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¡Basta de Historias!

BEATRIZ BARROS HORCASITAS

Andrés Oppenheimer titula así su más reciente obra, en la que con ironía aborda el tema de la educación y reconoce realidades inobjetables, como el ánimo festivo de algunos gobernantes latinoamericanos que, al celebrar el bicentenario de la Independencia, no encontraron mejor oportunidad para desenterrar a los próceres de esa gesta: nuestro Gobierno trasladó con honores militares los "huesos patrios" de 14 héroes, muestra tanto de la proclividad por la necrofilia de Felipe Calderón como de la oportunidad perdida para reflexionar sobre los problemas que abaten hoy a los mexicanos. Oppenheimer encuentra un número creciente de naciones demasiado interesadas en la revisión de su pasado que dejan de lado lo que debiera ser sustantivo: mejorar sus sistemas educativos. Con esa inquietud el autor recorrió varios países, se entrevistó con dirigentes y universitarios, confirmó que los gobiernos que invierten en educación, en investigación y en tecnología, superan a los que se quedan como exportadores de materias primas, y concluyó que la educación no debe quedar en manos de los políticos ni de los gobernantes, ya que ninguno de ellos va a solucionar la calidad educativa.

Oppenheimer profundizó en los modelos y los logros y se convenció de que los avances no demandaban cuantiosas inversiones sino medidas sencillas y prácticas. Llamó su atención el exitoso plan aplicado en Finlandia, que responde a una duda que lo inquietaba de tiempo atrás: "¿Qué ha hecho este país, que hasta hace pocas décadas vivía de la agricultura y de la exportación de materias primas, para ocupar hoy los primeros puestos en los rankings internacionales, que miden el éxito social, económico y político de las naciones? El autor nos comparte: "no es el clima ni su ubicación geográfica: ¡es el sexo!". El cambio se origina en el siglo XVII con el edicto del arzobispo Johannes Gezelius, quien estableció como condición para contraer nupcias la lectura de la Biblia. Aquellos contagiados por el amor y la pasión no tuvieron más alternativa que aprender a leer, y con esta inusual medida se abolió el analfabetismo y se ha creado una sociedad con millones de lectores y una profusión de libros.

Recuerdo que, durante su campaña para llegar a la Casa Blanca, el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton, popularizó la frase: "¡Es la economía, estúpido!" Los mexicanos debemos insistir: ¡Es la educación, la educación y por siempre la educación! Los festejos nos recuerdan que a dos siglos de la Independencia de México la mitad de la población vive en situación de pobreza y cerca de 20 millones padecen una hambruna severa, a pesar de constantes campañas en contra. También existen más de seis millones de analfabetas y una cantidad similar de analfabetas funcionales.

¿Cuáles son las metas de nuestro gobernante? Además de vanos intentos por justificar la violencia e inseguridad en la que estamos inmersos, para sorpresa de muchos Felipe Calderón ha manifestado su verdadera vocación: de no haber sido político se hubiera dedicado al periodismo. Días después Alonso Lujambio, secretario de Educación a nivel federal, sostuvo que las telenovelas son "instrumentos poderosos para combatir el rezago educativo". ¿Nos habremos perdido de un excelente informador y del valioso escritor del género? Sin duda, los daños serían menores.

Bbarrosh@yahoo.com.mx

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