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Algunas epidemias que azotaron el suroeste de Coahuila

DESDE FINALES DEL SIGLO XVI, HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XIX (PRIMERA PARTE)

GILDARDO CONTRERAS PALACIOS

"... Y aparece que gozaban de mucha quietud y descanso cuando el demonio envidioso de la presa que se le quitaba revolvió la feria y pasó así que como a la voz de la junta y población de Parras se había hecho entraron algunos españoles deseosos de hallar sirvientes para sus haciendas quisieron llevar algunos por la fuerza, no pudiendo el padre impedirlo con ruego ni lágrimas, habiéndose los bárbaros irritado rompieron descargando su ira sobre unos pobres arrieros españoles, matándoles a flechazos, luego en un punto se puso toda la tierra en armas y los pobladores se subieron a esta sierra alta a cuyas faldas está este valle. Bien se puede entender el dolor y pena que semejante desgracia causaría en el pecho del padre Juan Agustín, pero no por eso perdió el ánimo, antes conmucho valor subió a la sierra trato de su pacificación, los encontró casi a todos enfermos de unas pestilenciales viruelas que se llevaron lamayor parte de ellos. Alos enfermos atendió el padre con su mejor caridad...”. Las anteriores palabras formaron parte de un informe escrito por el padre jesuita Luis de Ahumada y que envió al padre visitador el 26 de octubre de 1609. Es sin duda la primera cita de algún tipo de epidemia que se dio por esta región de Parras y La Laguna, después de la fundación de Parras en el año de 1598. Dicha rebelión de los naturales recién congregados, aconteció el año de 1599.

De esta forma llegó a la región de Parras y La Laguna una de aquellas famosas diez plagas que Motolinía mencionó en alguno de sus escritos, y que azotaron a los pobladores de tierras novohispanas a partir de la llegada de los conquistadores españoles.

Antes de dicho arribo de los europeos no se conocía por acá este terrible azote. La enfermedad de la viruela fue bautizada en sus inicios como hueyzahuatl o la Gran Lepra y según el relato del cronista Francisco Molina de Solís, fue traída a la Nueva España por un negro anónimo que después la tradición le puso por nombre Francisco de Eguía y que vino en la expedición de Pánfilo de Narváez que atracó en la isla de Cozumel en el año de 1520; de allí la enfermedad pasó a la Villa Rica de la Vera Cruz, para de ese punto extenderse paulatinamente hasta la capital azteca primero y después por todos los rumbos de las tierras descubiertas. La Gran Lepra o viruela, se diferenció de la Pequeña Lepra o tepitonzahuatl, que se refería a la enfermedad del sarampión. Con la llegada de la viruela, los principales afectados resultaron ser los indios nativos y en menor proporción los negros y los españoles. La causa, que los indígenas no contaban con ninguna defensa natural contra aquel desconocido mal; amén de que la opinión médica de la época fue que los indígenas morían más por la costumbre de que se bañaban más a menudo que los europeos, y en caso de enfermedad lo hacían con agua caliente que propiciaba que la sangre se les inflamara más y con ello se infectaban del mal en todo el cuerpo. Aquello fue el comienzo de un genocidio del que se puede culpar a los europeos, pero debemos pensar que no fue un hecho doloso o de mala fe, sino el resultado que provocó el simple contacto de dos civilizaciones muy diferentes entre sí.

Aquí el relato de Molina de Solís de cuando atracó la flota de Narváez en Cozumel: “¡Espantosas fueron las consecuencias de tan suave benevolencia! Apoco, no sólo quedó diezmada la tripulación del buque, sino que la enfermedad prendió a los habitantes de la isla. Los indios se llenaron de horror ante aquella dolencia extraordinaria, que empezaba con ardores mortales e intensa fiebre, se extendía con pústulas infectas que cubrían el cuerpo y terminaban con la putrefacción más horripilante. Desprovistos de todo preservativo, murieron millares en la isla de Cozumel y no se detuvieron aquí los daños, porque con la comunicación frecuente, entre Cozumel y Yucatán, la enfermedad se extendió por toda la península y asoló largo tiempo su territorio”.

Esta enfermedad de la viruela, era viral aguda, altamente contagiosa, comenzaba súbitamente y se caracterizaba por las erupciones cutáneas que dejan hoyuelos y cicatrices permanentes -secuelas, que provocan el rechazo de la sociedad- y en algunas ocasiones producen ceguera a quienes la padecen. Tiene un período de incubación de diez a quince días, se transmite de forma directa de persona a persona o por contacto con la ropa o con artículos personales o caseros contaminados.

Puede presentarse en varios grados de severidad y el más grave es el de tipo hemorrágico, porque el enfermo muere antes de que aparezca la erupción. El virus de la viruela se conserva en los climas fríos y en las poblaciones altas y sobrevive a condiciones ambientales difíciles; por ello llegó a presentarse en lo ancho y amplio de nuestro país durante cuatrocientos años, en períodos epidémicos con alta mortandad.

Respecto a la limpieza que mostraban los indígenas de las tierras descubiertas, con el uso frecuente del agua para el aseo personal; era un aspecto totalmente contrastante con el que observaban los habitantes del viejo continente, el cual vivía una de sus peores crisis de higiene y de limpieza, cuya falta de ello era la causal de muchas enfermedades. Desde fines de la Edad Media y hasta mediados del Siglo XVIII, la limpieza y aseo de las personas prescindían del agua aplicada al cuerpo con excepción de manos y rostro que eran las únicas partes que se podían mostrar. Toda la atención de la limpieza se centraba en lo visible, y sobre todo en la ropa blanca, cuya pulcritud se hacía ostentar en el cuello y en los puños, que eran los indicativos de la limpieza. La civilidad de ese tiempo era lo que exigía para demostrar el aseo y la limpieza de los individuos, con la idea de que el resto del cuerpo repelía el agua que se convirtió, en un agente peligroso portador de enfermedades y contagios capaz de penetrar por todas partes.

Por lo tanto el aseo debía hacerse en “seco”, por medio sólo de enjugarse y perfumarse, con una ropa impecablemente blanca. El miedo al agua dio lugar a una serie de substitutos, tales como el polvo y los perfumes, que crearon una nueva base de distinción social en la Europa de aquella época. Los libros de urbanidad desaconsejaban en forma especial el uso del agua aun en la cara porque se creía que dañaba la vista, provocaba dolor de dientes y catarro y dejaba la piel demasiado pálida en invierno o excesivamente marrón en verano. En cambio se debía frotar vigorosamente la cabeza con una toalla o una esponja perfumadas, para peinarse, restregarse las orejas y enjugarse la boca. El polvo apareció como un “champú” seco, que se dejaba toda la noche y se quitaba en la mañana con un peine, junto con grasas e impurezas. Sin embargo a finales del Siglo XVI, el uso de polvos perfumados y teñidos eran entonces una parte integral del aseo diario de la gente acomodada, hombres y mujeres. Este accesorio visible y oloroso no sólo proclamaba el privilegio de la limpieza de que gozaba el usuario, sin también denotaba su condición social, pues la moda siempre ha sido patrimonio de los ricos. En el Siglo XVII el polvo había conquistado las clases altas de Europa, a grado tal de que ningún aristócrata debería dejarse ver en público sin él. Y ya un poco más adelante, en el Siglo XVIII, los jóvenes y viejos lucían blancas cabelleras y la falta del polvo denotaba en ellos un estado antihigiénico y de inferioridad social por lo que los de pelo negro y grasiento eran considerados de bajo nivel en la sociedad. De igual manera los perfumes se convirtieron en otro signo de status social. Fueron muy usadas las toallas perfumadas que se usaban para frotar el rostro y el torso, y sobre todo las axilas en donde el perfume neutralizaba el olor más ácido del cuerpo. En fin, aquella apariencia de limpieza externa constituía una garantía de probidad moral y de posición social en donde la ropa blanca jugó un rol principalísimo.

Los baños empezaron a reaparecer hacia mitad del Siglo XVIII, primero entre la clase acomodada y después en forma de baños públicos, como pensamiento de una nueva generación de médicos que comenzaron a difundir las cualidades de los baños que cuando eran fríos servían para tonificar el cuerpo y para aumentar su vigor.

LA EPIDEMIA DE VIRUELA 1609-1610

Después de aquel incidente de 1599 en que el recién fundado pueblo de las Parras, estuvo a punto de desaparecer, el deseo de los sacerdotes jesuitas fue cristalizando y poco a poco Parras se convirtió en un centro de evangelización que pudo acoger a lamayoría de las tribus que por estos rumbos deambulaban. Primero fueron veinte tribus o familias, once habían venido de La Laguna y nueve eran del mismo valle de las Parras; después acudieron un sinnúmero de tribus que por acá se fueron quedando. No fue tarea fácil para el padre Juan Agustín, convencer a los naturales de que se avecindaran en el pueblo, porque no estaban acostumbrados al sedentarismo. “... después que tuvo un buen número de gentes, salió el padre Juan Agustín a tierra de paz y con la liberalidad y piedad de algunos españoles, recogió una buena limosna con la que compró algunos bueyes y arados, repartió las tierras y les enseñó a cultivarlas y mientras los naturales adelantaban en su trabajo, el sacerdote les daba de comer y a veces sirviendo de cocinero les repartía la comida por sus mismos ministerios.

Tanta era la barbaridad de la gente y tanta la caridad del padre que después los indios se aficionaron al maíz que aquel año cogieron de sus milpas y se asentaron mas a propósito y el número de gente fue creciendo; pero como esos bárbaros no se hallaban en tanta policía, se volvían a sus antiguas rancherías y a sus desiertos de soledad. Volvía el padre por ellos y con halagos y dádivas los seducía y por más veces que se huyeron nunca el padre se cansó con su mucho fervor, yendo siempre por ellos, hasta que con su perseverancia los vencía”. El padre Juan Agustín murió muy pronto (1601), tiempo insuficiente para ver coronada su empresa, pero vinieron y se quedaron otros de sus compañeros, del ejército del Loyola, para continuar con aquella loable labor.

Por el mismo devenir de individuos y de tribus por la región, la gente de Parras no estaba aislada del exterior en cuanto a costumbres y enfermedades; por ese motivo a finales de diciembre de 1609 y parte de enero de 1610, se presentó en el valle de las Parras una epidemia de viruela, la cual hizo estragos entre alguna de la gente que por acá estaba congregada. Las primeros muertes por ese motivo se dieron en la estancia de Lorenzo García (San Lorenzo de Parras), de allí pasó al pueblo de las Parras, y en especial al llamado barrio de Santa Catalina, lugar situado en las cercanías del cerro del Sombreretillo al sureste de Parras, y por último se propagó al puesto denominado san Sebastián, al poniente de Parras, rumbo a Viesca. Los nombres de 32 fallecidos se conservan en los libros parroquiales de Parras, quienes fueron bautizadas el mismo día de su muerte y en dado caso en el mismo instante de su fallecimiento.

Debemos creer que los que quedaron registrados no fueron los únicos que murieron en esa epidemia de viruela de 1609-1610, sino que fueron los únicos a los que pudieron auxiliar espiritualmente los sacerdotes jesuitas Luis de Ahumada y Tomás Domínguez, que en ese tiempo ejercían su ministerio en la región de las Parras. Continúa…

gilparras47@yahoo.com.mx

Fuentes:

.-Archivo General de La Nación. (AGN). Ramo Jesuitas. Parras. Fecha 1594-1748. Volumen: I-33. 1609. “Puntos desta Missión de las Parras para la historia de la Compa. Embiados al Pe. Visitador en 26 de octubre de 1609. Principios que tuvo la misión de Parras.Misión de las Parras”.

.- Churruca Peláez Agustín. El sur de Coahuila, antiguo, indígena y negro. 1990. .- Epidemias aliadas de la conquista. Ingeniería Bioquímica: antecedentes, desarrollo y desenlaces en México. www.ie.cinvestav.mx/bioelec/lab/conquista. htm p.4/12.

.-Trobulse Elías. Los Hospitales de la Nueva España. Siglos XVI y XVII. Historia de México. Salvat Editores deMéxico S.A. 1974. Tomo 5.

.-La Espantosa Gran Lepra. Revista Medico Moderno. Volumen XVII. Num. 2. Octubre de 1987. EDICOM, S.A. México, D.F.

.-Ariés Philippe y Duby Georges. Historia de la Vida Privada. El Proceso de cambio en la sociedad del siglo XVI a la sociedad del siglo XVII. Formas de Privatización. Tomo 5. Primera Edición. 1990.

.-Matthews Grieco Sara F. Bajo la Dirección de Farge Arlette y Zemon Davis Natalie. Historia de las Mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. El cuerpo apariencia y personalidad. Tomo 5. Madrid. 1992.

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