Ansiedad tecnológica

Angustia tecnológica o tecnoestrés, es un nuevo tipo de estrés producto de una intensa relación con las máquinas, computadoras, celulares, BlackBerrys, iPads, etcétera. Llaman así a la falta de habilidad para tratar con las cada vez más sofisticadas y complejas ‘nuevas tecnologías’.

Si sentimos que nuestro sistema nervioso se encuentra en estado de alerta constante, que nuestro cerebro está excitado a toda hora y que exigimos una inmediata respuesta a estos ‘casi incontrolables’ estados, la ciencia médica hoy nos diría que padecemos de angustia tecnológica, sobre todo aquellas personas que requieren usar las citadas herramientas pero son ‘analfabetas cibernéticos’.

Cuando dimos la bienvenida a las computadoras personales ellas comenzaron a hacer más cosas, más rápido y más veces. Gracias a la tecnología logramos mayor eficacia y un considerable aumento en nuestra productividad laboral. Pero la facilidad se convirtió en agitación y ahora debemos correr tras ellas...

Seguramente conocemos al menos un caso de alguien ‘quemado por la tecnología’. En la actualidad a nadie le resulta sencillo sobrevivir diariamente a 100 mensajes de correo electrónico, 20 llamadas telefónicas, reuniones por net meeting, elaboración de presentaciones y cálculos en Excel, participar en Twitter, enterarse de los chismes nuevos en Facebook, etcétera.

El mundo cambió y decidimos acompañar esa transformación, pero no nos subamos al tren sin saber si el destino es el que buscamos. Intentemos utilizar la tecnología sólo cuando nos ofrezca algo que necesitemos y no pretendamos dominar todas las funciones que pone a nuestra disposición, porque la ecuación se invierte: la tecnología termina dominándonos e impidiéndonos pensar fuera de su lógica. Nuestros tiempos son otros, no son los de un cerebro ‘binario’. Por lo que necesitamos un periodo de adaptación ante cada nuevo avance, que nos permita sentirnos cómodos y no tensionados.

Un síntoma concreto de esta enfermedad es la necesidad de hacer múltiples tareas a la vez. Comenzamos una labor nueva sin terminar la anterior y luego sumamos una tercera sin repasar la primera ni la segunda. Olvidamos las prioridades y no nos damos tiempo para pensar un poco qué estamos haciendo. Y lo que es peor aún, no nos permitimos disfrutar de lo que hacemos.

Un buen comienzo para acotar la demanda de las tecnologías hacia nosotros y de nosotros hacia ellas es recuperar nuestro espacio personal y laboral ajeno a las máquinas. Aunque cueste definirlo, existe y es muy amplio. Muchas veces dejamos que la tecnología invada nuestro tiempo libre al no apagar el celular en todo el día, o al revisar el correo electrónico cada cinco minutos. De esto resulta una suma de ansiedad e inseguridad que antes no sufríamos... y que no parece muy natural.

Siempre habrá algo más que hacer: algún dato que falta, un nuevo mensaje electrónico que puede estar llegando en este preciso momento, un archivo que olvidamos imprimir, un programa que debemos comenzar a descargar ahora para tenerlo disponible mañana, etcétera. Y todo se hace llamar ‘urgente’. Nada puede esperar hasta mañana. No es gran cosa, son sólo unos segundos más frente a la PC. Unos pocos segundos que, si los sumamos, se convierten en horas. Horas de hoy, de mañana y de cada día de la semana. Nuestras horas, nuestro tiempo.

Por momentos parecemos atrapados por el tiempo de las máquinas. Cuando nos exigimos seguir el ritmo de las nuevas tecnologías estamos olvidando que no vivimos para procesar datos sobre el mundo (eso lo hacen ellas) sino que trabajamos con los datos del mundo, para hacer de él un mejor lugar para nosotros mismos.

Las computadoras son una parte importante de nuestras vidas, sin duda. Pero sólo eso, una parte. Levantemos la vista del teclado, de la pantalla, abramos la mano y soltemos el mouse... seguramente nos sentiremos mejor.

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