Una de las razones, tal vez la principal, detrás de varias declaraciones acerca de una nueva crisis financiera, ha sido la amenaza de que el gobierno de Estados Unidos llegaría a la fecha fatal, el 2 de agosto próximo, en que no podría contratar más deuda y, debido al gran déficit en que se encuentra, tendría que reducir sus gastos de forma abrupta Jueves 21 de julio de 2011.
Algunos le han llamado "quiebra" a esta situación, pero no es exactamente eso. No es que el gobierno de ese país no pueda pagar, sino que sus mismas reglas le impiden contratar más deuda. Es como en México, hay un límite de endeudamiento que aprueba el Congreso, que no puede transgredirse por cuestiones jurídicas, no económicas o financieras.
Pero la amenaza ahí está, y al sumarla con el drama mediterráneo, como que obnubiló a muchos que aquí en
México empezaron a ver una nueva gran crisis, similar a la que acaba de pasar. Otra vez el tema de la W, o algo peor.
Como lo hemos comentado, los problemas que enfrentan los gobiernos son diferentes. Algunos son asuntos propiamente financieros, como es el caso de Irlanda; otros tienen que ver con exceso de gastos, pero con economías poderosas detrás, como España, Italia, o el mismo Estados Unidos; y otros son excesos que superan por mucho lo que se puede pagar, como Portugal, o peor aún, Grecia.
Cada caso exige tratamientos distintos, pero como ocurren de forma casi simultánea, provocan que uno busque soluciones generales. No es buena idea, pero así funcionamos. De todos los mencionados, el más fácil de resolver es el estadounidense, porque no exige decisiones demasiado duras ni demasiado prontas. Lo único que se necesita es un acuerdo básico entre dos fuerzas políticas (cada una con grupos muy acelerados a su interior, hay que reconocer). Cierto que con eso basta para complicar cualquier cosa, pero los demás países, además de las necesidades políticas, tienen que decidir costos específicos para grupos determinados, y eso sin duda hace más difícil cualquier acuerdo.
En Estados Unidos lo único que se necesita, por el momento, es ampliar el techo de deuda autorizado al gobierno. Claro que quienes deben autorizar aprovecharán la situación para obtener algo a cambio, y eso es lo que ha atorado la decisión, pero se trata de un arreglo en el papel, nada más. En lugar de los 12 y cacho billones de dólares que hoy son el límite, se puede fijar otra cantidad más alta, o simplemente eliminar ese requerimiento. Eso no es un problema en sí mismo.
Lo relevante de la discusión, como usted se puede imaginar, es tener alguna idea de cómo es que piensa pagar esa deuda.
Todavía no llega al 100% del PIB que según Reinhardt y Rogoff es el punto de no retorno, pero ya estamos cerca. Si además le sumamos que Estados Unidos lleva ya tres años con un déficit fiscal estilo populista, entonces se entienden mejor las preocupaciones.
El tamaño de la deuda del gobierno estadounidense y el déficit fiscal tan elevado han llevado a las empresas calificadoras a anunciar que pueden reducir la calificación de la deuda de ese país. Y eso sí es un problema mayúsculo. No sólo por las repercusiones financieras (menos calificación implica más costo en la deuda), sino por la pérdida de confianza que esto implica. Que el país más poderoso del mundo, el que emite la moneda que es referencia internacional, no pueda garantizar su deuda de forma absoluta e indudable no es nada bueno. Con sus diferencias, algo así ocurrió con Reino Unido después de la Primera Guerra Mundial. Fue el inicio de la caída para el Imperio Británico.
Este tema, tan difícil de asir, está detrás de la discusión del techo de deuda. No es sólo tener alguna idea, por muy remota que sea, de cómo pagar. Es también decidir si Estados Unidos apuesta a ser el Imperio del siglo XXI o no. Sin que esto sea necesariamente un asunto partidista, sí hay una diferencia entre partidos alrededor de este tema. Parece que los Republicanos, a pesar de su nombre, quieren apostar por el Imperio, mientras que los Demócratas prefieren, un poco tarde, construir un Estado de Bienestar estilo europeo. Y, como Europa ha demostrado en el último medio siglo, no se pueden las dos cosas al mismo tiempo.
Aún cuando los partidos puedan acordar, como parece que lo están logrando justo en estos momentos, cómo ampliar el techo de deuda, y garantizar su pago mediante un equilibrio (un poco inestable) entre reducción de gasto e incremento de impuestos, en lo que no hay acuerdo es en el tema de fondo: liderazgo internacional o igualitarismo interno. Reitero, no se pueden las dos cosas en este momento. O tal vez en ningún otro.
En el momento en que escribo estas líneas, y seguramente en el que usted lee, las negociaciones entre Republicanos y Demócratas continúan. En la superficie, se trata de decidir cuánto de la reducción del déficit ocurrirá mediante reducción de gasto y cuánto mediante elevación de impuestos. En el fondo, la decisión es si Estados Unidos busca mantener su posición privilegiada en el mapa internacional, o si prefiere retraerse y construir una sociedad más igualitaria.
Para nosotros, es un asunto muy serio, pero en el que no tenemos opinión. Si Estados Unidos opta por el camino interno, tendremos mejores oportunidades para construir nosotros una sociedad más igualitaria (recuerde que nuestras sociedades son similares en términos de desigualdad). Sin embargo, esto implicaría que Estados Unidos abandonase el liderazgo mundial, y el nuevo equilibrio de poder no va a resultar mejor para nosotros, no importa cuál sea. Eso sin contar las turbulencias del cambio de estado estable.
Si ése resulta el camino, no habrá capote que nos permita hacer la faena, por seguir la imagen presidencial. Y, para mayor diversión, iremos entendiendo en cual ruta andamos justo mientras nosotros elegimos la nuestra el próximo año. No cabe duda que la maldición china tiene razón: que te toque vivir tiempos interesantes.