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Asombra el asombro

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

En un país -valga el contrasentido- donde cualquier cosa puede pasar sin que nada suceda, todo puede ocurrir. En esas estamos: en el punto donde el régimen ha dejado de producir certeza y, en su disfunción, atenta contra la estabilidad política al tiempo que, en la devastación social que provoca, amenaza la economía, resistente hasta ahora a la adversidad nacional e internacional.

Dos preguntas son obligadas. ¿Cuánto tiempo puede resistir un país en esa situación? ¿En verdad, se puede elegir en libertad y seguridad a su próximo gobierno?

En esta hora, la caída de Humberto Moreira de la dirigencia del PRI y los jaloneos al interior de esa fuerza política concentran la atención pero, en el fondo, el caso del político coahuilense no es la excepción, es la norma.

Sí, el priismo -particularmente el peñismo- no pudo sostener más a su dirigente. El respaldo tricolor a Moreira tenía y tiene más visos de complicidad que de solidaridad pero, como dicho, esa conducta de un grupo político con uno de los suyos no es particular. Es la conducta generalizada de una élite que, en medio de la confusión donde naufraga, arropa a sus miembros en el afán de sobrevivir a la tormenta desatada por ella. Una tablita de salvación en estos días es todo un trofeo.

Igual conducta adoptó el panismo con el presidente municipal de Monterrey, Fernando Larrazábal, donde la evidencia exhibe a su administración y a su hermano Jonás como una organización practicante de la extorsión que supuestamente combate. ¿Pero cómo iba a sancionarlo su partido, si éste cobijó en su dirigencia a Cecilia Romero y Juan Molinar luego de su lamentable actuación ante los migrantes ejecutados por el crimen o ante los niños muertos en la guardería ABC? Por eso el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, puede ir a Monterrey y fingir amnesia frente a los casinos.

Y la misma conducta practican el priismo y el panismo con la maestra Elba Esther Gordillo, fingen demencia frente a lo que significa aliarse con ella. Ambas fuerzas saben que si un obstáculo hay en la reforma educativa -fundamental en el replanteamiento del país-, ese problema lleva por nombre el del corporativismo magisterial que encabeza la profesora. Pero priistas y panistas colocan la elección por encima de la educación y, en esa lógica, el problema es cuánto cuesta aliarse con ella. Esta vez, como se sabe, el priismo le ganó al panismo el apoyo de la maestra en la subasta política.

La maestra, sobra decirlo, está en lo suyo. Y lo suyo es el poder. No las aulas, las urnas. La suma y la resta política, no el nivel de los escolares en matemáticas.

Esa conducta generalizada de la dirigencia política del país lleva a verdaderos absurdos y en nada repara frente al desastre que, día a día, se esmera en nutrir.

La administración que nunca pudo constituirse en gobierno no ve problema en su desmantelamiento anticipado. Se entiende el motivo. El administrador de la República quiere que leales y amigos hagan del Congreso su próximo hogar, cómo no asegurarles fuero y futuro. Y tampoco ve problema en darle chamba en la administración a quienes -más allá de su capacidad y habilidad- obstaculizan operaciones en el partido: venga Obdulio, como Gobernación no funciona, aquí tiene espacio.

A la administración cuanto ocurre la toma por sorpresa. Si el Bicentenario los sorprendió, cuantimás el calendario electoral fijado por su propio partido. Por eso, cuando mejor debía armarse para encarar las complejidades políticas y electorales del año entrante, el calderonismo no tiene empacho en desmantelarse, en poner la administración al servicio del partido donde, al parecer, no entienden lo que el mandatario quiere.

Es tal la confusión y el cinismo reinante que la hermana del mandatario, Luisa María Calderón, la misma que hace apenas un par de semanas juró que el crimen le ganó su elección como gobernadora de Michoacán, ahora se apunta para competir -¿con el crimen?- por una senaduría. ¿Cómo? ¿Se puede, como si nada, hacer una denuncia de ese tamaño y acto seguido aspirar por un escaño?

Muy pocos sucesos ya causan asombro. Tanta calamidad se ha registrado, tanta sangre se ha derramado, tanta transa política o económica se ha exhibido, tanta ineptitud, negligencia e impunidad se han visto que ya casi nada causa sorpresa. Sólo asombra el asombro con que esa clase dirigente reacciona frente a las consecuencias que, en muy buena medida, su propia actuación genera.

Se rasgan las vestiduras en la administración por la osadía de pretender sentar al presidente Felipe Calderón en el banquillo de la Corte Penal Internacional, pero le provoca un bostezo dar nombre y apellido de las decenas de miles muertos en el combate al crimen y explicar la circunstancia en que murieron. Con esa indiferencia, cómo creer en la versión oficial de que la inmensa mayoría de los muertos eran criminales. Esa lógica fija por filosofía un absurdo, todo ciudadano es un sospechoso, todo sospechoso muerto es un criminal y punto.

Asombra el asombro con que el priismo entiende la conducta de su hoy ex dirigente Humberto Moreira, quien hipotecó a su estado con el poder de la falsificación de documentos. Si los tricolores están convencidos de que la caída Moreira es producto simplemente de una guerra mediática y no de la comisión de una serie de ilícitos, la conclusión es obvia: el uso y abuso del poder es un axioma del priismo.

Quizá, por eso, porque por las venas del priismo corre la sangre de ejercer el poder sin rendir cuentas en un marco de opacidad, se explica por qué, ahora, se pasea de nuevo Carlos Salinas de Gortari y cínicamente expone qué hacer, en vez de explicar qué fue lo que deshizo. Venga Arturo Montiel, reivindíquese a Ulises Ruiz, reaparezca Mario Marín, regrésese su credencial a Juan Sabines. La cultura de la impunidad a punto está de restaurarse.

***

En ese marco, entre muertos y vivos, se va a la elección del año entrante sin garantías.

Se va al concurso electoral en el momento en que el régimen ha dado de sí y, en vez de generar certezas, provoca enorme incertidumbre política. En el momento en el que las autoridades electorales, magistrados y consejeros, se conciben como jugadores y no como árbitros. En el momento en el que el crimen sonríe.

En un país -valga el contrasentido- donde cualquier cosa puede pasar sin que nada suceda, todo puede ocurrir. En esas estamos. Quizá, en algún momento y con cara de asombro, los dirigentes políticos pregunten: ¿qué ocurre?

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