La beatificación de Juan pablo II anunciada por el Vaticano para el próximo primero de mayo, ha reciclado el tema de los sacerdotes pederastas en la Iglesia Católica, para cuestionar el proceso.
De hecho, el tratamiento en los medios de cualquier asunto relacionado con la Iglesia Católica el día de hoy, es contaminado por los casos de abuso sexual en perjuicio de menores. Como resultado, la presencia toda de la Iglesia en el mundo y el desempeño del actual papa Benedicto XVI, sea cual fuere el lugar del planeta en que se presente, están precedidos por este cuestionamiento insistente que sin perjuicio de su importancia, se advierte manipulado para imponer mordaza a la Iglesia, e impedir que intervenga en cualquier otro tema.
A pesar de la vergüenza que implica, los católicos damos gracias a Dios por el escándalo, porque sacó a la superficie una pústula que en silencio envenenó durante décadas a muchas víctimas y a las comunidades en las que floreció la impunidad.
Por desgracia las denuncias se hicieron después de veinte o más años de ocurridos los hechos, pero a la postre abrieron paso a un proceso de reparación y penitencia, como muestra lo ocurrido el pasado 18 de abril de 2010 en la Isla de Malta, en una reunión del Papa con víctimas de pedofilia. Los escuchó, rezaron juntos y reconoció que "aunque el Cuerpo de Cristo esté herido por nuestros pecados, el Señor ama a su Iglesia...".
Aunque las medidas adoptadas por la Iglesia no satisfacen a los críticos más exigentes, son únicas en un mundo en el que el abuso sexual, la promoción de la pedofilia en la Web, el tráfico de niños y otros delitos similares son el pan de todos los días, sin que ninguna institución ni secular ni religiosa en el orbe, ni los gobiernos de los países, ni las organizaciones internacionales hagan gran cosa al respecto y sin embargo, ninguno de tales protagonistas del escenario mundial, es medido con el rigor que en este tema y en otros se juzga a la Iglesia Católica.
Pese al escándalo la Iglesia sigue adelante, porque además de ser lugar de encuentro de millones de seres humanos con su Creador, es comunidad solidaria, fuente de animación de las estructuras sociales y culturales, contribuye a la formación de la niñez y de la juventud y atiende a pobres y enfermos en todo el mundo.
La Iglesia inició la beatificación de Karol Wojtila respondiendo a un reclamo que en la Plaza de San Pedro se hizo presente el día de su tránsito al grito: ¡Santo súbito! Algunos críticos señalan "prisa" en el proceso de beatificación y en efecto, el impulso que han tenido en los últimos tiempos este tipo de causas, indican que la Iglesia está deseosa de proponer modelos de vida cristiana recientes y hasta contemporáneos, a una sociedad urgida de referentes de conducta y vacía de sentido de la propia existencia.
La vida de Wojtila está a la vista y su proceso de beatificación no tiene por qué ser retrasado ni por el tema de los sacerdotes pederastas ni por ninguno otro, sin perjuicio de que todos los temas de la agenda de la Iglesia sean atendidos en forma simultánea, de acuerdo a la naturaleza e importancia de cada uno de ellos.
No existe evidencia de que Juan pablo II haya conocido la existencia de los delitos y hubiera permanecido indiferente. El argumento según el cual el Papa estuvo obligado a saber de los crímenes por el solo hecho de ser cabeza de la Iglesia, convierte la responsabilidad personal en culpa colectiva y por tanto, cae por su propio peso. El impacto que tiene este último argumento en los medios de comunicación, deriva de la gravedad de lo acontecido y su "obviedad" que es sólo aparente, porque a toro pasado es tan fácil como irresponsable emitir juicios sobre cuestiones que en su día estuvieron ocultas. Lo cierto es que una vez enterado de los abusos, Juan Pablo II se asumió como primer interesado, puso a trabajar a los Obispos, y entre una serie de medidas destituyó al Cardenal de Boston por negligencia que rayó en encubrimiento.
Es cierto que hay en proceso de ser investigados y atendidos, otros señalamientos que acusan a clérigos en diversas partes del mundo. Por esos pecados y muchos otros que cometemos los católicos, durante el Vía Crucis que dirigió el Viernes Santo de 2005 el entonces cardenal José Ratzinger, unos días antes de ser elegido Papa, se refirió a la Iglesia diciendo: "Aquí adentro hay más cizaña que trigo...".
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