavía un o una Obama.
Twitter: @genarolozano Politólogo e internacionalista