"Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje".
Aldous Huxley
Después de una larga ausencia de más de un lustro, tan sólo hace unos días, el candidato a la Presidencia de la República por los partidos de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, apareció en el informativo que conduce Joaquín López Dóriga. AMLO, quien durante muchos años acusó a la televisora de formar parte de la "mafia en el poder" y encabezar toda clase de conjuras en su contra, se dijo dispuesto a rectificar lo asentado y a establecer una relación sustentada en el respeto, la apertura y el diálogo.
Claro está, antes aseguró que Televisa favorece de forma abierta las aspiraciones de Enrique Peña Nieto -el suspirante del PRI- y pidió condiciones de mayor equidad frente a la contienda del 2012. Con un apretón de manos y un público -me incluyo- pasmado y atónito por lo que presenciaba, el tabasqueño deja atrás las épocas de rispidez y ataques hacia el grupo comandado por Emilio Azcárraga. Ya el tiempo dirá si las cosas continúan de tal modo. Basándonos en la experiencia previa, probablemente la luna de miel sea corta.
Y es que del López Obrador puntero en las encuestas, casi invencible y con una popularidad aplastante, poco queda. Tras ser derrotado por Felipe Calderón en el marco de una elección apretadísima y cuestionada por muchos, AMLO emprende una serie de acciones de resistencia civil que le restaron popularidad entre un gran número de simpatizantes. La toma de Paseo de la Reforma y el Centro Histórico -que llevaría a muchos empresarios y pequeños comerciantes a sufrir importantes pérdidas económicas y a otros, a la quiebra- aunado a la instauración del denominado "Gobierno Legítimo" -motivo de burlas socarronas- dejaron en el votante la impresión de un Andrés Manuel caprichoso, radical y malo para perder. Cabe señalar que la campaña de desprestigio hacia su persona -porque bien sabemos que sí la hubo- contribuyó a propagar la idea de que en caso de ganar, AMLO buscaría convertir a México en una especie de República tropical al estilo de Hugo Chávez. A la fecha varios contemplan dicho escenario como posible. Nada más falso.
Desde hace algunos meses, otro ha sido el tono y estilo discursivo de López Obrador. En sus recientes giras internacionales -recordemos que visitó Estados Unidos y España- no hubo menciones a la mafia de poder y los complots a diestra y siniestra que según él, alguien maquinaba en su contra. Al contrario, AMLO busca tender puentes con los empresarios y las clases medias a través de un discurso moderado y de fuerte tufo reconciliatorio; una especie de perdón por los errores cometidos, ya que "no todos los que tienen dinero son necesariamente malos", asevera con frecuencia.
A cinco años de la asunción al poder del actual gobierno, la Guerra contra los cárteles de la droga y las distintas organizaciones criminales, arroja la friolera de cuarenta mil muertos y sumando. En tanto, la percepción que el votante tiene de la clase política -toda- es de desconfianza y desilusión ya que percibe que dicha lucha se está perdiendo y que ninguno de los candidatos ofrece una estrategia certera que lleve a la pacificación del país. Ante niveles de inseguridad nunca antes vistos en la historia, un México en guerra no quiere de sus políticos violencia verbal ni retórica que confronte ni mucho menos divida. Lo anterior lo entiende Andrés Manuel. Y lo entiende bien.
Dado el sentimiento de desesperanza e indefensión que tiene en vilo a los ciudadanos, AMLO expresa su deseo de instaurar una República Amorosa donde reine la paz, la concordia y el ánimo de reconciliación; una especie de Pacto de la Moncloa entre todos los actores sociales. Ha pedido perdón y a la par lo otorga incluso a quienes durante años han sido sus acérrimos enemigos: al mismísimo ex presidente Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo.
Andrés Manuel López Obrador y sus asesores notan que hoy las reglas del juego son otras. La estrategia de campaña del 2005 ya no es redituable, utilizarla de nuevo se antoja francamente suicida, de ahí que el tabasqueño busque posicionarse como una opción distinta al PRI mañoso y corrupto de toda la vida, o al PAN y otros seis años de fracaso y más de lo mismo. AMLO sabe que los constantes dimes y diretes, pleitos y pugnas de poder de la izquierda mexicana a lo único que la han llevado es a perder fuerza política y credibilidad. Frente a un PRI vigoroso que tras doce años de ostracismo hoy se muestra unido y dispuesto a apoyar a Enrique Peña Nieto, el único camino viable que tiene la izquierda es el de cerrar filas en torno a su candidato.
La pregunta que por lógica todos nos hacemos es si el aparente cambio de Andrés Manuel López Obrador es verdadero u obedece a una sofisticada y magistral estrategia de campaña encaminada a lo que con tanto ahínco ha buscado durante años: la obtención del poder. Las opiniones al respecto son encontradas. Y es que ningún político polariza y divide a la opinión pública como el tabasqueño. Ave de todas las tempestades, es una buena forma de describirlo.
Hace alrededor de seis años, publiqué en este espacio un editorial titulado "López: no te creo", donde expresaba mi desacuerdo e incredulidad ante el discurso belicoso y paranoico del Peje. Si algo recuerdo con humor fue la retahíla de insultos por parte de sus seguidores, quienes lo conciben como el mesías destinado a sacar a México de su postración. A seis años de distancia, el número de simpatizantes ha decrecido, sin embargo, su figura es causa de vehemencia y admiración. En honor a la verdad, para muchos Andrés Manuel López Obrador sigue representando la única posibilidad de un cambio real.
Un voto de este columnista a López Obrador es todavía remoto. A pesar de ello, he de aplaudirle su disposición a reinventarse. Como en el caso de cada uno de los candidatos a la Presidencia de la República; lo moralmente adecuado y ético, nuestra tarea de ciudadanos; será escuchar las distintas propuestas antes de emitir una opinión o decidir. Claro está, como en todos los casos, creer ciegamente en él se torna absurdo. Un Mesías de la Patria no hay, ni habrá.
Tal nivel de desconfianza hacia la clase política es algo que nuestros representantes se ganaron a base de fracasos, mentiras y años de promesas incumplidas. Y se lo ganaron a pulso.
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