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Addenda

Grito de indignación

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

La voz del joven que acababa de perder a su padre resonó fuerte en la amplitud de la bóveda sagrada del templo: "...Algo tenemos que hacer. No podemos seguir viviendo con este ch... miedo...".

Los presentes estallamos en un aplauso consciente, porque esas palabras son todo lo que los ahí presentes hubiéramos querido decir.

El brutal asesinato de Carlos nos cimbró de pies a cabeza. No porque fuera el primero, sino porque en cierta forma era la gota que derramaba el vaso de toda paciencia.

Era él un hombre bueno, afable, solidario, humanista, trabajador y responsable. Y llega la fatalidad y pasa a formar parte de los "daños colaterales" de esta absurda guerra que no tiene para cuándo acabar.

Toda muerte violenta es indignante. Todos hemos perdido en esta guerra un gran amigo, un familiar o un pariente. Que no nos vengan a decir que es parte del precio que tenemos que pagar para acabar con el narcotráfico.

Cualquiera ofrendaría su vida si fuera para lograr un país mejor. Pero esta lucha fratricida no tiene para cuándo acabar y no se ve que al final de las cosas vayamos a ser mejores.

Pienso y repienso: ¿por qué le tenemos que hacer el trabajo a los gringos? Cuando la droga era producto de paso el problema lo tenían ellos con sus millones de drogadictos.

Entonces, sólo los que se metían a ese mundo oscuro podían salir dañados, pero esa era su decisión. Ningún hombre de bien se sentía amenazado ni inerme ante ellos.

Pero vino la genial idea de combatirlos para satisfacer a los gringos y aquí estamos haciéndoles el trabajo, para que los señores estén drogados y seguros.

¿Acaso ellos no pactan con las mafias de allende el Bravo? ¿Por qué quieren que nuestros hombres se enfrenten a ellos en condiciones de desigualdad y no son capaces siquiera de cerrarle la puerta al tráfico de armas?

Y todavía son tan torpes que inventan operativos y trampas en los que caen ellos mismos.

Pero volviendo al punto, no es posible que una sociedad como la nuestra siga de rodillas, sólo porque el Gobierno es incapaz de cumplir con su deber de brindar seguridad a sus gobernados.

Tiene que haber entre tantos millones, un hombre o un grupo de hombres que sepan qué hacer y cómo acabar con este flagelo.

Quién nos devuelva la paz, ese será nuestro salvador. Pero nosotros también debemos hacer algo.

Porque hay quienes pueden irse a vivir a otro país o a un estado seguro (creo que queda alguno por ahí). Pero la inmensa mayoría tenemos que seguir aquí, porque no tenemos más alternativa.

Los grupos empresariales de La Laguna deben reaccionar ahora, con el apoyo irrestricto del pueblo. No podemos seguir viviendo con tanto miedo.

Pero no sólo con paros y huelgas. Se requieren además acciones drásticas, tomadas con voluntad y decisión. Si el Gobierno no nos puede proteger, que nos deje protegernos recurriendo a medidas efectivas para combatir el crimen.

Así y no de otra forma se limpiaron ciudades como Nueva York. Así actuó Colombia cuando tocó fondo.

El grito de: "Ya basta", debe ser la voz que nos unifique a todos y que ni el Gobierno ni los medios masivos, vengan a cuestionar las medidas que se adopten, porque pueden rayar en los límites de la Ley.

En el depósito de las cenizas de Carlos, el sentimiento que flotaba en el ambiente era de rabia e indignación. Por eso las palabras de su hijo fueron unánimemente secundadas.

No nos limitó el respeto al templo, todos estábamos indignados y solidarizados con la familia que acababa de perder a uno de sus miembros.

Y en cada velorio de los miles de hombres y mujeres que han muerto violentamente en esta lucha, hay un hijo, un hermano, un padre, una esposa o una madre que quisieran gritar lo mismo: "Ya basta".

La rabia es bien justificada, porque el dolor es inmenso y la impotencia aún mayor. Pero, si como dice una amiga: "Los buenos somos más", no debemos ser una mayoría silenciosa. El fuego se combate con fuego.

Todos estamos indignados y tristes. Pero me duele más ver a amigos, como Jesús e Iñigo, abatidos ante el artero asesinato de Carlos. Y no se diga a su familia, en especial a su hermano Mario.

Es definitivo, no podemos "seguir viviendo con este ch... miedo". "Ya basta" de tanta barbarie.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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