El Diario de Ciudad Juárez, ha sido arrinconado por el narco. La muerte de colaboradores es un límite ético para cualquier empresa u organización ciudadana. En ese sentido no hay un soldado en cada hijo de la patria. Nuestro himno es rebasado por la realidad. Salvo las fuerzas armadas y policías, el resto es ciudadanía de a pie. La nación es un conjunto de sentimientos o partidos, de ambiciones comunes, de sueños y esperanzas, de convicciones. Pero todo lo anterior lo defienden ciudadanos de carne y hueso que tienen familias que cuidan su vida como casi todos lo hacemos. La reacción de El Diario es entendible, humana y profesionalmente hablando. Pero no hay duda de que estamos ante el golpe más duro en contra de la libertad de expresión en muchas décadas. No hay margen.
El desplegado publicado ayer es muy claro: no se rinden, pero piden tregua. No claudican, pero doblan las manos, dan un paso atrás. No pueden hacer otra cosa. Quieren saber cuáles son las condiciones para seguir con su labor. Pero queda claro que hay condiciones y que, de entrada, estarían dispuestos a acatar. La libertad de prensa en Ciudad Juárez es condicionada públicamente, lo cual es una contradicción de términos. Los directivos confirman su vocación de seguir informando. Pero admiten que esa misión ha sido trastocada por la situación de esa ciudad, de ese Estado. Otros medios han cedido ante las presiones y han dejado de abordar ciertos temas. Igual en Chihuahua que en Tamaulipas. Pero la gran diferencia es que ahora la derrota es pública, la derrota no sólo es de El Diario sino del país. El asesinato del fotógrafo y la consecuente reacción del periódico es un golpe a México y como tal debemos reflexionar y actuar. No finjamos demencia. No es un suceso más para ser registrado por organizaciones tan respetables como: Reporteros sin Fronteras, la Asociación Interamericana de Prensa o Human Rights Watch. Lo ocurrido a El Diario corrobora la descomposición creciente de las libertades en México, en particular la de expresión. Pero también la libertad de tránsito que está amenazada todos los días cuando a los transeúntes se les hace saber en qué horas pueden circular por una carretera y caminar por las calles de su ciudad. Asumamos el golpe para buscar alternativas. En una situación como la que vivimos la libertad de expresión no puede ser defendida ni por individuos, ni por grupos, ni por empresas solitarias. Las visiones quijotescas lo único que logran es sacrificar vidas y no se trata de eso. Debemos reflexionar en cómo seguir informando para no ceder las plazas, pero hacerlo en condiciones de pertrecho suficiente para garantizarle a los profesionistas de la información y a las empresas encargadas de esta misión, la mayor protección posible.
Insisto sobre el punto. No somos el primer país que cruza por este infierno. Lo que sí puede ocurrir es que seamos los primeros en no adoptar ninguna estrategia en contra del terror. ¿Seremos capaces de doblegar a la vanidad, a la soberbia, a la ambición y actuar en grupo? O, como en casi todo, predominará el individualismo borracho de sí mismo. ¿Somos nación o preferimos la versión fragmentada, dividida, egoísta, del pequeño país que es nuestro y sólo nuestro? Lo he dicho ya ("¿Qué más esperamos?" agosto 3 de este año) también en otros espacios ("Por un pacto ético frente al terrorismo", ESTE PAÍS agosto 2010). El número y tamaño de los medios afectados crece. Ni Televisa, ni Multimedios han quedado exentos de bombazos y amenazas. Tampoco esta casa de información.
Ahí están los protocolos de diarios y medios de comunicación electrónica, igual en Estados Unidos que en España o Colombia. Los medios deben elaborar, cada quien con sus propios criterios, las estrategias para la emergencia y anunciarlos en conjunto. Además deben hacerlos públicos para aclarar las expectativas que la contraparte puede tener. Mientras estos criterios no se den a conocer públicamente el narco-terror puede pretender una escalada sin límites. El barco de la libertad de expresión está haciendo agua y no se quiere sonar la alarma. Entre más tiempo transcurra sin una contraestrategia, más daño se podrá causar a los profesionales de la información, a los medios y en general a la ciudadanía que verá limitado su derecho a estar informada. De nuevo, ¿qué esperamos? ¿Cuántas vidas más habrán de perderse?
A ello hay que sumar una estrategia errática -quizá por novatez como en todo el país- del Gobierno Federal y de los gobiernos locales para atacar el avance de la descomposición. A la ineficacia para contener en los hechos la avanzada del narcoterror, se les suma la miopía para contrainformar y proteger los procesos informativos. Por más que el Gobierno Federal lo niegue en varias zonas del país sí hay vacíos de poder, hay carencia de autoridad y hay poderes de facto que amenazan. Ya festejamos sin balazos y sin muertos. Pero estamos en guerra y en la trinchera ni siquiera quieren ponerse un casco.