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'Ai' viene el coco...

ADELA CELORIO

En el largo proceso que fue sobrevivir hasta alcanzar el estatus de "homo sapiens" hemos tenido que actuar a pesar del miedo tantas veces... Experiencias tan aterradoras como la amenaza de ser devorados por los animales. Imagino que con mucho miedo, pero con el tiempo conseguimos ser nosotros quienes los devoráramos a ellos. Lograda esta primera victoria sobre la hostilidad de la naturaleza, tuvimos que seguir atentos para defender, con mucho miedo pero no había alternativa, el territorio ganado por nuestra presencia para resguardarnos a nosotros y a nuestras crías, la parcela para cultivar los frutos y donde enraizar los huesos de nuestros muertos, el pedazo de cielo imprescindible para depositar nuestra fe; ese espacio siempre amenazado por la voracidad y la ferocidad de otras tribus. La Ley del Talión, la del más fuerte y quien sabe cuántas barbaridades más, hicieron posibles las conquistas, las dominaciones, la esclavitud, y cualquier otra abominación de la humanidad, como por ejemplo las guerras "santas". ¿Existirá algo más contradictorio que una guerra santa? En el camino de la infancia hacia la madurez humana, inventamos también las guerras ideológicas, las económicas, las guerras frías y las calientes, y así hasta llegar al Holocausto de la segunda guerra mundial, y como culminación del horror inimaginable provocado por el hombre; sucedió también Hiroshima y Nagasaki. Después de tan amarga como vergonzosa experiencia; todo hubiera hecho pensar que habíamos aprendido por fin que el exterminio y la muerte no son la solución de nada. Y aunque seguíamos de miedo en miedo; ya se vislumbraba la luz al final del túnel. Un Papa inteligente nos informó que el infierno no existía, y desautorizado ese miedo, mandamos al Diablo al diablo, y al infierno tan exquisitamente diseñado por Dante, lo convertimos en literatura fantástica. Nos acercábamos por fin al gran momento de la humanidad que nos permitiría vivir sin amenazas ni miedo. Habíamos conseguido el refinamiento moral que significó reconocer y declarar los Derechos Humanos. Se empezó a hablar de tolerancia (que es por cierto una palabra que no me gusta porque insinúa una cierta superioridad del que tolera sobre el tolerado) y aunque los hombres insistieron en seguir con sus guerras y guerrillas, parecía (o al menos a mí me lo pareció) que la buena gente del planeta, que siempre será más numerosa que los criminales por muy organizados que estén; había conseguido abolir el miedo y entender aquello de que "Entre los hombres como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la Paz". ¡Lástima!, la realidad demostró muy pronto que yo estaba equivocada.

El planeta está nuevamente revuelto, los hombres alterados, la desigualdad cobra su cuota de violencia, y aquí en México la crueldad de la guerra del narco nos tiene arrinconados, encerrados, muertos de miedo. Tal parece que no hay manera de vivir sin él; menos mal que los terroristas, los secuestradores y los policías nos lo proveen en altísimas dosis. De puro miedo nos callamos -que es la mejor forma de que empeoren las cosas- porque con nuestro silencio retroalimentamos a quienes pretenden mantenernos bajo control a través del terror.

Pero les tengo una buena noticia: el mundo sin miedo con el que tanto soñamos existe. Y una mala: es el Paraíso, y de momento no está a nuestro alcance. Aquí nos tocó vivir y mientras no estemos en el paraíso, lo que toca es levantarnos cada mañana a empujar la rueda de la vida, del trabajo, del país. Es indiscutible que el miedo es el inteligentísimo mecanismo de defensa que ha hecho posible nuestra sobrevivencia en la tierra; pero no hay que caer en la paranoia. Si nos ponemos a ver, casi todas las épocas de la humanidad han sido infames; pero la vida se ha sostenido siempre en quienes sin permitir que el miedo los paralice, sacan el pecho y hacen lo mejor que pueden. Conste que no propongo la intrepidez que es muy parecida a la estupidez, nada de eso.

Es cierto que la inseguridad se ha vuelto una amenaza constante, pero los pensamientos anticipatorios y el miedo, si bien ayudan a la sobrevivencia, también impiden la calidad de la vida y sobre todo la lucidez que tanto necesitamos en estos momentos. Tenemos que ser cautos, ni quien lo dude, protegernos, pero también afrontar con entereza la parte que nos corresponde en esta guerra. Cada uno de nosotros tendría que preguntarse: ¿cómo puedo, contribuir desde mi humilde trinchera a que la situación de este país nuestro mejore? Estoy convencida de que muy pronto esta pesadilla pasará; y buscaremos un nuevo Coco para seguir asustados.

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