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Ánimo herido

FEDERICO REYES HEROLES

En el debe y el haber de una nación también hay un renglón dedicado al ánimo, al estado del alma nacional. En estas fechas de balances y propósitos el ánimo mexicano salió muy mal. Después de la violencia, el ánimo es hoy el problema más grave del país. Se dirá que el ánimo no puede andar bien cuando en los últimos cuarenta y ocho meses más de treinta mil mexicanos han muerto en confrontaciones diversas que sin embargo coinciden en algo: sangran la imagen de México, adentro y afuera. Se argumentará que lo primero es lograr la disminución -quizá no desaparición- de la nueva violencia para que el ánimo pueda recuperarse. Pero ese encadenamiento podría ser tramposo. Estamos derrotados porque no encontramos soluciones o es a la inversa, no encontramos soluciones porque estamos derrotados. La política es también cultivar el ánimo para lograr soluciones.

Los mexicanos por fortuna no somos expertos en guerras. En un siglo -salvo el periodo 1942-45- hemos sido una nación sin episodios de guerra. La peor agresión exterior que hemos tenido -el hundimiento de dos buques petroleros el "Potrero del Llano" y el "Faja de Oro"- tuvieron una distancia frente a la población general incomparable con un bombardeo en una ciudad. Muchos teóricos, con Émile Durkheim a la cabeza, han establecido que las agresiones externas tienden a cohesionar a las sociedades. En toda sociedad hay entonces una dosis de potencial cohesión que puede ser desatada en situaciones de emergencia. Eso es lo normal y sin embargo -por los resultados- eso no nos está ocurriendo, no en materia de seguridad. Para prueba está la incapacidad para lograr acuerdos legislativos tan urgentes como el mando único o la nueva ley de seguridad nacional y otras que ayudarían a que México tuviera mejores armas para la lucha. ¿Será que la agresión no es del todo externa? ¿Qué nos pasa?

En esas situaciones de emergencia lo normal es que surjan líderes capaces de convocar a la sociedad a acuerdos de unidad frente al enemigo común, despertando así el potencial dormido. Hombres de excepción se vienen a la cabeza: Roosevelt, De Gaulle y por supuesto Churchill, gigantes que fueron capaces de inyectar a sus conciudadanos el ánimo necesario para resistir y encontrar las soluciones en medio del horror. Qué decir de Juárez. Pero más allá de los gigantes, los países tienen personajes que entienden las encrucijadas, crecen y asumen ese papel. Además de los héroes excepcionales que señalara Carlyle, siempre surgen liderazgos más terrenales. Pero ese tipo de liderazgo simple tampoco está entre nosotros. Una característica une a estos personajes: saben elevar sus miras.

Quién podía poner en duda que Roosevelt se situó más allá de los intereses de los demócratas o republicanos. En qué pensaba Churchill cuando recorría el Londres bombardeado si no era en Gran Bretaña. Hoy en nuestro país, en plena emergencia, la prioridad es quién ganará el Estado de México o cómo inflar a un candidato panista o en qué devendrá la tensión al interior del PRD. Este desfile de mezquindades no es asunto de un solo hombre, tampoco de un sector, los medios o de un partido. Lo grave es el carácter generalizado: no hay en el horizonte asomo de mínima grandeza. Eso también hiere al ánimo.

Aquí estamos en un 2011 en el que habrá crecimiento económico, magro, pero crecimiento; se generarán empleos, no cientos de miles, pero los suficientes; la inflación estará controlada; las reservas crecerán; los ingresos petroleros serán más que suficientes para seguir drogando las finanzas públicas; la deuda está en niveles razonables lo mismo el nivel de déficit, en fin el panorama no es malo. Y sin embargo, el ánimo está enfermo. Lo está porque la población descree de sus gobernantes, desconfía de su capacidad para establecer prioridades y actuar antes que nada a favor del interés común. El ánimo está quebrado por la fantástica facilidad de nuestros gobernantes para alejarse de cualquier sentido de urgencia. ¡Ni la brutal violencia pareciera suficiente para urgirlos a sentarse y llegar a acuerdos en la materia! ¿Qué esperar en otras áreas como energía, educación, salud o la propia vida política?

Así mientras la señora Dilma Rousseff lanza una nueva iniciativa de reforma fiscal, -y eso que la recaudación de Brasil es quizá el doble que la mexicana- y anuncia la intención de su gobierno de erradicar la pobreza extrema, en México la esperanza de una reforma laboral mediana se hunde en el pantano electoral. Eso es lo que desanima. La flamante presidenta de Brasil se compromete a la defensa del medio ambiente de uno de los países más extensos del orbe y nosotros somos incapaces de controlar la tala en el santuario de la mariposa Monarca. Allá se habla de educación de calidad, de ciencia y tecnología mientras aquí esperamos a que la maestra le dé permiso a la SEP de avanzar en las evaluaciones. Por supuesto que la violencia sacude, pero es la pequeñez la que nos hunde y hiere al alma.

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