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BACHE O LUSTRO PERDIDO

SALVADOR KALIFA

El entusiasmo de los mercados financieros por la superación de la Gran Recesión de 2009 está teniendo su encuentro con la realidad en 2011. Muchos olvidaron que esa recuperación obedecía, principalmente, a los masivos estímulos macroeconómicos aplicados en los países avanzados.

No se percataron de que el sostenimiento sano de la recuperación dependería, finalmente, de la transición rápida de esos estímulos gubernamentales hacia un mayor consumo e inversión del sector privado.

La imposibilidad de iniciar el retiro de los estímulos en 2010 y la necesidad, más bien, de reforzarlos tanto en ese año como en el actual, debió haber sido una señal clara de que la recuperación no podía sostenerse en forma autónoma y que, por lo mismo, las expectativas de un crecimiento robusto futuro no tenían un respaldo razonable.

Por otra parte, el margen de maniobra para nuevas medidas está prácticamente agotado, por lo que las autoridades de Europa y Estados Unidos (EU) se encuentran ante el riesgo de enfrentar una nueva crisis si, al remover los estímulos, la recuperación no se sostiene por sí misma.

Para complicar la situación, lo que en un principio fue el apoyo a la superación de la crisis, se ha convertido ahora en un lastre para mantener la recuperación. Los grandes desequilibrios fiscales en Europa y en EU necesitan ser corregidos, como lo demuestra la situación en los países periféricos de la Eurozona.

No debemos, por tanto, caer en la complacencia. Lo que se ha hecho hasta la fecha no ha resuelto los problemas económicos globales y, en casos como el de Grecia, sólo ha pospuesto la hora de la verdad.

En dicho contexto, la pregunta relevante en estos momentos es si el debilitamiento económico reciente es tan sólo un bache en el camino, o estamos en el umbral de otra recesión.

No hay una respuesta fácil a esta interrogante, aun cuando en EU el entusiasmo tradicional de los mercados y el optimismo obligado de las autoridades de la Reserva Federal (Fed) se inclinan por la primera opción, señalando que mucho de la desaceleración reciente se debió a eventos negativos transitorios, como el tsunami y terremoto en Japón, así como el alza de los precios del petróleo en los primeros meses del año.

No obstante, la fragilidad de la recuperación es tal que todos los ojos están atentos a lo que suceda hoy y el resto de esta semana, cuando se conocerán el resultado de la reunión del Comité de Mercado Abierto de la Fed, así como la decisión de los gobiernos de la eurozona y el Fondo Monetario Internacional (FMI) respecto a la forma en que apoyarán a Grecia.

Las expectativas de que el bache económico es temporal y que los gobiernos rescatarán otra vez a Grecia, no quieren decir que los riesgos han desaparecido o que no existen motivos importantes de preocupación.

Primero, la recuperación en los países desarrollados es débil y vulnerable, fincándose en mucho en el dinamismo de los países emergentes, en particular China. Sería una mala noticia que este país perdiera vigor, como parece que lo hará, en el futuro próximo.

Segundo, las tribulaciones fiscales de EU y el fin del relajamiento cuantitativo pueden complicar el desempeño económico estadounidense, más aún si la respuesta del consumo y la inversión no es la esperada por sus autoridades.

De hecho, Larry Summers, que hasta el mes de diciembre fue asesor económico de Barack Obama, dijo a mediados de este mes que EU está a mitad de camino de una década perdida similar a la que ocurrió en Japón durante los años 90 del siglo pasado.

Tercero, y lo que es potencialmente más grave, el problema de deuda soberana de Grecia y otros países periféricos de la eurozona pudiera estallar en cualquier momento. En efecto, el apoyo que se brinde a Grecia no resuelve su problema, que como he insistido en varias ocasiones, es más de insolvencia que de falta de liquidez.

Los griegos tienen que aplicar dosis adicionales de austeridad, recortes de salarios y privatización de activos gubernamentales. Eso se traduce en años de sacrificios para la población griega, que llevará a una resistencia generalizada y a cambios políticos que acabarán con cualquier esperanza de una solución milagrosa a su problema de insolvencia.

Sería mucho mejor reconocer hoy la realidad y reestructurar la deuda de Grecia, así como también las de Irlanda y Portugal. El gran temor y la razón por la que no se hace ahora es que no hay tal cosa como una reestructuración ordenada.

No obstante, cuando se agote el nuevo plan de apoyo, los griegos seguirán debiendo más de lo que pueden pagar. El que los gobiernos absorban cada vez más de esa deuda, sólo hará más costosa la reestructura para el FMI, los bancos de la eurozona, los contribuyentes de sus países y la economía global.

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