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2012

Diálogo

YAMIL DARWICH

Los seres humanos estamos condicionados a medir nuestras acciones con el tiempo, tal vez por saber que, al nacer, empieza el conteo regresivo e inexorable de que fatalmente llegaremos a morir.

El amanecer nos da seguridad con su luz, aunque en nuestras medidas horarias empiece a las doce de la noche, en plena oscuridad; el atardecer y la noche, con la penumbra, cuando los ojos de los primeros pobladores eran insuficientes para mirar a la distancia y descubrir alguna amenaza, nos hace inseguros.

Esa oscuridad es la razón del miedo que aún hoy día vivimos: a las fantasías de ultratumba o la inseguridad favorecedora de maleantes.

Igual sucede con las semanas, que curiosamente inician con el descanso del domingo; o los meses del año, los lustros, -período de cinco años que era determinado por los romanos para pulir y preparar las armas- las decenas, centenas o milenios.

Cuando fue insuficiente medir los lapsos en años, inventamos el concepto del tiempo en razón a la velocidad del sonido, lapso en que viajan las ondas sonoras, que equivale a 343.2 metros por segundo.

Luego obtuvimos otras medidas, como la velocidad de la luz, que recorre 299,792.458 metros por segundo.

También, para no errar, inventamos el concepto de los eones, que es un período de tiempo indefinido e incomputable.

Le aseguro que, de ser necesario, encontraremos nuevas medidas de tiempo, para continuar apegados a nuestras ideas de principio y fin, tal y como afirma la Biblia "Yo soy el principio y el fin, el alfa y el omega".

Para los lapsos breves inventamos la hora y los minutos; tampoco quedamos conformes y usamos los segundos, milisegundos y fracciones aún más pequeñas, caso de los nanosegundos, que representan la millonésima parte de uno segundo.

Para explicarnos qué va a pasar en algún lapso, nos dimos a la tarea de ubicar en el fechas que nos resultan importantes: años de vida, memoranzas de eventos y acontecimientos que nos permiten interpretaciones de bueno y malo; etapas de la niñez, de vida adulta o ancianidad; en fin, todo aquello que marca nuestra existencia.

Así, llegamos a las creencias y explicaciones de todo aquello que no podemos comprender, caso de la muerte y lo que acontecerá en el cuerpo perenne o el alma inmortal.

Luego aparecieron explicaciones dadas por pensadores serios y hasta charlatanes.

Cuando cambió el fechador de la vida moderna, -que por cierto también la diferenciamos con el término "después de Cristo" y pasamos de los cientos a los miles de años- aparecieron muchos agoreros que anunciaron el fin del mundo. Y nada pasó.

Luego, volvimos al fatalismo y recibimos la sentencia: "al cumplir los dos mil años de esa nueva cuenta, algo maravilloso y terrible ocurriría con la vida y el planeta Tierra". Tampoco sucedió nada sobrenatural.

Ahora aparecen nuevas predicciones, algunas gravemente fatalistas, que hablan del fin del mundo; terremotos, inundaciones, hambrunas y hasta llegada de extraterrestres, fijando la fecha en el día 21 de diciembre de 2012.

Algunos agoreros hablan de las predicciones que nos dejaron los mayas, que en su calendario hacían una cuenta larga de cinco mil ciento veinticinco años, cuando cambiaban de era.

Los expertos en arqueología maya, desconocen el origen de tales afirmaciones. Sin embargo, hay un buen número de personas que están influidas por el pensamiento mágico.

Luego, aparecieron los seguidores del New Age, que en resumen afirman se trata de un cambio para mejorar física y espiritualmente, inicio de una nueva datación del tiempo, cuando los humanos tendremos una vida más apegada a la justicia y la equidad.

Quisiera creer en ello, pero desgraciadamente tampoco tenemos ninguna base racional para darlo por cierto.

Los científicos no cuentan con método alguno para predecir el futuro en términos fatalistas o de catástrofe, aunque algunos sociólogos y politólogos nos insistan en encontrar formas equitativas de convivir y ...¡no les hacemos caso!

Por eso, condicionados en medir las cosas y la vida misma con nuestras arbitrarias medidas de tiempo, es que festejamos el año nuevo cada doce meses.

Sin embargo, es buena oportunidad para hacer un alto en el camino, pensar sobre nosotros y nuestras acciones y definir nuevos propósitos, que empiecen desde cero segundos, minutos y días de esa cuenta de nuestro tiempo.

Lo invito a que acepte, en esos términos, el nuevo año dos mil doce, y que luego de una profunda y serena reflexión, decida qué va a hacer para mejorar su persona y forma de vivir; desde bajar de peso y mejorar su salud, hasta dejar de fumar; cambiar de actitud hacia la vida y los acontecimientos o reconciliarse con ese considerado enemigo; trabajar más para vivir mejor, o simplemente mejorar el carácter.

Le deseo que sus propósitos los cumpla verdaderamente, en medida de eones de tiempo.

Muchas felicidades.

Ydarwich@ual.mx

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