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A mis grandes Maestros

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Lo he dicho y lo sostengo: cuando cumplí siete años hube de interrumpir mi educación, que obtenía en la calle, para ir a la escuela.

A lo largo de los años tuve que admitir que había tenido Maestros malos, buenos y muy buenos, pero de todos aprendí algo.

De mis Profesores de primaria sólo recuerdo a la Maestra Guillén, en cuarto año, pues fue la única que me brindó comprensión y apoyo. Los demás, me odiaban tanto como yo a ellos.

En secundaria y preparatoria hubo muchos más, pero muy pocos dejaron huellas indelebles. Joel Muñiz, Armando Bravo y Óscar Reynald y pare usted de contar. ¡Ah!, pero en profesional tuve grandes y muy buenos Maestros, que además de ello eran y siguen siendo mis amigos.

No quiero mencionarlos a todos por temor a una omisión que pueda ofender, pero ellos saben bien cuánto me enseñaron y todo lo que hicieron por mí.

Sin embargo, contados han sido los que fueron Maestros dentro y fuera de las aulas; y a ellos quiero referirme en esta ocasión.

Es bien sabida mi cercanía con Manuel García Peña (qpd) y lo mucho que aprendí de él, porque se pasó años enseñándome no sólo derecho, sino también cómo comportarme en la vida, lo que es aún más valioso.

Pero hubo otro más, don Antonio Alanís Ramírez, mi profesor de derecho mercantil, que además tuvo la generosidad de darme clases fuera de las aulas durante las largas horas que pasamos en el café "La Rambla", departiendo con un entrañable grupo de abogados.

La sapiencia de don Antonio no tiene límites; y aunque un poco brusco en sus lecciones siempre me dejaron grandes enseñanzas.

Generoso como ninguno, invariablemente me facilitaba libros para ampliar mis conocimientos y a pesar de ir avanzando en edad, siempre me trató como a su alumno y eso me enorgullecía.

Por motivos que no vienen a cuento me he visto privado de sus lecciones, por lo que espero que estas líneas lleguen a sus manos como un modesto reconocimiento a su apoyo y amistad.

Don Antonio sabía de todos los temas de derecho que se le preguntaran y del que no tuviera un dominio suficiente se documentaba por la noche y en la mañana ya estaba hablando de él como si lo conociera desde siempre.

Su formación no sólo se constreñía al derecho, dominaba con amplitud otros temas y siempre estaba investigando.

Aún conservo con verdadero cuidado algunos de los libros que me obsequió para que profundizara en ciertos temas sobre los que habíamos platicado y otros más que él impulsó para que me los regalaran, como el derecho de las obligaciones de su gran amigo don Ernesto Gutiérrez y González, con una dedicatoria lapidaria, por cierto.

La vida nos va quitando cosas valiosas, entre ellas, a los viejos Maestros y la verdad uno no está en condiciones de suplirlos. Es más, ni siquiera lo intentaría.

Pero también mis amigos, mis contemporáneos, con el tiempo se han vuelto mis Maestros. Por ello, procuro no alejarme de ellos y frecuentarlos lo más posible.

Aprendo de ellos cada semana: de Luis, Gabriel, Javier, Íñigo, Julio y Jesús. De Fernando, otro Javier, Pablo, Alejandro, Bernardo y el otro Chuy.

Son grupos de amigos a los que, cuando no hablan de la inseguridad, se les puede aprender mucho.

Quizá por eso, cuando yo no esté en esta Tierra, se podrá decir de mí que fui un hombre "que contó con grandes Amigos y Maestros".

En cada historia personal hay un Maestro o un grupo de ellos que nos marcaron para siempre, porque eran verdaderos Maestros, que se entregaban a sus alumnos o a quienes los rodeaban y les transmitían conocimientos.

A todos esos verdaderos Maestros, muchas felicidades en su día y sepan que aunque los años pasen siempre estáran presentes en nuestros corazones.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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