Creí que era una exageración cuando me lo comentaron telefónicamente, pues estaba fuera de Torreón.
¿Mí ciudad bajo toque de queda?, me cuestioné. Era una medida impuesta que todos deberíamos acatar. Me aseguré de que los míos estuvieran a buen recaudo y me puse a cavilar ¡hasta dónde hemos llegado!
Qué tiempos aquéllos en los que uno podía andar tranquilamente hasta altas horas de la noche, sólo con algunas precauciones elementales.
Bueno, en un momento de locura y libertad extrema, podía uno andar en “El Janitzio” o en “El Bosque”, sin grandes temores.
Agarrar olímpicamente la jarra e ir pasada la media noche al “Gota de Uva”, a conseguir un trío o unos mariachis para darle serenata a la pretensa, porque el único riesgo que corríamos era que nos pescaran los municipales y nos requirieran “el permiso para dar gallo”, permiso que desde luego nadie sacaba, porque los gallos se dan siempre al calor de las copas y pocas veces son premeditados.
La Morelos y el Centro de la ciudad eran nuestros. Como también lo eran la Alameda y el Bosque, cuya oscuridad fue cómplice de muchos devaneos.
Así anduve varios días, a decir verdad desde el miércoles, que al entrar a un restaurante en Saltillo, vi las ocho columnas del periódico Vanguardia, donde se podía leer: “Torreón bajo estado de sitio”.
Pero como tengo amigos sabios y mucho más pensantes que yo, ayer viernes me dieron dos frases que me parece explican muy bien lo que deberíamos de hacer en estas circunstancias:
Una: “No podemos manejar el viento, pero podemos orientar las velas”.
En efecto, lo que ha estado pasando no podemos controlarlo, pero sí podemos determinar hacia dónde dirigirnos.
Saquémosle provecho al infortunio.
A mí me encantaba acudir los viernes por la noche a “La Garufa”. Duré años haciéndolo y desde en la mañana rogaba a Dios que en la noche María Esther estuviera ahí para preparar la carne, que por lo demás es el lugar donde mejor la asan en Torreón.
Es ése un restaurante siempre lleno a amigos ocasionales, con los que uno podía departir amigablemente; casi diríamos “fichar”, si teníamos la oportunidad de andar de mesa en mesa, saludando comensales.
Pero “La Garufa” está en el Centro y de pronto se volvió riesgoso andar por allá, precisamente en medio del barrio en que yo crecí. Paradojas de la vida, porque entonces la calle también era nuestra.
Tuvimos que buscar un lugar apropiado donde no se corrieran riesgos mayores y hete aquí que lo encontramos.
Qué mejor que “El Agave”, en el último piso de Cimaco, donde hay buen estacionamiento y seguridad para reunirse con los amigos.
Pero además hay excelente cocina, buen vino y lugar apropiado para fumar hasta puro si a alguno se le antoja.
Y resulta que, por motivos de trabajo, cambiamos la cena por comida, para degustar y platicar sin prisas. Y así lo hicimos ahora, con excelentes resultados.
“Qué importante es distinguir entre lo que podemos hacer y lo que no; no sea que nos resignemos a no hacer nada, pensando que todo lo que pasa está fuera de nuestro control y nos condiciona. Si sólo tenemos una pequeña capacidad de maniobra, es nuestra responsabilidad hacerla”.
Y en efecto, es muy poco lo que podemos hacer en las circunstancias actuales, pero ello no nos debe impedir hacerlo. Porque tenemos que seguir viviendo, trabajando, estudiando y luchando por seguir adelante, en tanto que conseguimos el viñedo, para irnos a España, porque el proyecto sigue.
Es cierto, no podemos controlar al viento, pero sí enfilar la proa visionaria hacia un puerto seguro y agradable.
Y dicho sea de paso. Cómo resultará difícil felicitar a todos los amigos el próximo lunes, desde este espacio les mando un fuerte abrazo y mi agradecimiento por su amistad que mucho me enorgullece.
Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de su Mano”.