¿Amor o dependencia?
A veces confundimos la dependencia con el amor y eso evita que cuestionemos la dinámica de la relación en la que nos encontramos. Es un grave error creer que una forma dependiente de interactuar nos conducirá al crecimiento sano y a la felicidad.
Las parejas se forman para satisfacer un deseo de amor y aceptación que todos los seres humanos llevamos dentro desde que nacemos. Dicha necesidad de contacto afectivo permanece conforme vamos creciendo y desarrollándonos, y sólo se resuelve por medio de la interacción con otras personas, así que anhelar la presencia de un compañero será una constante en la vida. No obstante, al sostener y mantener una relación es fundamental distinguir si ésta se cimenta en el amor o en la dependencia.
¿CÓMO SABER SI NOS UNE EL AMOR?
Al elegir una pareja intentamos completar las partes emocionalmente no resueltas que cada uno de nosotros trae en su historial. Tratamos de hallar en alguien más lo que nos falta para sentirnos íntegros y esperamos que esa persona sea nuestro cómplice de vida.
El problema surge cuando las necesidades afectivas de uno de los lados rebasan lo que el otro puede ofrecer. Tal carestía tiene su origen en la ausencia del amor incondicional que cada ser humano debería obtener de sus padres en la niñez. La inexistencia de una estructura emocional sana se reflejará en una manera dependiente de relacionarse e integrarse a una pareja, e influirá notablemente en la búsqueda de un amor verdadero o de la fantasía inconsciente de que un cónyuge resolverá la reactivación del vacío infantil.
Existen numerosas diferencias entre la relación amorosa y la dependiente. Por ejemplo, si dos individuos se aman son capaces de tolerar la distancia y el hecho de estar separados sin tener una sensación de carencia afectiva o descuido por parte de la pareja. En cambio cuando hay dependencia, el temor al abandono surge continuamente en uno u otro, dando pie además a celos infundados e incontrolados.
En un vínculo de amor la autoestima se fortalece, a diferencia de aquéllos donde la incertidumbre y la dinámica destructiva van deteriorando el amor propio de los involucrados, creando daños y resentimientos. Por lo mismo, en las uniones amorosas predomina la alegría y en las dependientes reinan la tristeza, el enojo, y los niveles de estrés negativo se elevan activando malestares físicos.
En una relación sana ambos pueden ser lo que realmente son, es decir, aprecian su individualidad y la esencia que cada quien posee. Las expectativas, intereses y gustos se respetan. En un nexo dependiente lo particular se pierde en el afán de complacer al otro, sin importar que sus exigencias puedan ser neuróticas o irracionales, y por más que se le apoye éste nunca se muestra conforme.
Por otro lado, en no pocas ocasiones el temor y la inseguridad propician que hombres y mujeres busquen a alguien fuerte que les proteja y ofrezca estabilidad, lo cual por supuesto dará lugar a una relación desigual y dependiente.
AMA, NO DEPENDAS
Lo que nos puede ayudar a no desarrollar una relación donde el pegamento sea la dependencia en vez del amor, es aprender a querernos a nosotros mismos. De esta forma seremos capaces de acercarnos a una pareja con una posición de equidad.
En los matrimonios y noviazgos funcionales la diferenciación es una característica fundamental. Cuando ésta existe, para cada uno de los integrantes es fácil determinar y admitir los límites personales sin sentir que su vínculo entra en un proceso de disolución o estancamiento, pues saben que permitir la individualidad fomenta la autoestima y el deseo de compartir con el otro las vivencias íntimas, sumándolas a su relación para enriquecerla.
Existen tres áreas básicas para mantener un balance en una pareja sana y centrada en el amor. La primera es el ‘mundo personal’: un espacio donde se cuentan la familia de origen, los gustos y aficiones privados, las amistades, los conocimientos, las experiencias internalizadas que ocurrieron antes de conocer al novio o consorte, y más cuestiones que sería muy largo enumerar. En resumen: todo lo que determina las necesidades individuales que moverán al ser humano a empatarse con alguien específico y determinarán su manera de interaccionar con él.
La segunda pertenece al ‘mundo del otro’, pues el compañero también posee un universo que abarca todas las cuestiones ya mencionadas. Así, ambos deben medir de forma equitativa el tiempo que dedican a sostener y enriquecer su respectivo espacio.
Finalmente está el área relativa al ‘mundo de pareja’. Aquí se integran los requerimientos mutuos de comunicación, sexuales, de pertenencia, y se crean estrategias en equipo para sentirse satisfechos al pasar tiempo juntos. Podemos agregar en el mismo renglón la trascendencia de que compartan un proyecto de vida común, que sostenga la visión a futuro y justifique el hecho de permanecer unidos.
En las parejas funcionales todas las áreas de vida se equilibran; en las dependientes la dinámica se centra sólo en algunos de los aspectos, causando el deterioro continuo o el estancamiento de la relación. Cuando dos personas se aman verdaderamente son capaces de apoyarse y apreciar su unicidad, celebrando la posibilidad de desarrollarse juntos y caminar de la mano en el sendero de la vida.
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