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Al Qaeda después de Bin Laden

MAURICIO MESCHOULAM

Ni el terrorismo como manifestación, ni las causas, raíz y motivaciones que le subyacen han sido alterados de fondo, pero la supervivencia de Al Qaeda, tal y como la conocíamos, puede estar en riesgo. La muerte del líder no es el único factor, pero sí quizá un catalizador de ello.

Ya se ha escrito mucho acerca de cómo esta organización terrorista venía maniobrando desde hace muchos años, las múltiples células de que estaba compuesta, poco vinculadas operativamente hablando, y del escaso impacto que en el terreno de la acción tenía ya a estas alturas Osama.

Hay, sin embargo, un terreno que debemos vigilar si queremos comprender lo que puede pasar con el futuro del terrorismo global, y tiene que ver con el mundo de los símbolos y las ideas.

Si el terrorismo es esa clase de violencia que opera en contra de la psique colectiva, Al Qaeda representa en la historia de este tipo de estrategia, una idea con efectos muy poderosos. Los ataques que esta organización llevaba a cabo no eran atentados clásicos. A través de una compleja red de operaciones transnacionales, recursos financieros y humanos que se manejaban en por lo menos cuatro continentes, Al Qaeda era sinónimo de sincronía y penetrabilidad. Desde las ofensivas simultáneas a las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, o el primer atentado del WTC, hasta los más sofisticados ataques del 9/11, el mensaje de terror que esta organización era capaz de transmitir llegó a ser algo que superaba lo conocido. El impacto psicosocial para la población, no sólo de Estados Unidos, sino de muchos otros países del planeta, producía una sensación de inseguridad incomparable. Cualquiera se convertía mentalmente en víctima potencial. Era el terrorismo en su máxima expresión.

Tras la invasión estadounidense a Afganistán y las diversas políticas contraterroristas, Al Qaeda encontró la flexibilidad para subsistir a través de sus células esparcidas por el planeta y operaciones de menor escala. Pero Osama representaba simbólicamente esa otra clase de Al-Qaeda que conocíamos, la del 9/11, no sólo para sus enemigos, sino para sus seguidores. Mediante un discurso coherente y una plataforma de acción congruente con ese discurso, la unidad ideológica de esta organización multifacética y amorfa se mantenía bajo una cohesión particular y se aglutinaba místicamente en torno a su líder. Efectivamente, las operaciones no eran comandadas por, y en ocasiones ni siquiera informadas a Bin Laden. No obstante, al colocarse a un ataque el sello de Al Qaeda se contaba con la certeza de que se trataba de una pieza más del terrorismo global en contra de los sionistas y los cruzados occidentales invasores y corruptos.

Cuando un líder de esta naturaleza pierde la vida suceden muchas cosas. Una de ellas es que se convierte en una figura venerada eternamente por sus más fieles seguidores. Otra de ellas, sin embargo, tiene que ver con su sucesión y el reto que el próximo guía tendrá para llenar sus zapatos desde la óptica de quienes se quedan. No será fácil, ya que la capacidad operativa de la organización es hoy mucho más limitada para poder perpetrar el tipo de ataques que le hicieron temerariamente famosa. Las células afiliadas ideológicamente a ella, continuarán trabajando, y quizá hoy más que nunca intentarán exhibir su presencia. Pero para poder demostrar que la idea de Al Qaeda se mantiene como una opción válida para sus seguidores, el discurso y cohesión que deja vacantes Bin Laden deberán ser acompañados por acciones que fortalezcan al nuevo liderazgo. De lo contrario, Al Qaeda, como concepto de terrorismo global, transnacional y sincrónico, puede estar mutando hacia etapas que pudiesen ser terminales, ya que hoy su nombre es solamente un emblema, no una red operativa. Adicionalmente las revueltas árabes, en algunos casos, están brindando a los jóvenes alternativas democráticas para canalizar sus demandas, y por tanto, menores reclutas potenciales para las organizaciones extremistas. El líder que tome el sitio de Bin Laden está seguramente ya pensando en todo esto y en cómo afrontar el reto para convencer a sus seguidores de que su organismo sigue siendo tan vigente como antes. Estados Unidos no puede dormirse en los laureles por haber abatido a Bin Laden. Éste ha muerto, pero la imagen que representa se mantiene viva. Todavía.

@maurimm

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