Nunca me ha gustado el futbol. Mis recuerdos de la infancia sobre este deporte nacional son los peores. En la primaria me volví un experto en inventarme malestares para pedir una ausencia a la clase de deportes cuando tocaba jugar futbol. Que si me dolía la panza, que si me dolía la cabeza, que si se me habían olvidado los tenis blancos. Así sorteé unas cuantas clases, pero desafortunadamente no fueron todas.
De esas clases recuerdo cómo mis compañeros se frustraban cuando a algún despistado se le ocurría pasarme la pelota para que la perdiera en cuestión de segundos ante un jugador del equipo contrario. De esas clases rememoro cómo yo intentaba hacerme menso y correr solo de un lado a otro o cómo rogaba para que me pusieran de portero y cuando lo lograba, cómo rezaba a no sé quién para que el equipo contrario jamás llegara a mi lado de la cancha.
De esos momentos guardo la angustia de mis compañeros que me gritaban "pégale como hombre", "no seas niña" y cómo estos gritos se repetían en casa, con mi padre que intentó por algún breve tiempo hacer que me gustara este deporte.
Todo esto viene a colación porque ese deporte que tanta pasión le ha dado a México, pero también tantas frustraciones, le regaló de mano de un equipo de jóvenes menores de 17 años un campeonato por segunda ocasión. El equipo mexicano de la Sub-17 le dio al país entero unas horas, tal vez días, de un sueño que motiva a millones: el de ver a su equipo coronado como campeón.
En momentos en los que el autoestima nacional está a la baja, en momentos en los que los titulares nacionales e internacionales destacan los asesinatos múltiples, la polarización política, la falta de memoria de los jóvenes mexicanos que no conocieron lo que significaba vivir en tiempos de un PRI autoritario y que le dan su voto a ese partido y en medio de toda una serie de infortunios nacionales más, los jóvenes de la Sub-17 le dieron un buen sueño a millones de personas, en lugar de la pesadilla a la que estamos acostumbrados.
A mí me cuesta trabajo sentir ese sentimiento de pertenencia, de un triunfo colectivo, multitudinario en el que no se participa de manera directa. Entender cómo millones de personas usan el "ganamos" el "somos campeones" cuando los campeones, los que sudaron en la cancha, los que se disciplinaron durante meses son los 11 jugadores de ese equipo que hoy hacen que todo México se sienta campeón. Sí, el futbol tiene la magia-virtud de convertir la victoria de 11 en la de 110 millones.
Gran historia la de este equipo de jóvenes. Gran historia que se enmarca también dentro de un fenómeno tal vez reciente en los estadios mexicanos. Un hecho que empieza a normalizarse y el cual acabo de descubrir gracias a un comentario de Ricardo Bucio, el presidente de Conapred. Los gritos de "puto" que en un estadio con miles de personas se repiten cada vez que el equipo contrario al de México va a tirar una pelota o cuando un árbitro anula un gol o cuando sanciona a un jugador de México.
Porque puto en el sentido más usado denota un desprecio a las orientaciones-preferencias sexuales distintas a las heterosexuales. Porque puto denota en esos gritos la conducta de un hombre que "no juega virilmente", de un "hombre que no merece estar en la cancha" porque no tiene la "suficiente hombría" para defender el balón, de un contrincante que es reducido a una "categoría de inferior", de afeminado, como si no hubiese dentro del futbol una categoría de futbol femenil y como si no existieran en todo el mundo grupos de homosexuales que juegan al futbol de manera no profesional y profesional, como el TriGay en México.
Lamentable que en el juego nacional por excelencia se evidencie el odio que persiste contra los homosexuales en nuestro país, un odio que sigue siendo la causa de muerte de miles de jóvenes, tanto en México como en el mundo. Por ello, en algunos países como Inglaterra se han lanzado campañas que atacan la homofobia en el futbol.
En Inglaterra en 2008 se lanzó la llamada Justin Campaign, que rinde tributo a la memoria de Justin Fashanau, un jugador británico que se convirtió en el primero en el mundo en salir del clóset y que se suicidó en los años 90. También en Inglaterra hay otra campaña llamada Kick it Out, inicialmente destinada a combatir el racismo y que se ha extendido al sexismo, al antisemitismo y a la homofobia en el futbol.
El futbol sigue siendo el bastión de la homofobia. El triunfo de los jóvenes de la Sub-17 debería servirnos también para pensar que las cosas pueden ser distintas en el futbol y que en México se puede desterrar la homofobia de este deporte. Los jóvenes de la Sub-17 son hoy candidatos ideales para lanzar una campaña nacional en contra de la homofobia en los estadios y las canchas de México. Los futbolistas se convierten en líderes indiscutibles, como el "Chicharito" u hoy los de la Sub-17. Si sus piernas ya provocan sueños entre los mexicanos, sus voces podrían servir para combatir el odio y la discriminación. Ojalá alguien tome nota.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano