L A celebración de la Navidad tal como la conocemos hoy, con su torbellino de fiestas, adornos, regalos y tradiciones centradas en la familia, fue un invento de las clases medias inglesas y norteamericanas a mediados del siglo XIX. Un invento de mujeres que no tenían que salir a trabajar a la oficina, al banco o al taller. No había puentes vacacionales ni escapadas a la playa por lo que su vida transcurría puertas adentro y contaban con todo el tiempo para hacer monadas en la cocina y mantener sus hogares hechos un primor. Cortaban y cosían sus prendas, elaboraban el pan y se entretenían tejiendo bufandas y hermosos suéteres para toda la familia. Sin embargo, aún holgadas de tiempo como estaban, aquellas mujeres sabían que para que las celebraciones Navideñas tuvieran el genuino sentido de belleza, armonía y generosidad; debían empezar a prepararse desde el mes de julio. Así, la vida transcurría tersamente y había una relación equilibrada entre el tiempo y el quehacer. Sin embargo durante los últimos decenios del Siglo XX y XXI, el mundo dio un giro de noventa grados y además de los quehaceres domésticos, las mujeres asumimos compromisos y actividades también fuera de casa, por lo que ahora los meses del año se deslizan vertiginosamente, y mucho antes de pensar siquiera en prepararnos para las exigencias de la temporada decembrina, ya tenemos encima la Navidad; por lo que para muchas de nosotras esta temporada se vuelve angustiosa. Berrinches, chillidos, gritos, ajetreo, prisas, comprar regalos, envolverlos, el dinero que siempre resulta insuficiente; y esas personillas que a pesar de no ser gratas, han de ser requeridos a nuestra mesa navideña; convierten estos días en un auténtico rompecabezas que hay que armar cuidadosamente aunque sólo sea por unas cuantas horas.
"Después de la creación de la mujer, la sabiduría se dio cuenta de que no había necesidad de ir más allá: este ser superior salvaría el mundo" Se esperan demasiadas cosas de nosotras para estos días, y la verdad es que en medio del frenesí y con los nervios destrozados; sería un verdadero milagro que pudiéramos detenernos el tiempo suficiente para recordar la razón y el sentido de esta hermosa temporada de fiestas, lo cual haría que tal vez nuestras celebraciones resultaran menos deslumbrantes, o sea: menos moños, menos luces, menos compras y tal vez hasta un poco menos de turrón; pero más cariño, más generosidad, más serenidad, ¿y por qué no? mucho, muchísimo más agradecimiento por todo lo que sí tenemos.
En lo que se refiere a mí, hay aquí un corazón perdido que necesita rescate. Un corazón desbrujulado que por más esfuerzos que hace no encuentra sosiego en este mundo veloz donde las novedades se vuelven antigüedades mucho antes de que yo alcance a comprenderlas. Figúrese usted pacientísimo lector que estamos apenas en la primera semana de diciembre y nosotros ya liquidamos la Navidad. Ya nos comimos el pavo, el bacalao y los turrones. Ya intercambiamos abrazos y regalos en cada uno de los simulacros navideños que celebramos con cada uno de los grupos familiares que constituyen hoy nuestra extensísima familia; porque si bien es cierto que los divorcios dividen, también lo es que multiplican.
Mi madre con cuatro hijas tiene ocho yernos, por cada uno de mis hijos casados yo tengo dos parejas de consuegros, y están también los hijos de mis hijos y los que no son de mis hijos, pero que por ser de sus esposas han de recibir el mismo tratamiento que los hijos de mis hijos. Esos chiquillos a su vez, deben reservar un espacio de su apretadísima agenda para celebrar también con sus respectivos padres. Como por más que las alarguemos, Noche Buena y Navidad duran sólo unas horas, hemos descubierto que lo ideal para atender a toda nuestra familia, es empezar las celebraciones navideñas desde el día de muertos.
Después de haber festejado y obsequiado debidamente a todos, nuestros hijos preparan viaje y mi Querubín y yo nos estamos preguntando dónde y con quién pasaremos la verdadera Noche Buena que es por cierto mágica y no es intercambiable.
Da pena reconocerlo, pero creo que sólo nos queda empacar y largarnos solos a cualquier parte. En cuanto a usted que ha llegado hasta esta altura de mi nota, si todavía puede darse el lujo de celebrar estas fiestas en la fecha y en la compañía indicada, me permito sugerirle que se lo tome con calma porque después de todo ¿cuál es la prisa? Si todavía no ha hecho sus compras le recuerdo que hacer regalos es un talento. Es saber lo que una persona quiere, saber cuándo y cómo obtenerlo y darlo oportunamente. Es conseguir regalos que alimenten el alma de quien los hace como de quien los recibe; y si es posible entregarlos atados con fibras del corazón.