El tránsito desnuda la fragilidad o, peor aún, la inconsistencia de la memoria. Todavía más grave, desnuda la corrupción que termina por diluir los principios, por disfrazar los horrores. La tragedia de Libia es producto de esa permisividad de los usuarios de una ética occidental de la cual nos vanagloriamos en el concepto, recordando a los grandes liberales, padres fundadores de la doctrina, pero que en la práctica es como una casa de citas: entra quien puede pagar. Hoy Gadafi está sitiado por una revuelta centrada en la decisión popular de expulsar al dictador, al sátrapa que lleva entronizado 41 años. Hartazgo, redes sociales y la imposibilidad de seguir ocultando el sol con un dedo. Pero de nuevo, cómo fue el tránsito que llevó a Gadafi a departir como un comensal más en el banquete de los grandes.
Con 27 años encabeza un golpe de Estado que derroca a la monarquía, es 1969. La influencia de la doctrina de Nasser lo lleva a un nacionalismo estatista, muy de moda en esa época. El petróleo es llave más que simbólica. Pero Gadafi también caminó hacia la expulsión de las bases militares británicas y estadounidenses y la expropiación de las múltiples propiedades italianas. Ver el material de Óscar Guisoni (Milenio Semanal, 695). Pero ese ropaje nacionalista ocultaba al brutal dictador que prohibió el juego, el alcohol, las vestimentas demasiado occidentales y hasta el corte de pelo. Si en la China de Mao se imponía una Revolución Cultural, por qué no intentar lo propio, sabiduría impuesta a través del Libro Verde de su autoría. El exilio de pensadores, intelectuales y opositores se vuelve cotidiano. Con el Corán como constitución el imperio de Gadafi se mofa del mundo.
El capítulo recuerda la ingenua negativa de Estados Unidos, pero no sólo de ellos, para admitir las atrocidades que Hitler cometía. Los encuentros entre Chamberlain y Hitler con la sistemática derrota psicológica del primero son una lección que no hemos aprendido. Gadafi construyó durante décadas un régimen de horror no sólo en las narices de Europa y Estados Unidos sino con su complicidad. Invadió Egipto, expulsó a cientos de miles de egipcios y abiertamente financió grupos terroristas como el ERI o la ETA. ¿Y Occidente y los principios? Descansando mientras Gadafi apoyaba a Idi Amin y a otros sátrapas en Sierra Leona. "El Tirano que compró Occidente", titula El País su sección dominical. Allí está el desfile fotográfico, Gadafi con presidentes de Estados Unidos, o de Francia, España, cancilleres alemanes, la presencia italiana no puede faltar e incluso el Secretario General de Naciones Unidas. Bienvenido al grupo, todos somos iguales. Vengan las invitaciones reiteradas a las cumbres. Que Libia presida la Comisión de Derechos Humanos de ONU, por qué no. El colmo del olvido para la comunidad internacional, es el capítulo del Boeing 747 con 270 personas derribado por Gadafi que ya pasó al archivo. La explicación es una: los principios son importantes, los intereses mucho más.
Convertida en la cómoda gasolinera de Europa, los abundantes dineros libios son un gran atractivo. Hay que venderle "...helicópteros, tanques, misiles, granadas, cazas...", de todo según consigna Miguel Mora. Italia, Alemania, Reino Unido, España quedan entre el subministro de petróleo, la venta de armas y las inversiones libias. La relación con el socio es espléndida. Se trata de contratos de miles de millones de euros que explican las armas que hoy masacran a la población. Gadafi salió del ostracismo original no por haber hecho concesiones de apertura, para nada, al contrario. Gadafi salió por invitación conjunta. Ríos de petróleo y de inversiones hacia el norte y de armas hacia el sur. Please, be our guest. Para el registro, la solidaridad con Gadafi de Castro, Ortega, y Chávez. Increíble.
Me voy, pero matando, dice. ¿Puede quedar en revuelta o será revolución? Y qué decir de las tardías sanciones del Consejo de Seguridad. Esos son los mecanismos con los que cuenta la humanidad para frenar el horror, hoy se ven vetustos. Una vez más, como en Ruanda o en Sudán, las instituciones supranacionales se miran impotentes frente a la realidad. Con un agravante, en Ruanda y Sudán hubo descuido, insensibilidad, brutal ineficiencia. La comunidad internacional cayó en un inhumano pasmo. Pero en Libia hay complicidad.
Eso es lo más grave. El desmoronamiento de la Unión Soviética y los colapsos posteriores, tenían un referente, una brújula: la Unión Europea. Lo fue en términos éticos y pragmáticos: construcción de democracias y economías de mercado ordenadas. Pero en el norte de África, por las sensibles y profundas diferencias culturales, pero además por las tensiones e hipocresías en los problemas de migrantes, Europa no es un referente sólido. Peor aún, Europa es parte de la explicación de un submundo de intereses que avergonzaría a Montesquieu, a Locke, a Jefferson, a Jovellanos. Gadafi y sus horrores son también su criatura, su Frankenstein.