Anatomía del miedo
¿Quién no ha sentido miedo alguna vez? Podemos afirmar que nadie está exento de haber notado en más de una ocasión cómo se eriza su piel al escuchar un relato o leyenda fantasmal, ver una película de terror, oír un ruido poco familiar o ver una sombra extraña mientras atraviesa a toda prisa una calle en penumbra. Pero ¿se ha preguntado de dónde nace ese miedo y qué repercusión tiene en su vida?
El lugar es inmenso, o al menos lo parece en esa oscuridad a la que no logra acostumbrarse. Usted camina muy despacio guiándose por la pared e intentando encontrar un interruptor de luz. Casi puede escuchar los latidos de su corazón, cada vez más acelerados. Su respiración se agita. Está a punto de darse por vencido cuando toca el apagador; va a levantarlo y en eso percibe el aliento caliente de otra respiración junto a su oído mientras una voz le susurra: “¡Bu!”, antes de romper en una sonora carcajada que se mezcla con su grito: “¡Me asustaste!”. Entre risas, su hijo le pregunta: “¿A poco te dio miedo?”.
Sabemos que el miedo tiene muchos rostros. Hay quienes lo manifiestan ante un reto laboral, o se aterran ante la sola idea de hablar en público, o temen el posible rechazo de alguien. Pero si en medio de una reunión se propone pasar el tiempo “contando historias de miedo” nadie se referirá a dichas situaciones, sino a otras en las que se han sentido amenazados por la posibilidad de enfrentar presencias sobrenaturales: gente que vuelve de la tumba, seres demoniacos... Es precisamente este segundo grupo de miedos el que queremos recorrer junto a usted. Esclarecer su origen y su efecto en nuestra vida. Entender por qué si hay cosas que nos asustan nos exponemos a ellas; piénselo, ¿quién puede jurar que jamás se ha sometido voluntariamente a la magia del terror cinematográfico? ¿Alguien se ha resistido a escuchar o externar un relato sobrenatural?
Por otro lado, ¿a qué cree que se deba ese ‘placer’ por el miedo, si es que podemos llamarle así? ¿Por qué será que algunos parecen disfrutarlo mientras que otros lo evitan a toda costa? Lo invitamos a tomar una linterna y acompañarnos a través de los misteriosos pasillos del miedo.
EL PRINCIPIO DEL TEMOR
Numerosos especialistas catalogan al miedo como una emoción relacionada con una serie de sentimientos que detonan ante un posible peligro. De hecho es considerada la más primitiva de las emociones. Y no es exclusiva de los hombres, se presenta de forma intuitiva en todos los animales.
El miedo nos acompaña desde el momento en que nacemos. Según las posiciones psicoanalíticas más ortodoxas (como la de Sigmund Freud) la primera vivencia del miedo se experimenta durante el nacimiento, en el instante en que el recién llegado al mundo se siente apartado del vientre materno y entra en contacto con un ambiente desconocido; de ahí que reaccione, como es sabido, con un estridente llanto y un fuerte temblor.
Algunos expertos son categóricos al afirmar que el miedo es netamente instintivo. Pero otros aseveran que el único miedo intrínseco a nuestro ser es que se le tiene a morir y que cualquier otro tipo de temor es una construcción social: algo asimilado de la gente con la que interactuamos. “El aprendizaje del miedo es modelado por alguien de nuestro grupo social y se le conoce como condicionamiento vicario, es decir que algún familiar nos lo enseña al platicar anécdotas o proferir amenazas”, apunta el Psicólogo y Maestro en Comunicación Roberto López Franco.
Esta propuesta parece tener un sólido fundamento, pues en la generalidad de las culturas es habitual que dentro de la educación de los infantes los padres incluyan una serie de admoniciones expresadas ya sea a manera de prevención o de control; sin embargo la forma en que éstas se exponen marca la diferencia en cómo reaccionará el niño. Por ejemplo es común que se les advierta no golpear a la mascota de la casa para evitar que ésta los ataque, o no ver televisión de noche porque necesitan acostarse temprano, o no subir a la planta alta de la casa sin que antes un adulto haya encendido la luz de la escalera para prevenir un tropiezo. Pero explicarles lo anterior es muy distinto a decir “si te portas mal el perro te va a morder”, “a los niños que ven tele en la noche se les aparecen fantasmas” o “si está oscuro y subes solo te puede agarrar un monstruo”. En cualquiera de estos casos es de esperarse que el pequeño desarrolle temor a esos posibles escenarios. Lo interesante es que si analizamos qué es lo que aterra al infante, concluiremos que detrás de la mordida del perro, el fantasma o el monstruo, está el riesgo que corre su vida. Por eso se dice que si no fuéramos capaces de experimentar miedo, no habríamos sobrevivido como especie...
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