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Apatía institucional

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

La semana pasada se cumplieron cuatro años del secuestro de Enrique Ruiz Arévalo, Jefe del Grupo Especial de la Fiscalía de Coahuila.

Ruiz Arévalo fue un policía fuera de serie por encima del promedio, en cuanto a calidad humana, nivel de compromiso y habilidad técnica. Llegó a La Laguna a mediados de los años noventa durante el sexenio de Rogelio Montemayor, precedido por una trayectoria exitosa en el combate del delito de secuestro en otros lares del territorio patrio, y fue llamado precisamente para enfrentar una ola de plagios que afectaba de manera especial, al sector empresarial de nuestra región.

Podrá decirse que eran otros tiempos y otras las circunstancias, pero lo cierto es que Enrique desempeñó la profesión policiaca, a la altura de su propio tiempo y circunstancia.

Ruiz Arévalo fue sacado con engaños de un restaurante de Torreón en el que desayunaba con un ex presidente municipal, y en el estacionamiento del lugar se apoderó de él un grupo de maleantes disfrazados de policías, que lo exhibieron como trofeo en la revista Proceso, para satisfacer el morbo de los lectores asiduos a ese libelo semanal.

Días después se desató una secuencia de secuestros entre empresarios de la región, que culminó con la intervención de fuerzas federales que vinieron a llenar el vacío dejado por Ruiz Arévalo, atrayendo la investigación de varios casos, incluido el plagio del jefe policiaco que nos ocupa.

Dos meses después la Fiscalía de Coahuila remitió a la Federación la denuncia del secuestro de Enrique presentada por su afligida esposa, en cuyo expediente no existe una sola diligencia realizada durante el tiempo que permaneció en el ámbito de la autoridad estatal. Ni una sola declaración de testigos; ni una sola inspección en el lugar de los hechos; ni una sola investigación ni del hecho en sí ni de sus antecedentes circunstanciales. Nada de nada.

Los presuntos responsables del plagio de Ruiz Arévalo fueron capturados por los federales y están en el penal de La Palma desde septiembre de 2007, pero del paradero de Enrique nada se sabe.

La gravísima e inexplicable omisión en que incurrió la fiscalía de Coahuila colapsó el sistema de seguridad y procuración de justicia en nuestro Estado. El mensaje mandado por el gobierno local a los delincuentes fue muy claro: Si ustedes ocupan los espacios de la policía, nosotros no haremos nada al respecto.

El mensaje a los policías en activo de aquel entonces y a los jóvenes de hoy que aspiren a ingresar a las fuerzas policiacas de Coahuila es igualmente negativo, y ofrece la certeza de que las instituciones estatales no moverán un dedo en casos similares.

Se entiende que el oficio de policía es de alto riesgo pero en condiciones normales, en las que el Estado tiene una política de seguridad definida y valiente, que incluye brindar todo su apoyo a los agentes en activo, no faltan vocaciones heroicas. Ante las grandes crisis los espíritus crecen y aplicado a la materia que nos ocupa, revaloran y enaltecen la profesión policiaca y se suscita el llamado en mayor número y con más fuerza.

Por desgracia en Coahuila, en el escenario actual posterior al secuestro de Enrique Ruiz Arévalo, no se avizora ese horizonte promisorio y mientras la falta de voluntad y compromiso del gobierno para enfrentar la criminalidad persisten, una esposa angustiada, y la comunidad coahuilense en su conjunto, siguen esperando la respuesta institucional que hasta el momento no llega.

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