"Trataron de que fuera a rehabilitación. Yo dije: No, no, no."
Amy Winehouse
Las drogas matan. Si alguien lo duda, sólo debe ver el caso de la cantante británica Amy Winehouse, quien falleció este sábado 23 de julio a los 27 años de edad. En el momento de escribir este artículo la Policía Metropolitana de Londres, Scotland Yard, no ha señalado aún la causa oficial de muerte, pero para nadie es un secreto que la joven cantante tenía un serio problema de adicción a las drogas y al alcohol. Amy se une así a la lista de grandes estrellas del rock que han fallecido a los 27 años por problemas de drogas, como Janis Joplin, Jimi Hendrix, Brian Jones, Jim Morrison y Kurt Cobain.
Esta característica letal ha hecho que las autoridades del mundo prohíban el consumo y el comercio de muchas drogas, las que matan, por supuesto, pero también las que no lo hacen, como la marihuana. No han prohibido en cambio el consumo del alcohol ni de algunas drogas que también matan, como los somníferos y antidepresivos.
Hay razones éticas válidas, me imagino, para prohibir la venta o consumo de productos que puedan llevar a la muerte de los usuarios. El problema es que la prohibición no ha logrado hasta ahora eliminar o siquiera reducir el consumo de drogas. Amy Winehouse murió este 2011, probablemente por consumo de drogas, como lo hicieron Janis Joplin y Jimi Hendrix en los años sesenta. Las estadísticas internacionales demuestran que después de 50 años de la aprobación de la Convención Única sobre Estupefacientes de las Naciones Unidas, y de 40 años de la declaración de la guerra contra las drogas por el presidente estadounidense Richard Nixon, el consumo de drogas en el mundo ha aumentado en lugar de disminuir.
En cambio el consumo del tabaco, una sustancia que también mata, se ha desplomado en muchos lugares del mundo, a pesar de que el consumo y la venta siguen siendo legales. Las autoridades internacionales han utilizado para lograr este objetivo una combinación de medidas restrictivas, pero sin llegar nunca a la prohibición, como impedir fumar en lugares públicos y aplicar altos impuestos. El elemento más importante en la reducción del consumo de tabaco, sin embargo, fue cambiar la imagen del fumador, de la de un personaje de carácter e independencia a uno que se deja vencer por un vicio.
El mismo éxito se obtuvo con el consumo de metanfetamina en algunas ciudades de Estados Unidos. Ahí lo que se hizo fue difundir fotografías con la imagen del deterioro de los dientes que se registra con el uso de esta sustancia. El resultado fue casi mágico. Los adolescentes, la mayoría varones, que utilizaban metanfetaminas dejaron de consumir la droga cuando se dieron cuenta de que los hacía repulsivos ante las chicas.
Yo me pregunto cuál habría sido el resultado de la guerra contra las drogas si en lugar de tomar el camino de la represión las autoridades hubieran utilizado el de la disuasión, como en el caso del tabaco o las metanfetaminas. No se habría eliminado el consumo de las drogas, como no lo ha hecho la represión, pero quizá se habrían logrado disminuciones sensibles en el consumo como hemos visto en el tabaco y las metanfetaminas.
Si los gobiernos del mundo no hubiesen recurrido a la estrategia de represión, que sólo ha servido para generar incentivos para la producción y el consumo, tal vez Amy Winehouse no habría muerto de manera trágica este pasado 23 de julio. Los enormes presupuestos que se usan en la guerra contra la droga, sin embargo, son demasiado tentadores para que los gobiernos los abandonen sólo para recurrir a métodos más eficaces para disminuir el consumo.
MINIS DE LEÓN
La arquidiócesis de León, Guanajuato, ha divulgado una directiva que prohíbe a las mujeres acudir a las iglesias con minifaldas, escotes, mallones o shorts. Toda institución tiene derecho a establecer un código de vestimenta. Pero me pregunto ¿por qué la arquidiócesis no ha publicado reglas similares sobre la vestimenta de los hombres?
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