EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Algunas reflexiones sobre el pasado urbano

ANTONIO E. MÉNDEZ VIGATÁ

Torreón es una población que nos ofrece un buen número de lecciones sobre arquitectura y urbanismo que aún tienen validez en el Siglo XXI.

En un sentido positivo se puede mencionar el ancho de sus calles, pensadas para un tránsito vehicular intenso. Su trazo original, perfectamente ordenado, que permitía orientar adecuadamente a los edificios y que presentaba una serie de elementos arquitectónicos como torres, parques, plazas y edificios que actuaban como hitos -símbolos urbanos- que daban la clave a sus habitantes para reconocer en qué parte se encontraban en un momento específico.

El tamaño de la ciudad de hace un siglo era tal que podía atravesarse a pie, de lado a lado, en unos cuantos minutos. La ubicación de su zona industrial -a sotavento- permitía que los humos no contaminaran los hogares de sus habitantes. La escala que sus construcciones guardaban con las calles no sólo las definía, pues llegaban hasta el borde de la banqueta, sino que también arrojaban sombras sobre las aceras que protegían al transeúnte del abrazador sol del desierto.

El esquema básico de sus casas, en base a patios y los materiales con que estaban erigidas: adobe, ladrillo, hierro y madera eran no sólo perfectamente adecuadas para el clima de la región, sino que también eran producidos en su mayoría localmente. La altura de sus techos, permitía que el calor se acumulase lejos del nivel en que se movían sus moradores.

Sus techumbres planas exponían la menor superficie posible al sol y cuándo estas eran inclinadas, estaban aisladas de la vivienda por un ático, reduciendo así la ganancia de calor. Sus ventanas con postigos, mitigaban la entrada de luz y podían operarse ya sea para crear corrientes de aire que ventilaban el interior en época de calor, o bien aislar del frío a las habitaciones durante el invierno.

La ubicación de sus parques y la distancia que éstos guardaban entre sí, formaban una secuencia: Plaza de la estación (hoy desaparecida) ubicada a seis cuadras a la Plaza 2 de Abril (actual Plaza de Armas), de ésta, ocho cuadras rumbo al oriente llevaban al peatón a la Plazuela Juárez, si se recorrían cinco más se llegaba a la Alameda y finalmente, si se desplazaba otras diez, se encontraba con el Bosque Venustiano Carranza. Esa sucesión de áreas verdes, marcaba una pauta en dirección al crecimiento de la ciudad -hacia Matamoros- es decir alejándose del río, de las zonas bajas más susceptibles de sufrir inundaciones y ocupando terrenos menos fértiles y por lo tanto inapropiados para la agricultura.

El uso mixto del suelo: vivienda, negocios, comercios, fábricas y talleres, todos localizados en una misma área, lograban que fuese fácil de recorrerla a pie. ¡Cuántas lecciones para arquitectos y urbanistas!

Sin embargo, no era un lugar fácil para vivir: demasiado seca, polvorienta, extremadamente caliente en verano, fría en invierno, pero estaba muy bien ubicada geográfica y estratégicamente. Localizada en un cruce de caminos, Torreón fue el centro comercial y financiero de una zona minera y productora de muchos cultivos que todavía se explotan, sus tierras eran ideales para la siembra del algodón, y para la explotación de otros productos, como el guayule -un sustituto del caucho- que era altamente cotizado en la época.

A principios del Siglo XX la región contaba con una industria de tejido, de aceite, de producción de jabón -éstos asociados con el algodón- y también una metalúrgica, fundiciones e incluso una fábrica de cerveza, montada esta última nada menos que por Federico Wulff, el arquitecto que diseñó su trazo. Es decir, vivía en buena medida de lo mismo que lo hace ahora, del comercio, de la agricultura, de los servicios, del ganado y de la industria.

Esa ciudad balanceada, que podía ser recorrida peatonalmente y cosmopolita en cuanto al origen de sus habitantes, empieza a desaparecer cuando el mismo crecimiento poblacional que experimenta la obliga a expandirse, y en particular en el momento en que se planea Torreón Jardín, su primera colonia residencial aislada, a principios de la década de 1940. A pesar de su aparente uso de suelo exclusivo para vivienda, quienes diseñaron Torreón Jardín fueron lo suficientemente sabios y visionarios como para asignar algunos terrenos para un área comercial, una oficina de correos que diese servicio a sus habitantes y destinaron algunos predios para la construcción dentro de sus confines de una iglesia, de un club social (el Jardín de los Cipreses), además de escuelas y colegios. Aún más, los responsables del proyecto bautizaron sus calles en orden alfabético, permitiendo así, a quién la visita por primera vez, ubicar fácilmente el lugar adonde va. Además, su trazo y escala logran que sus habitantes se relacionen con el entorno y vean desde ciertos puntos los cerros que delimitan a Torreón al sur.

Contrario a lo anterior, un año después, en 1943, se empiezan a comercializar los lotes de la colonia los Ángeles, que inicia una tendencia que bajo un punto de vista urbano ha sido un mal ejemplo. Sus diseñadores no sólo abandonaron el esquema europeo de usos mixtos que originalmente tenía Torreón, sino también el británico de ciudades jardines hasta cierto punto autosuficientes, en favor del norteamericano, de uso de suelo único. A pesar de sus muchas virtudes arquitectónicas y urbanas, Los Ángeles nació sin una zona comercial en la que pudiesen comprar sus habitantes, sin escuelas, con una nomenclatura de calles confusa y con un trazo que dificulta a los que la recorren ubicarse en el entorno geográfico, pues fue proyectada de tal manera que es casi imposible ver los cerros.

Esa tendencia, iniciada en 1943 fue tomada como modelo a seguir y ha sido llevada aún más lejos. Hoy en día Torreón continúa expandiéndose, con el agravante de que los actuales desarrollos no sólo son exclusivamente residenciales, sino que también están rodeados por bardas que los aíslan del resto de la ciudad. Muros que dificultan durante las horas pico la entrada y salida de sus colonos. Y si bien es cierto que esto se justifica con el clima de inseguridad que sufrimos en estos tiempos, el hecho es de que no son barrios que cuenten con todos los servicios comerciales y educativos necesarios, tal y como fue el caso de Torreón Jardín.

La realidad es que en la mayoría de los casos estos fraccionamientos están alejados de los lugares en que trabajan y se divierten sus pobladores, obligando así a quienes tienen en ellas sus hogares a desplazarse largas distancias, hecho que genera un mayor flujo de tráfico en nuestras ya de por si saturadas vialidades. Por otro lado, muchas de estas nuevas urbanizaciones han sido ubicadas lejos de la ciudad, donde los precios de los terrenos son adquiridos a valor agrícola y vendidos a un precio muy superior, generando así grandes utilidades a sus inversionistas y provocando que el Municipio envíe con gran costo los servicios de agua y drenaje a lugares cada vez más remotos.

Ojalá los nuevos proyectistas, desarrolladores urbanos y autoridades contemplen, si no un ya imposible retorno a un pasado en el que las personas se podían desplazar a pie a su trabajo o literalmente vivir encima de él, a por lo menos la construcción de fraccionamientos con una nomenclatura clara y lógica, que contengan áreas destinadas al comercio y servicios que permitan a sus habitantes satisfacer sus necesidades cerca de sus casas, de manera segura y sin tener que tomar el carro para acceder a ellas.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 680531

elsiglo.mx